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Para ser feliz, la solución es el problema: ¿qué te lo impide?

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Querer evitar el sufrimiento y la ansiedad es simple y llanamente humano. Atrevernos a experimentar los sentimientos negativos nos fortalece y nos hace libres ante las dificultades.

«10 reglas de oro para ser feliz«. Probablemente este u otro título similar le resulte familiar, no es difícil divisarlo en escaparates o listas de recomendaciones sobre «libros panacea». Desde niños nos transmiten que los pensamientos y sentimientos pueden y deben controlarse. Así, pedimos a los niños que dejen de llorar o se tranquilicen. También entre adultos nos dirigimos mensajes como «olvídalo ya», «no te ralles», «canaliza o controla tus emociones».

Los propios profesionales de la salud mental, mediante sus terapias, pueden invitarnos a distraernos, olvidar o sustituir nuestros pensamientos negativos por otros más positivos. De algún modo, la idea que prevalece y vamos interiorizando es algo así como «no deberías estar así», «debes sentirte bien y pensar en positivo».

La moda de evitar sufrir psicológicamente

Parece estar de moda evitar sufrir psicológicamente. ¿Tratamos de vivir sin ser conscientes de ello? Parece que se nos olvida que sufrir (estar preocupado, triste o agobiado) resulta inherente a la vida y a la condición humana. Vivir conscientemente implica incomodidad, pero también libertad, pudiendo convertirse nuestra actitud ante la primera en el principal problema. El peligro, el dolor, la enfermedad o la muerte forman parte de nuestra vida.

¿Cómo enfrentamos una pérdida de empleo, una ruptura sentimental o el fallecimiento de un ser querido? Es inevitable pasarlo mal. Sin embargo, probablemente nuestra reacción inmediata sea rebelarnos o luchar contra ese malestar, evitarlo o intentar controlarlo.

Gran parte del sufrimiento humano y de muchos problemas psicológicos encuentran su origen en la huida del malestar, en la eludir la experiencia del sufrimiento.

Es precisamente el deseo de negarnos a pasarlo mal, de prestarle atención u olvidarlo, lo que lo convierte en problema. Podemos comprobarlo con un ejercicio muy sencillo. ¿Qué pasa si intentamos no pensar en rojo? He ahí el problema del control. El intento por controlar nuestros eventos privados negativos o desagradables (pensamientos, recuerdos, sentimientos, sensaciones corporales) genera un «efecto rebote», aumentando su intensidad, frecuencia o accesibilidad a nuestra conciencia, más que eliminarlos o disminuirlos. Resulta paradójico darnos cuenta de que acabamos convirtiendo la solución en el problema.

Nuestro anhelo de evitar el sufrimiento es humanamente comprensible, pero también ilusorio. La evitación nos hace vulnerables. Reduce nuestra resistencia al malestar, como la tolerancia ante la incertidumbre, y nos vuelve dependientes de «remedios» contra el mismo. ¿Realmente en la actualidad hay más problemas mentales? ¿Es casualidad que su mayor incremento suceda en las sociedades más desarrolladas? Del mismo modo que nuestro sistema inmune genera defensas a partir de su exposición a gérmenes, sufrir fortalece nuestra resistencia psicológica al estrés.

Entre la aceptación y la resignación

La frustración se ha convertido en la vacuna olvidada de nuestro siglo. Una actitud alternativa a la evitación es la aceptación. Abandonemos la lucha contra el malestar, atrevámonos a aceptar y experimentar nuestros eventos privados sin juzgarlos. Renunciar a su control nos rompe los esquemas y nos fortalece, al darnos cuenta de que somos capaces de pensar y sentir voluntariamente lo que más tememos.

Pero no confundamos la aceptación con la resignación. Aceptar no es resignarse. Resignarse implica seguir sufriendo, ya que continuamos anhelando el control. La resignación nos atrapa, al llevarnos a sentir víctimas de la situación y, en consecuencia, a no hacer nada («esto es lo que hay, no puedo hacer nada»). En la aceptación hay aprendizaje y libertad. Cuando acepto, desaparece mi deseo de cambio, convirtiéndose inexorablemente en la vía de transformación hacia el mismo.

Se trata de una invitación a una «solución» alternativa, que implica apertura ante la contemplación de nuestros eventos privados, disposición para aceptar los desagradables y orientación hacia los objetivos o metas relevantes en nuestra vida, sin olvidar el inevitable «a pesar de».

Irene Alústiza Quintana. Psicóloga

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