Lo hemos dicho muchas veces: lo mejor para educar es dar ejemplo. Ahora, un reciente estudio viene a dar la razón a esta máxima de la educación, pues acaba de demostrar que la bondad «se contagia», es decir, que ver a otras personas haciendo el bien hace que los demás se inspiren y sean generosos también.
«La presión de grupo no tiene que ser siempre mala«. Así lo expresa Jamil Zaki, profesor asistente de psicología en la Universidad de Stanford y uno de los autores de un conjunto de investigaciones que han demostrado una clase más amplia de conformidad positiva. En un artículo publicado en la revista Scientific American, este psicólogo cuenta cómo sus compañeros y él han averiguado «que la gente no sólo imita las particularidades de las acciones positivas, sino el espíritu que subyace en ellas».
Positividad
Para estos investigadores, los resultados de sus estudios indican que la bondad «es contagiosa» y no solo eso, sino que este contagio podría «tener un efecto de cascada sobre toda la gente, adoptando nuevas formas a lo largo del camino». Es decir, no han descubierto que ver a una persona donar dinero a una organización benéfica vaya a hacer que otra haga lo mismo, pero sí puede llevar a que quien la observa tenga un comportamiento bondadoso de otro tipo, más adaptado a su personalidad. «Nuestro trabajo sugiere que la bondad de un individuo puede inspirar a otros a extender la positividad de otras maneras», resume el profesor.
En su investigación, los psicólogos de la prestigiosa universidad estadounidense observaron sin duda alguna este contagio de la bondad pero, ¿qué llevaba a ello?. «Todavía no entendemos completamente las fuerzas psicológicas que controlan el contagio de la bondad«, admite Zaki en su artículo.
Para intentar explicarlo, alude a la posibilidad de que la gente valore la afinidad con otras personas. «Por ejemplo, hemos encontrado que cuando las personas aprenden que sus propias opiniones coinciden con las de un grupo emplean regiones del cerebro asociadas con la experiencia de recompensa», comenta, matizando que esta actividad cerebral «se corresponde con los esfuerzo posteriores para alinearse con un grupo»; es decir, «cuando las personas se enteran de que otros actúan amablemente pueden llegar a apreciar más la bondad de ellos mismos».
Conformidad, ¿fuerza para el bien?
Es posible que muchos piensen que, tal cual se contagia la bondad, puede hacerlo la maldad. El mismo autor principal del estudio lo menciona, pues últimamente se puede observar en Estados Unidos un resentimiento que refleja que hay personas siguiendo el ejemplo de otras. «La creciente y amarga brecha entre izquierda y derecha en la política estadounidense muestra lo volátil que puede ser esa polarización», comenta el investigador.
Ahora bien, hay margen. A su juicio, el trabajo realizado en su universidad «sugiere que la conformidad puede llevar no sólo a la animosidad, sino también al compromiso, la tolerancia y el afecto«. Pero, ¿cómo? «La batalla entre la conformidad positiva y la negación probablemente depende de qué normas culturales la gente observa con mayor frecuencia», explica.
Esto quiere decir, según este experto, que las personas que viven rodeadas de «grandilocuencia y antagonismo» tienden hacia comportamientos «hostiles y excluyentes». En el lado opuesto, quien percibe de los demás empatía «se esforzará en ser empático, incluso con personas diferentes».
«Al hacer hincapié en las formas de empatía-positiva, podemos ser capaces de ejercer poder sobre la influencia social para así combatir la apatía y el conflicto de formas nuevas», argumenta el investigador. De hecho, insiste en una máxima: es en ese momento, cuando se trata de reparar las divisiones ideológicas y cultivar la amabilidad, cuando «necesitamos todas las estrategias que podamos encontrar». Y las tenemos.
Damián Montero
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