Sabemos que la principal misión de los padres y de las madres es la de acompañar a sus hijos durante el largo camino del crecimiento personal, educándoles de una manera que les permita conocerse a si mismos y avanzar hacía la responsabilidad, la seguridad y la felicidad. Por esa razón, encontraremos pocas tareas más desafiantes.
En el día a día los padres y las madres podemos llegar a vivir momentos de tensión que nos sacan de nuestras casillas y que se prolongan más de lo que nos gustaría. Se trata, por todos los medios, de reducir esos conflictos y de tener una buena conexión con nuestros hijos, pero no siempre se consigue, sobre todo, si tenemos en cuenta el gran impacto emocional que han recibido y sufrido la mayoría de las familias en el último año por la pandemia y sus restricciones.
¿Por qué no nos hacen caso o se portan mal?
En este sentido, nos planteamos: ¿por qué y para qué los niños/as pueden llegar a no hacer caso o «a portarse mal«?
En muchas ocasiones, y según la edad, puede que no sepan hacer otra cosa: reaccionan de forma impulsiva, guiados por sus emociones más primitivas. Es su manera para expresar algún malestar, medir los limites y el cariño de sus padres, encontrar su lugar en la familia y sobre todo para cubrir sus necesidades primarias de afecto y validación, sobre todo, cuando lo que reciben por parte de sus padres no es suficiente.
Entonces, ¿por qué creemos que sea mas fácil para los niños a cambiar su conducta? Hasta llegamos a entrar en una lucha de poder con ellos para conseguirlo. Adolf Adler, médico y psicoterapeuta austríaco, afirmaba que «una batalla contra un niño es siempre una batalla perdida. [*] Ahorraríamos mucho esfuerzo si nos diéramos cuenta que la cooperación y el amor no se consiguen por la fuerza».
Si queremos ver resultados favorables en la conducta de nuestros hijos debemos dejar de centrarnos en que cambien ellos y redirigir nuestra atención hacia nosotros mismos. ¿Por qué? Primero, porque nosotros tenemos algo que ellos aún no tienen: un cerebro maduro. Con su parte racional desarrollada y bien integrada, donde podemos encontrar todos los recursos para acompañarlos, sostenerlos y enseñarles la autorregulación emocional. Y segundo, porque nuestro equilibrio y bienestar emocional es tan importante cuanto el de nuestros hijos: cuidar de nosotros es el requisito fundamental para poder cuidar de nuestros críos.
El comportamiento de nuestros hijos depende de nosotros
Vamos a explorar estos dos aspectos con más detalle.
Solo alrededor de los 2 años empieza a desarrollarse el neocortex, el área cerebral responsable de todas aquellas funciones mentales superiores, y no acaba de formarse hasta pasados los 20 años. En este sentido, somos nosotros adultos quienes tenemos que aportar empatía y racionalidad a la situación: conectando emocionalmente con los niños y redirigiendo su conducta.
El primer paso para poder conectar con ellos es entender lo que está pasando por su pequeño cerebro, según su edad y según la situación que está viviendo. Cada momento evolutivo viene acompañado por una serie de necesidades afectivas y emocionales, entre otras, que orientan sus impulsos y explican muchas de sus conductas.
Entender y validar sus necesidades significa entenderlos y validarlos a ellos, favoreciendo así la conexión emocional. Llegados a este punto no nos queda que acompañarles, sostenerlos y ayudarles a que puedan cubrir estas necesidades de una forma más adecuada y respetuosa, redirigiendo su conducta. ¿De que manera? Ofreciéndoles alternativas más sanas de las que sus impulsos les proponen.
Con nuestros ejemplo y nuestra manera de autorregularnos podemos ofrecer a los niños una de las mejores alternativas. Y aquí que llegamos al punto dos.
¿Qué nos pasa cuando nuestros hijos no nos hacen caso?
Para poder llevar a cabo su misión y acompañar a sus hijos en el camino de su vida y en su desarrollo, cada progenitor es llamado a funcionar por un lado de modelo (cómo se autorregula) y por el otro de sostén y contenedor emocional. Imaginamos fuéramos un vaso de agua y que nos vamos llenando por cada vivencia desagradable que podamos tener a lo largo del día.
El adulto, gracias a su cerebro maduro, puede utilizar sus recursos personales para ir vaciando su vaso y poder crear el espacio suficiente para contener la cantidad de agua que los niños van añadiendo en su propio vaso. De esta manera podemos ayudar a digerir y elaborar sus experiencias emocionales. ¿Que pasa si nuestro vaso, cuando llegamos al final del día, sigue lleno de agua? Lo más esperable es que no podamos funcionar de sostén y contenedor, ni comprender y responder a las necesidades de los niños. Es más, en muchas ocasiones son nuestras necesidades a prevaler y terminamos por vaciar nuestro vaso de agua sobre ellos.
¿Cómo pueden los padres prevenir estas situaciones de conflicto?
Con la practica del autocuidado. Muchas veces padres y madres creemos que podemos con todo y que dedicarnos un momento a nosotros es una pérdida de tiempo o incluso nos sentimos egoístas y culpables.
Aún más en el periodo en el que estamos viviendo, caracterizado por la angustia por la situación sanitaria, la sobreinformación a la que estamos expuestos, las restricciones en la vida social y la dificultad en la conciliación laboral y familiar, encontrar momentos para cuidarse es la mejor receta para sentirse bien con nosotros mismos y para poder cuidar de los demás.
El autocuidado abarca todos los niveles de nuestro ser, el cuidado físico, junto al de nuestra imagen corporal, el cuidado mental y el cuidado emocional: hacer algún deporte, darnos un masaje relajante, disfrutar de un paseo al aire libre, llamar a un amigo lejano, empezar a leer esa novela que tanto nos apetece, bailar, cantar, escuchar el silencio o simplemente recordarse de beber mucha agua (sobre los 2 litros al día) y tomarse un descanso de 10 minutos para meditar.
Sea lo que sea, dedicarnos tiempo y atención a nosotros y a lo que nos gusta más, puede ayudarnos a vaciar nuestro vaso de agua y a estar preparados para recibir el de nuestros hijos. Y, naturalmente, volver a acercarnos a la crianza de una forma más ligera y menos desafiante.
Francesca Cassisa. Psicóloga y Psicoterapeuta Infantojuvenil y de Familia de Psicólogos Pozuelo
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