Existe una serie de afecciones comunes y que son fácilmente reconocibles, y tratables, en los niños. Los catarros, las gastroenteritis, lesiones deportivas… Otras, por su menor incidencia, pueden sorprender a los padres, quienes no saben cómo reaccionar ante estos diagnósticos. Un ejemplo es el síndrome de Gilles de la Tourette, que puede sorprender a los adultos por su violencia.
Desde la Fundación Nemours se define el síndrome de Gilles de la Tourette como la afección que provoca movimientos musculares y sonidos, repentinos y repetitivos, conocidos como tics. En concreto, se pueden identificar dos variables: tic motores (movimientos repentinos e incontrolables, como pestañeo exagerado, muecas, sacudidas de cabeza o encogimiento de hombros), tic vocales (aclararse la garganta, aspirar la nariz o murmurar).
Tipos de tics del síndrome de Tourette
Una vez se ha diferenciado entre los tics motores y vocales, hay que saber distinguir entre los simples y los completos:
– Tics motores simples, que involucran a un grupo de músculos como el pestañeo o las muecas.
– Tics motores complejos, en donde se involucran más grupos musculares y pueden parecer como una serie de movimientos. En estos casos estamos hablando de tocarse partes del cuerpo, o incluso, en casos excepcionales, producirse lesiones.
– Tics vocales simples, como aclararse la garganta, o gruñir.
– Tics vocales complejos, en donde se encuentran los gritos a otras personas o las palabrotas pronunciadas de forma involuntaria.
Hay situaciones, como los picos de estrés, en donde los tics pueden ser más graves o más frecuentes, así como tener una mayor duración. Algunos niños pueden ser capaces de contener sus tics durante un breve periodo de tiempo, aunque a medida que la tensión se acumula, la necesidad de liberarla es mayor. Además, hay que recordar que la concentración que se requiere para ello, puede hacer que no puedan enfocarse en otras labores.
¿Cuál es el origen del síndrome de Gilles Tourette?
El síndrome de Gilles de la Tourette es un trastorno genético, es decir, su origen se relaciona con una «herencia» de algún antepasado. También es posible que se desarrolle durante el paso del niño por el vientre materno. A menudo los síntomas suelen aparecer entre los 5 y los 9 años. Todavía no se ha detectado una causa clara que desencadene estos tics, aunque se cree que un desequilibrio en los neurotransmisores tenga un papel importante.
Hay que tener en cuenta que muchos de los niños y adolescentes con el síndrome de Gilles de la Tourette tienen otros problemas relacionados con la conducta, como pueden ser el síndrome de déficit de atención con hiperactividad (TDAH), el trastorno obsesivo compulsivo (TOC), problemas de aprendizaje o cuadros de ansiedad.
¿Cómo se diagnostica el síndrome de Gilles Tourette?
El diagnóstico del síndrome de Gilles de la Tourette pasa por la aparición de varios tipos de tics durante, por lo menos, un año. El mínimo está en la presencia de varios tics motores y, al menos, uno vocal. Si se advierten estos síntomas lo más recomendable es consultar al neurólogo que, habitualmente, recomendará a los padres llevar un diario sobre los tipos de tics y la frecuencia con la que ocurren.
No hay una prueba específica que sirva para detectar el síndrome de Gilles de la Tourette. Su diagnóstico puede producirse después de revisar los antecedentes familiares y el historial del paciente, así como mediante la observación de síntomas y la realización de una exploración física. Puede que en ocasiones sea necesario desarrollar test como resonancias magnéticas, tomografías, o un análisis de sangre, para descartar otras posibilidades.
¿Cuál es el tratamiento del síndrome de Gilles de la Tourette?
Cada tratamiento para el síndrome de Gilles de la Tourette dependerá de cada persona. Hay que destacar que no hay una cura como tal, sino que habitualmente se recetan medicamentos que permitan controlar los síntomas. Los especialistas también lanzan estas recomendaciones:
– Implicarse. Cuando los niños están absorbidos por una actividad, los tics son más leves y menos frecuentes. Deporte, aficiones, en definitiva, implicar a los hijos en actividades que requieran de su atención.
– Creatividad. Las actividades que requieren de creatividad también hacen que la atención de los niños puedan reducir la frecuencia de sus tics.
Damián Montero
Te puede interesar:
– El estrés, una enfermedad emocional