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Convulsiones infantiles: bloqueados por el llanto

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Las convulsiones constituyen, a cualquier edad, una de las manifestaciones clínicas más alarmantes y espectaculares. Se producen, por lo general, en niños de clara constitución nerviosa a causa de un castigo, una negativa, un deseo insatisfecho o, también, a causa de procesos febriles.

Se denomina convulsión a la contracción brusca e involuntaria de un grupo muscular. Generalmente, está originada por una descarga eléctrica del sistema nervioso central, del cerebro, y la contracción puede quedar limitada a unos pocos músculos como los de la cara o los de una extremidad, aunque lo más habitual es que se generalice apareciendo sacudidas de todo el cuerpo.

Una convulsión generalizada se acompaña, por lo común, de la relajación de los esfínteres urinarios y digestivos por lo que el paciente tiene una emisión involuntaria de orina y de heces. Asimismo, y debido a la contractura de los músculos de la garganta, se produce la salida de la saliva al exterior.

En casi todos los casos de crisis convulsiva generalizada existe simultáneamente pérdida de conciencia que puede prolongarse durante un período más o menos largo aun después de que haya cesado la convulsión muscular.

Espasmos del llanto

Los espasmos del llanto son muy frecuentes en la niñez, si bien hay en ellos varios grados que es necesario conocer. Cuando el proceso es completo, su desarrollo es así: el niño, por lo general menor de cinco años y de clara constitución nerviosa, comienza a llorar por cualquier causa, un golpe, un castigo, un deseo o capricho insatisfecho.

A los pocos instantes expulsa todo el aire y se queda momentáneamente sin respirar; es lo que las abuelas suelen describir como que el niño «se encana» o «se priva». Habitualmente al cabo de unos pocos segundos, que pueden hacerse eternos para los familiares que presencian el acceso, el niño recupera la respiración con un profundo movimiento inspiratorio.

Pero en otras ocasiones, la falta de respiración se prolonga lo suficiente como para afectar al cerebro; en esos casos el niño muestra los labios morados y comienza a tener sacudidas de brazos y piernas, que es el auténtico espasmo. De cualquier manera, la recuperación es casi inmediata y el pequeño vuelve a su actividad normal como si nada hubiera sucedido y sin presentar nunca ninguna secuela de tan aparatoso episodio.

Tranquilidad ante todo

La primera actuación paterna, quizá la más difícil, debe ser mantener en el hogar un ambiente de tranquilidad, porque está bien demostrado que la mayoría de estos niños pertenecen a familias en las que hay uno o más progenitores de constitución nerviosa.

La segunda consiste en no dejarse «chantajear» por el niño y sus crisis. El niño, de forma instintiva o consciente, percibe el dominio que ejerce sobre sus padres y en adelante utilizará la simple amenaza de llanto para conseguir de ellos cuanto desee.

Una vez iniciado el llanto, si el niño «se encana», se le debe estimular con unos suaves golpes en la espalda o mojándole la cara con agua fría o soplándole en ella. Si, con todo, se llega a la convulsión, se colocará al niño en un lugar cómodo donde no pueda golpearse con ningún objeto. La crisis dura apenas unos segundos.

No es una epilepsia

Cuando las convulsiones se repiten en cualquier plazo de tiempo puede hablarse de epilepsia aunque para otorgar este calificativo diagnóstico se precisa la confirmación de que existe una zona del cerebro, o todo él, que periódicamente efectúa aquellas descargas eléctricas anormales.

Precisamente la falta de este dato en las principales convulsiones que se presentan durante la niñez -las convulsiones febriles y los espasmos del llanto o del sollozo- es lo que hace que no se incluyan entre los trastornos epilépticos.

Cómo actuar ante una convulsión

Tanto en las convulsiones típicas como en las atípicas se han de tomar durante su aparición dos medidas generales:

– Colocar al niño en un lugar cómodo y evitar que pueda hacerse daño con las sacudidas violentas: desabrocharle la ropa, introducirle entre los dientes algún objeto que impida la mordedura de la lengua por la contractura mandibular.

– Bajar la temperatura, bien por medios físicos -compresas de agua fría o de alcohol sobre la frente, extremidades y en los pliegues y flexuras de estas- o medicamentos antitérmicos.

José Ignacio de Arana. Doctor en Medicina y Cirugía. Especialista en Pediatría y Puericultura

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