Sin duda alguna, las personas que más sacan a otras de sus casillas siempre son aquellas que no saben escuchar. ¿Por qué? Simplemente porque piensan que su opinión es la única válida, la buena, la que tiene que prevalecer “a voces” sobre todas las demás.
Para poder mantener una conversación, no sólo es necesario saber hablar, es casi más importante saber escuchar con atención. En este sentido, tan feo es estar en la luna como interrumpir constantemente. Aunque parezca mentira, algo que no se escuchó con atención puede que sea lo más importante de una conversación o, quizá, aspectos esenciales de la misma que la confundan o no permitan entenderla.
Ejem, ejem
La persona que interrumpe a menudo la conversación, introduciendo otros temas y desviándola constantemente no sólo es un malísimo conversador sino que sus relaciones sociales serán necesariamente superficiales.
Y es que, escuchando lo que dicen los demás les damos la oportunidad de expresar sus ideas, les mostramos nuestro respeto a la vez que nos enriquecemos.
Por eso, se debe escuchar con atención y comprensión, evitando en todo momento mantenerse al acecho para cortar el hilo de la conversación.
Breves observaciones
Es evidente que la atención es el primer deber del que escucha. Cuando se está hablando con una persona lo correcto es dejar patente que estamos interesados en lo que se nos está comentando: las exclamaciones, breves observaciones, los gestos o miradas amables y de asentimiento suelen ser los mejores aliados en estos casos.
Sólo podremos interrumpir a una persona cuando necesitemos que nos aclaren algo mal entendido. Está claro que si a mitad de una charla con un amigo no comprendimos algunos aspectos de su exposición no será incorrecto pedirle que nos explique aquello que no entendimos, todo lo contrario. Lo erróneo sería esperar al final pues en ese caso tendría que volver a repetirnos todo desde el principio.
En una conferencia
Cuando asistamos a una conferencia seguiremos con atención las palabras del orador. Y en el caso, no del todo improbable, de que nos aburramos mortalmente, trataremos de disimular: cuando los ojos nos pesen y nos aceche el sueño, haremos lo que sea necesario para no bostezar y por supuesto para no pegar cabezadas. Puede que a nosotros nos resulte demasiado monótona la charla pero nadie se merece el desprecio de unos sonoros bostezos o de unas inoportunas cabezadas.
En estos casos, lo mejor es intentar meternos de lleno en el tema anotando nuestras conclusiones y comentarios. De esta forma, será mucho más difícil que nos sintamos somnolientos.
Sin distraer a los demás
En una reunión de trabajo con varias personas lo más adecuado es pedir permiso para hablar (en caso contrario sería un lío). Como es lógico, es muy importante escuchar los razonamientos de los demás en sus intervenciones. Después nos resultará mucho más sencillo emitir nuestras propias opiniones.
Es, asimismo, una muestra de delicadeza saber ceder la palabra cuando vemos que otro también quiere intervenir a la vez. Al conversar lo importante no es atropellar o ganar por la mano sino permitir que los demás participen activamente.
¡Fuera ruiditos molestos!
Por último, evitaremos toda clase de gestos, ruidos o toses que puedan distraer a nuestros compañeros de trabajo. Para la exposición de cualquier tema se necesita una gran concentración y todo el mundo debe contribuir a ella, incluidos los que atendemos a las explicaciones. Ruiditos con el bolígrafo, con un anillo, con las sillas… Pueden estropear el esfuerzo de muchos meses de trabajo.
En cuanto a las toses, si no nos encontramos en disposición de atender, mejor será que nos retiremos discretamente. Si por el contrario se trata de un tic o de una manía procuraremos evitarla o, al menos, controlarlo en la medida de lo posible en deferencia a los demás.
Irene Gutiérrez
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