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Cómo explicamos a los niños… que nos morimos

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La muerte, inevitable y a la vez impredecible, es el gran límite que afecta a la persona en todas sus dimensiones: física, psíquica y espiritual. Supone el final de la vida en este mundo y nos recuerda que estamos «de paso».

Los adultos somos conscientes de lo que significa, aunque muchas veces queramos ignorarla en la vida cotidiana, o peor aún, la veamos como un obstáculo para alcanzar la felicidad social. Quizás por la ambigüedad con la que frecuentemente se entiende la muerte en nuestra sociedad moderna y capitalista, que resalta a menudo sus aspectos más utilitaristas, y que por ello la despoja de su esencia más profunda y por tanto de su dignidad, nos resulta extraordinariamente difícil y penoso transmitir a nuestros hijos el fallecimiento de un ser muy querido.

Pero los niños, que están perfectamente capacitados para descubrir lo esencial tras los velos que los adultos a menudo colocamos torpemente sobre la realidad, no se dejan engañar fácilmente y reclaman explicaciones verdaderas y satisfactorias sobre todo y también sobre la muerte.

Es parte del papel como padres explicar a los niños que nos morimos sin traicionar esta capacidad perceptiva, adecuando sus respuestas a lo que cada hijo necesita en ese preciso instante. Porque, frente a la muerte de un ser cercano, es normal que los hijos se hagan preguntas tan básicas y lacerantes como por ejemplo: ¿Por qué se ha muerto el abuelo? ¿Ha sido por mi culpa? ¿Ya no voy a poder verle más? ¿Tú y yo también nos vamos a morir?

¿Qué le digo? ¿cómo se lo digo?

Son esas preguntas y la dificultad de dar respuestas satisfactorias lo que nos puede causar una cierta zozobra: ¿qué le digo y cuándo? ¿Será capaz de comprenderlo? ¿No será mejor que le diga una mentira piadosa, por ejemplo que se ha ido a hacer un viaje muy largo? Y en ese caso, ¿será mejor que no vaya al funeral? En todos estos pensamientos subyace un deseo, totalmente comprensible, de no causar al hijo un daño que pueda ir más allá de la lógica tristeza por la pérdida de su abuelo.

Por ello, es conveniente tener en cuenta una serie de aspectos a la hora de decidir la mejor manera de comunicarle una realidad que en cualquier caso no puede quedar oculta por mucho tiempo.

Lo primero que tenemos que hacer es ser conscientes de lo que ha supuesto para nosotros la pérdida y de nuestras reacciones ante la misma, entendiendo que debemos recordar al fallecido como una consecuencia natural de la muerte. Si no lo hacemos podemos mandarle a nuestro hijo mensajes que pueden causarle incluso más daño que el derivado de la pérdida en sí misma. Además, a la hora de contárselo a nuestro hijo, tenemos que tener en cuenta factores como su edad, madurez, personalidad, la relación que tenía con su abuelo… En cualquier caso, el punto de partida ha de ser siempre la necesidad de transmitir la verdad, porque no hacerlo puede convertir en patológico el proceso normal de duelo.

La percepción de la muerte según la edad

Los bebés desconocen su significado, pero son capaces de sentir la ausencia. Los niños de dos años ya son capaces de percibir y de sufrir la pérdida, y aunque no comprenden el concepto de muerte, se dan cuenta de los estados de ánimo de los que les rodean.

Esto cambia a partir de los tres o cuatro años, aunque normalmente la ven como algo temporal o reversible.

Entre los seis y los doce comienzan a ver la muerte de una manera más real, como algo permanente, universal e inevitable.

Hasta los nueve no suelen creer que les pueda pasar a ellos o a algún ser querido, pero a partir de los diez saben que la muerte nos llega a todos.

En cuanto a la asistencia al funeral, se recomienda que sea a partir de los ocho años, siempre acompañados y conociendo el significado que tiene.

7 recomendaciones para explicar a los niños que nos morimos

– Siempre que sea posible, la noticia tenemos que transmitirla los padres, dedicando a ello el tiempo que sea necesario. Es mejor contárselo nosotros que dejar que imagine cosas que no se corresponden con la realidad, o peor aún, que lo descubra por medio de otras personas porque afectará a la relación de confianza entre padres e hijos.

– Debemos adaptar el contenido y la forma de las explicaciones a su edad. El niño pequeño debe saber y entender con claridad que no va a ver más a su abuelo.

-Tenemos que evitar dar detalles innecesarios sobre las causas de la muerte o sobre la muerte en sí, aunque si el niño lo pide se debe responder adaptándonos a su edad, nivel de madurez y curiosidad.

– Siempre es bueno que nuestro hijo vea nuestras emociones, cómo nos ha afectado la noticia a nosotros, por lo menos en algún momento concreto y de alguna forma sencilla. Tendrá que saber y aprender cómo afectan estas situaciones, a los demás y a él mismo, y tendrá que aprender a manejar esas emociones de una manera adecuada.

– Es fundamental hacerle comprender que no es culpable del fallecimiento de su abuelo si detectamos que eso es lo que está pensando.

– En algunos niños surge un miedo intenso a que pueda morir alguien más. Podemos tranquilizar y dar seguridad a nuestro hijo.

 -Puede ayudarle a superar el duelo hacer un dibujo o escribir una carta de despedida. También ayuda contarle anécdotas, ir periódicamente a visitar su tumba con flores, o poner una fotografía en su habitación. De hecho es recomendable que nuestro hijo tenga algún objeto que le recuerde a él. Aporta estabilidad mantener las rutinas y evitar cambios bruscos como por ejemplo una mudanza o un cambio de colegio.

¿Cuándo debemos acudir a un psicólogo?

No es fácil delimitar el momento, ya que el duelo es un proceso que cada persona vive de una manera diferente. Cada uno necesita un tiempo determinado para afrontar y superar la pérdida del ser querido. A veces ese proceso se complica y se puede volver patológico. Los padres tenemos que estar atentos al comportamiento de nuestro hijo. Deberíamos acudir a un profesional si observamos que los siguientes síntomas, propios de la situación, se prolongan en el tiempo: llanto, cansancio, ansiedad, pesadillas, miedo, trastornos de sueño, trastornos de la alimentación, aislamiento…

No debemos olvidar que el fallecimiento de un ser querido y el proceso de duelo plantean retos que pueden y deben servir para fortalecer la unión familiar. Para ello es importante que seamos capaces de hablar de la muerte con nuestros hijos de una forma natural, ayudándoles a que entiendan que forma parte de la vida.

Paloma de Cendra

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