Algunos estudios consideran que adultos con dificultades de autorregulación desde la infancia presentan un alto riesgo de inadaptación social. El proceso de adquisición de la autorregulación emocional se inicia en los primeros meses de vida y perdura hasta la edad adulta.
Para lograr la madurez emocional cada niño sigue su propio curso: lo que unos consiguen rápidamente, otros lo logran con más esfuerzo. Lo fundamental es perseverar y ayudarles.
La habilidad para manejar las emociones y sentimientos
La autorregulación emocional es capacidad para experimentar emociones (positivas o negativas) de forma moderada y flexible, así como la habilidad para manejarlas. Poseerla implica que la persona sea consciente de sus propias emociones, las exprese de forma adecuada y sepa controlarlas cuando dejan de ser necesarias. Es uno de los componentes más importantes de la inteligencia emocional.
Esta cualidad se adquiere a través de factores internos y externos, que determinarán el impacto de nuestras reacciones emocionales sobre nosotros mismos. El temperamento es uno de los principales factores internos y hace referencia, por un lado, a nuestra sensibilidad para experimentar emociones y, por otro, a la intensidad con que reaccionamos frente a ellas.
La autorregulación emocional se caracteriza principalmente por elementos neurofisiológicos y cuenta con un importante componente hereditario. El temperamento es determinante a la hora de regular las emociones durante los primeros meses de vida en los niños. Así, habrá bebés con una mayor sensibilidad e intensidad frente a emociones -como el malestar- que serán más difíciles de calmar, mientras que otros bebés, bajo las mismas circunstancias, reaccionarán de forma más moderada y se les calmará con mayor facilidad.
Factores externos de la autorregulación emocional
1. El aprendizaje. El más importante tiene que ver con aspectos educativos y se refieren al papel que tienen los padres como guías para facilitar la adquisición de la autorregulación en los hijos.
A medida que el niño crece intenta armonizar ambos grupos de factores a través del aprendizaje, la experiencia, el ambiente que le rodea y los modelos de autorregulación que observa en sus figuras de apego. La madurez emocional será el resultado de esta apasionante tarea, comenzando en los primeros meses de vida y perdurando hasta la edad adulta.
2. La tolerancia a la frustración. La autorregulación emocional recibe cada vez mayor atención por parte de la psicología clínica debido a la alta demanda por niños y adolescentes (incluso adultos) con problemas en este ámbito. Se trata de pacientes que no saben tolerar un no por respuesta, actúan a través de rabietas difíciles de contener, emplean la agresividad como único recurso para manejar la ira y la frustración y tienen graves problemas en la convivencia diaria. Una de las consecuencias más incapacitantes, fruto de esta carencia, es la dificultad que tienen para proponerse metas que impliquen tolerar cierto malestar por el camino. «Sobre-reaccionan» ante la frustración de tal modo que acaban por desbordarse, rehusando tomar futuras decisiones beneficiosas porque les genera costes emocionales.
3. La adaptación social. Algunos estudios consideran que adultos con dificultades de autorregulación desde la infancia presentan un alto riesgo de inadaptación social. Ello se manifiesta a través de mayores conflictos de pareja, incompetencia en la educación de los hijos en aspectos emocionales o problemas en el ámbito laboral y de relaciones sociales. Por el contrario, la madurez emocional es un factor de protección frente a trastornos mentales como la ansiedad y la depresión.
4. El carácter. También la psicología positiva se ha interesado enormemente en esta cualidad. Tanto es así que ha sido incluida como una de las veinticuatro fortalezas de carácter del ser humano. Junto a otras tres fortalezas (capacidad para perdonar, la humildad y la prudencia) forman parte de la virtud de la moderación.
Aspectos evolutivos en la infancia
El proceso de adquisición de la autorregulación emocional se inicia en los primeros meses de vida y perdura hasta la edad adulta. La aparición de las diferentes estrategias para el autocontrol del niño es paralela a su desarrollo evolutivo.
1. Durante los primeros meses de vida, los bebés fundamentan su autorregulación con estrategias pasivas y aún muy poco elaboradas. De todas ellas, la más importante se basa en la búsqueda de su fuente de seguridad (su figura de apego). Cuando el bebé sufre un malestar, además de necesitar cubrir sus necesidades básicas, solicita el calor y la seguridad de sus padres hasta lograr la calma.
Al contrario de lo que establecen algunas corrientes, desaconsejando coger demasiado en brazos a un bebé, porque sino… se «mal-acostumbra», la realidad es que un bebé necesita desarrollar en primer lugar una regulación externa -la que le aportan los padres cogiéndole, acariciándole, etc.- para iniciar posteriormente una regulación interna. Sin la primera, la adquisición posterior de estrategias autónomas de autorregulación no sería posible. Estudios ya clásicos demuestran una clara relación entre la ausencia prolongada de un lazo afectivo del bebé con una figura de apego y un tipo de depresión llamada depresión anaclítica, la cual, en su forma más grave, puede derivar en marasmo y muerte del bebé.
2. Un segundo cambio evolutivo se da a partir de que el niño adquiere mayor destreza psicomotora (coger objetos, gateo, dirigir la mirada, etc.). A partir de entonces surgen nuevas estrategias de regulación emocional más elaboradas y complejas, como acercarse al objeto que causa la alteración emocional, rechazarlo (por ejemplo con las manos), huída de esta fuente (con el gateo), refocalizar la atención en otro lugar o el uso de distracción con ayuda de otros objetos (además de mantener la búsqueda de protección de los padres).
El que un niño utilice en estas edades un tipo de estrategias u otras viene influido por el temperamento y por la calidad de la interacción que mantenga con sus cuidadores. En esta etapa, el pequeño ya puede comenzar a regularse autónomamente de una forma más eficaz, aunque aún sea de manera inmadura. No le es necesario acudir siempre a los brazos de los padres, pues en ocasiones es capaz de calmarse con sus propios recursos. Conviene, no obstante, atender a la individualidad de cada niño. Algunos serán más reactivos e intensos y aún necesitarán mayor apoyo externo (padres), que los que tardan más en alterarse y lo hacen con menor intensidad.
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