Son muchos los pensadores y escritores que han calificado nuestro tiempo como la «era de la ansiedad«. El hombre actual puede presumir de tener muchas cosas, sin embargo, estos avances son un arma de doble filo: facilitan la vida, pero a la vez, esclavizan.
Mala calidad de vida
Si nos planteamos qué es lo que siente el hombre de nuestro tiempo, veremos que estamos sujetos a la prisa, la impaciencia, el estrés… indicadores sociales indiscutibles de una sociedad estresada y abducida por los agobios. Están en boga términos como el mobbing, el síndrome del quemado o burn out, la violencia de género, etc., que destilan síntomas -entre otros- como la ansiedad o la mala calidad de vida.
Estudios recientes indican que los trastornos por ansiedad son los que se dan con más frecuencia en la población general. La angustia, o indicadores de estrés, están presentes en múltiples ámbitos como son el laboral, el educativo y también en el familiar y social. Aunque la palabra ansiedad connota un matiz peyorativo, no es «per se» negativa, sino que incluso puede ser adaptativa.
El sentirse nervioso o inquieto en determinadas circunstancias, no sólo no es nocivo sino que es humano. Nos ayuda a enfrentarnos a ciertos requerimientos y exigencias concretas de la vida, aumentando nuestro rendimiento. Nos sirve para afilar nuestros recursos y hacer frente a las demandas externas.
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Actuamos sin pensar
Sin embargo, la ansiedad puede dejar de ser adaptativa y convertirse en patológica. El problema surge cuando la respuesta de ansiedad es desproporcionada en intensidad y duración. La insatisfacción en la que se sume el hombre de hoy, es propia de sociedades saciadas, acomodadas, narcotizadas y poco pensantes. Se nos ofertan recursos y servicios dedicados al cuidado paliativo de una sociedad que corre pero no piensa, actúa pero no reflexiona, consume compulsivamente y sin discernimiento, buscando la satisfacción en falsas gratificaciones.
La imagen y el poder se convierten en el salvoconducto del éxito, por lo que el hombre se convierte en un desesperado buscador de ello, con el consecuente malestar que provoca, terminando en una inconmensurable insatisfacción vital. Es entonces cuando aparece la incapacidad para encontrar la tranquilidad y el confort en las cosas cotidianas, que no necesariamente han de ser espectaculares. Se busca tener el control de todo, perdiendo el control de las propias emociones.
Dra. Montse Giner Lladós. Psicóloga clínica del Centro ABB. Profesora de la UIC y de la Universidad Abat Oliba (CEU). Coordinadora del gabinete psicológico infanto-juvenil y de adultos
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