¿Has caído en la cuenta de que Las cicatrices no duelen? Con este título tan sugerente despega el segundo trabajo de la psiquiatra Anabel González, quien asegura que son las heridas abiertas, es decir, los traumas y los bloqueos del pasado, las que no nos dejan avanzar.
Anabel González compara el tratamiento de las heridas emocionales con el que deben recibir las heridas físicas, es decir, hay que limpiarlas bien y dejarlas secar al aire para que se vayan cerrando. Cuando esto ocurre la herida se convierte en una cicatriz que no duele, aunque nos recuerde lo que pasó.
Sin embargo, cuando nos tapamos la herida y no le da el aire, puede infectarse generando un problema de más envergadura. Con las heridas emocionales pasa lo mismo, hay que dejarlas a la vista, y curarlas hasta que se conviertan cicatrices, que nos ayuden a pasar página.
Las mejores experiencias son las de los errores
Las cicatrices no duelen da una idea de resiliencia al superar con éxito una herida. ¿Podría explicar este concepto tan importante?
Las crisis, las experiencias difíciles, son aprendizajes. En todo aprendizaje hay un desafío, una superación de algo que antes costaba y ahora no. El aprendizaje está más hecho de errores que de aciertos. Lo mismo ocurre en las relaciones y en todos los aspectos de la vida. Realmente, si pensamos en nuestra sabiduría acumulada, probablemente nos vengan a la mente experiencias complejas, no días en los que ocurría lo mismo de siempre. Ahora bien, para aprender de una experiencia, ésta no puede ser todavía una herida abierta. Es difícil sacar aprendizajes de un dolor que aún es intenso, estaremos centrados en hacer lo posible para que el dolor se vaya. Por eso sólo las experiencias que hemos asimilado, desmenuzado, integrado, nos sirven como referencia para el futuro.
¿Qué necesitamos para que nuestras heridas cicatricen? ¿Qué hacer para que les dé el aire, para no taparlas y que puedan infectarse?
Necesitamos no taparlas en seguida para no verlas, mirar de vez en cuando como están, y dejar que otros nos las vean porque a veces no podemos hacernos las curas nosotros solos. Eso significa pensar en ello, permitirnos sentirlo, dejar que vean lo que sentimos, contarlo… Y sobre todo, necesitamos no hacer cosas que las compliquen más. No pocas veces nos damos martillazos en la herida, culpándonos por haber hecho o dejado de hacer, enfadándonos o avergonzándonos de que la herida esté ahí.
¿Por qué nos convertimos en nuestro peor enemigo cuando lo que necesitamos es salir a flote?
Los seres humanos tenemos ideas muy curiosas, que nunca han sido demostradas. Creemos que el mundo es justo, pese a las múltiples pruebas que vemos de lo contrario, y también que funcionamos desde la lógica, cuando raramente es así. La cantidad de personas que sienten que son su peor enemigo o que se autoabandonan cuando las cosas van mal es más alto que el de personas que se cuidan más en sus peores momentos que en ningún otro. Aunque hay muchas causas, muchas veces nos cuidamos como hemos sido cuidados por las personas significativas de nuestra vida, para bien y para mal.
Cuidarnos, entendernos, protegernos, dejar que nos pasen cosas buenas… ¿es la clave para dejar de sufrir por lo que nos pasa, por lo que nos hacen?
Si, aunque no fuera así antes, empezamos a aprender a mirarnos con más aceptación, si pensamos en si las cosas nos hacen bien o no, y no solo en si son lo que los demás esperan de nosotros o lo que debemos hacer, al menos nosotros estaremos de nuestro lado. Eso nos ayuda a compensar las dificultades y los malos momentos que la vida, inevitablemente, trae. No depende solo de lo que pasa, o de cómo nos sentimos, sino también de lo que hacemos con lo que sentimos. Este era el tema central de mi anterior trabajo, Lo bueno de tener un mal día.
¿Una buena o mala autoestima depende de nosotros mismos o de la influencia recibida del exterior?
Las creencias sobre nosotros mismos no salen del aire, en algún lugar se establecen, de alguna experiencia surgen. Por supuesto, venimos al mundo con distintos temperamentos, podemos ser más sensibles, por ejemplo, y esto va a influir en cómo nos afectan las cosas. Pero las creencias en buena medida son aprendizajes, y por lo tanto, pueden evolucionar.
¿Cómo podemos mejorar en autoestima y cambiar nuestro diálogo interior?
Una pregunta para hacernos a diario es: lo que me digo a mí mismo ¿se lo diría a mi mejor amigo? Es bueno además tomar conciencia de dónde lo aprendí, si repito lo que otros me dijeron, cuando empecé a decírmelo… Lo más importante es cambiar nuestros automatismos, reflexionar sobre nuestros pensamientos en lugar de aceptarlos sin más como verdades absolutas. También es importante dejar entrar los comentarios positivos de los demás. No pocas veces las críticas nos sientan mal, pero no solo no las cuestionamos, sino que las multiplicamos con nuestra propia autocrítica, mientras le quitamos importancia a los comentarios positivos diciendo que no es para tanto o que nos lo dicen por decir. Con ese filtro tan sesgado, acabamos incrementando la visión negativa sobre nosotros.
¿Qué está fallando en el mundo de las relaciones sociales en este momento?
No creo que haya un fallo a nivel general. Hay personas que se relacionan bien, que tienen personas con las que conectan y con las que pueden llegar a un nivel de intimidad. Igual a nivel social tenemos un poco una creencia de «nunca es suficiente» que se difunde también hacia lo psicológico y emocional. Es cierto que para algunas personas las relaciones personales son un desafío y se les hacen muy complejas, y aquí los factores son muy diversos. Quizás a nivel general lo que nos ha hecho aprender la pandemia es que no nos estábamos dando los tiempos necesarios para muchas cosas, y también para las relaciones. A ver si el aprendizaje perdura cuando todo esto pase.
¿Cómo evitar el baile emocional en las relaciones familiares, de pareja, de amistad…?
No creo que podamos, las relaciones son eso, precisamente, un baile, y las emociones son la música. Podemos escoger el modo de bailar, incluso los pasos de baile. Si hacemos esto último quizás los demás quieran seguirnos los pasos, o quizás no. Y todo esto ha de fluir de modo dinámico.
Por eso, relacionarnos es un arte que nunca se domina por completo.
El malestar físico y emocional está íntimamente ligado, ¿cómo deberíamos empezar a interpretar las señales que nos dicen que algo no va bien?
Pues precisamente con esto que dices, sabiendo que ante un malestar físico hemos de pensar también en un posible origen emocional, o en factores emocionales que lo puedan estar agravando. Y también que cuando estamos emocionalmente bien, cuidarnos físicamente: comer bien, hacer algo de ejercicio, darnos tiempo para descansar y dormir, es fundamental.
La mochila de nuestros recuerdos, de nuestra propia existencia… puede ser una carga pesada, ¿cómo aligerar esta carga y convertirnos en el relato que no ha permitido asimilar el pasado?
Es importante que sepamos que podemos sacar piedras de la mochila. A veces seguimos con ellas a cuestas como si fueran una extensión de nuestra persona. Desempolvarlas, darle una vuelta, hablar de ellas, a veces basta, porque si hace mucho tiempo que no les da el aire, cuando lo hacemos las miramos con una nueva perspectiva. Si no nos vemos capaces, podemos recurrir a los profesionales que están especializados en psicoterapia. Hay muchos métodos para ir deshaciendo esas piedras y que dejen de suponer un lastre.
Marisol Nuevo Espín
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