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Decálogo sociológico para afrontar un verano sin restricciones

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Después de más de un año con pandemia, con restricciones de movilidad, toques de queda, uso de mascarilas, confinamientos perimetrales, reunión máxima de familiares, distancia interpersonal… ahora que llega el verano y con los planes de vacunación masiva, ¿hay que bajar la guardía?

El pasado 9 de mayo se levantó el estado de alarma, sin embargo aún no ha terminado la pandemia. Aún seguimos amenazados por un virus que ha remodelado por completo nuestra vida cotidiana. Las leyes e impedimentos han restringido nuestra movilidad y tras finalizar han dado paso a celebraciones con encuentros multitudinarios, fiestas callejeras, mascarillas al aire y poco cuidado con la distancia de seguridad.

Al abrigo de esta supuesta libertad, hemos visto cómo desaparecían estas medidas de salud pública ante la perplejidad y estupor de muchos. La socióloga Alicia Aradilla explica que «estas reacciones tras el final del toque de queda sugieren algunas reflexiones: ¿Sabemos gestionarnos en libertad? ¿Necesitamos ser controlados continuamente? ¿Ponemos en riesgo nuestra vida y la de los demás por falta de autocontrol? ¿Somos más primarios de lo que creemos? ¿Sabemos controlar nuestros impulsos? ¿Somos capaces de asumir la libertad que reclamamos como ciudadanos?».

Estos comportamientos grupales, no son mayoritarios, pero crean un impacto de alto riesgo en la mayoría. La experiencia de pandemia nos ha hecho ver que hemos sido capaces de crear comunidad por la salud de todos y lo deseable es que continúaramos así.

Décalogo sociológico para un verano sin restricciones

Existen algunas acciones individuales que pueden ayudarnos a recuperarnos como sociedad creando comunidad. Descubre el Decálogo social para afrontar el futuro que viene, el más cercano, el del descanso estival:

1. Hablar más en casa y en familia. Es importante realizar conversaciones reflexivas en los entornos familiares, porque cada persona que acude a un acto multitudinario cuando finaliza vuelve a casa, donde – en diferentes tipologías- hay un entorno familiar que puede influenciar en su comportamiento.

2. Evitar la sobreinformación. Salir del hiperconsumo compulsivo de información para estar informados en dosis adecuadas es fundamental para nuestra salud física y emocional.

3. Encontrar un equilibrio sociosanitario. De mismo modo que no es necesario instalarse en el miedo disfuncional, como sería el síndrome de la cabaña que no te deja salir de casa, tampoco lo es bajar la atención en referencia a las medidas mínimas de protección.

4. Saber contener el deseo del placer individual en pos del deseo grupal. No realizar determinadas actividades sociales ahora, puede llevarnos a poderlas realizar todos más adelante como acudir a fiestas multitudinarias, manifestaciones, botellones…

5. Ser inteligente social. Evitar ser uno más en aglomeraciones de gente, respetar la distancia de seguridad, utilizar la mascarilla… puede ayudar a preservar la salud colectiva y es un síntoma de inteligencia emocional, relacional y social.

6. Dejar de aplaudir como espectadores y pasar a ser actores. Expresar nuestro agradecimiento y respeto al sector sanitario, desde nuestras acciones cotidianas, respetando la mayoría de las normas que han estado vigentes durante el estado de alarma también en verano.

7. Ser ejemplo del mundo que deseamos ver. Cambiar la sociedad desde el ejemplo de los actos propios más que desde la crítica al prójimo.

8. Mirar hacia dentro. Más que criticar el comportamiento ajeno, hagamos autocrítica del comportamiento propio, con el que – directa o indirectamente- hemos contribuido.

9. Aceptar nuestra naturaleza. Somos seres sociales, sólo sabemos vivir manera óptima y equilibrada en comunidad, por lo que debemos ser cuidadosos para evitar nuevas futuras restricciones.

10. Aceptar el presente. Saber vivir desde la consciencia del impacto de nuestras acciones. ¿Desearíamos estar en otra situación? Obviamente sí, pero convertir eso en la justificación de determinados actos es un claro signo de analfabetismo emocional.

Marina Berrio
Asesoramiento: Alicia Aradilla, socióloga

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