Vivimos en un mundo lleno de desgracias. Basta ver el telediario para darnos cuenta de las dificultades políticas, culturales, sociales, económicas y ahora también de salud que nos rodean. Quizás por ello, en medio de tantos problemas, sobresalen las personas con una actitud optimista.
Entendemos por optimismo una tendencia natural a ver el vaso medio lleno, a dar siempre una visión alternativa positiva de la realidad y a minimizar cualquier adversidad. Las personas optimistas tienden a ver el lado bueno de las cosas y en consecuencia suelen mostrar buen estado de ánimo. Sin embargo, ¿es esta la actitud más adecuada en todos los casos?
A favor del optimismo
Cada vez más investigaciones consiguen demostrar lo que el sentido común venía diciéndonos desde hace mucho tiempo: tener una actitud optimista es bueno. Es positivo en varios sentidos: mejora la manera de afrontar casos de enfermedad, ayuda en la resolución de problemas, disminuye el estrés, levanta el estado de ánimo… Es positivo para nosotros mismos e incluso para los que nos rodean. Podemos conocer, por experiencia propia, la diferencia entre estar con alguien optimista y con alguien que no lo es tanto.
Aquellas personas optimistas, alegres, entusiastas, que en cada dificultad ven un reto, nos transmiten emociones similares, es como si esa emoción se contagiara.
Por el contrario, hay personas que en ciertos momentos pueden irradiar todo lo contrario. Una visión negativa de la vida también se transmite. Por ello, es cierto que podemos tender a preferir personas optimistas, a acercarnos casi inconscientemente a ellas.
Por otro lado, el sentido del humor en situaciones adversas puede ser un gran aliado. Una ironía o una broma en un momento de tensión pueden conseguir que dicha tensión se reduzca. Aunque sea por un momento, el sentido del humor puede ayudarnos a ‘quitar hierro’ a situaciones que, aunque difíciles, no podemos cambiar. En definitiva, el humor puede hacer que ‘maquillemos’ la realidad y que no percibamos sus aspectos más duros; puede aliviar en ocasiones y en otras nos puede llevar a engañarnos. Por eso una actitud optimista puede no ser siempre la mejor opción.
En contra del optimismo
A veces, quitarle importancia a lo que nos ocurre, reírse de uno mismo o ironizar sobre los problemas puede ser una manera de huir de ellos, de no enfrentarlos directamente. Huir de lo que percibimos como amenazante es una tendencia natural que puede ser contraproducente en algunos casos.Imaginemos por ejemplo que comenzamos a notar que alguien a nuestro alrededor está triste, nervioso, sin ganas de nada… Sin embargo, cada vez que alguien muy cercano le pregunta qué tal está responde «fenomenal, la verdad que estoy muy bien». Quizás esta respuesta es la más acertada si estamos ante alguien con quien no tenemos mucha confianza. No obstante, cuando mantenemos esa postura ante nosotros mismos, podemos notar que algo no va tan bien como nos decimos.
Cuando nos ponemos esa careta delante de quien nos puede ayudar y apoyar, podemos sentir la tensión de estar haciendo un papel que no se corresponde con nuestra realidad. Y agravamos el problema.
También perdemos de esta manera la posibilidad de compartir nuestras dificultades con los demás, lo cual podría aliviar nuestra carga y fortalecer nuestras relaciones interpersonales. No tengamos miedo de compartir nuestras preocupaciones con nuestros seres más cercanos ya que negar la existencia de problemas o minimizar su repercusión no hace que desaparezcan ni se resuelvan. Al contrario, puede hacer que se hagan más importantes o afecten a otras áreas de nuestra vida cotidiana.
En cambio, cuando de verdad enfrentamos la dificultad, esta se hace más pequeña. Si reaccionamos ante el primer síntoma podemos cortar el problema a tiempo, si no tememos aceptar que a veces las cosas no van como nos gustarían estaremos en mejor posición de afrontarlas. El primer paso para superar algo es identificarlo y solo si nos permitimos sentir algo negativo podremos superarlo. Por tanto, no caigamos en el error de pensar que por hacer como si no pasara nada lo vamos a olvidar.
Así que entendamos que el optimismo tiene dos caras. Como casi todo. La vida también tiene un lado bueno y uno malo. No caigamos en una visión ingenuamente optimista. A fin de cuentas, una buena adaptación es estar ajustados a la realidad tal y como se presenta. Alcanzaremos una mayor estabilidad psicológica si somos capaces de mirar a las dos caras de la moneda sin miedo, sabiendo que ambos polos son parte importante de nuestro día a día.
Carmen Laspra Solís. Psicóloga clínica. Unidad de Diagnóstico y Terapia Familiar (UDITEF) Clínica Universitaria de Navarra
Te puede interesar:
– Cómo educar hijos optimistas
– El secreto de la felicidad: consigue que te pasen cosas buenas
– Marián Rojas-Estapé: «La felicidad depende de cómo interpretemos lo que nos pasa»