Emociones y alimentación están estrechamente vinculadas desde que nacemos. Comer no sólo cubre una necesidad física, sino que también es fuente de calma y bienestar. Cuando recurrimos a la comida en respuesta a una necesidad emocional (ansiedad, tristeza, enfado, aburrimiento…) y no fisiológica (hambre), estamos alimentándonos emocionalmente.
Todos recurrimos a esta estrategia en algún momento sin que suponga algo patológico o un patrón desadaptativo. Sin embargo, cuando recurrir a la comida se convierte en el único recurso del que hacemos uso para calmarnos, puede convertirse en algo perjudicial y dañino. Además de tener consecuencias directas sobre la salud física.
El modo en que identificamos, afrontamos y gestionamos las emociones tiene un efecto poderoso sobre nuestros hábitos alimentarios. La comida puede convertirse en un alivio temporal a un problema, sentimiento o emoción mucho más profundo. Los desórdenes alimentarios son síntomas que nos avisan de la existencia de conflictos internos.
Los conflictos psicológicos que pueden «esconderse» más allá de la comida son diversos, no hay una causa última, dependen de cada persona, de sus propias experiencias y circunstancias. Pueden estar relacionados con un momento determinado del ciclo vital, dificultades para generar vínculos relacionales más independientes, carencias afectivas, etc.
En general, los conflictos suelen estar vinculados al mundo emocional y relacional. Es importante prestar atención a este ámbito para así poder resolver el problema desde la base y no vernos envueltos en un bucle de dietas sin fin y poco exitosas.
Artículo relacionado:
– Las mujeres son más propensas a comer emocionalmente
Cambia la manera en que te relacionas con la comida
Cambiar la manera en la que nos relacionamos con la comida es posible. Una de las cosas más importantes es aprender a diferenciar el hambre física y el hambre emocional:
– El hambre física aparece gradualmente, el hambre emocional aparece de repente
– Cuando tenemos hambre podemos esperar un poquito, en el hambre emocional se impone la urgencia y la sensación de pérdida de control
– Cuando tenemos hambre nos apetece comer cualquier tipo de alimento que nos guste. Sin embargo, cuando es en respuesta a lo emocional, nos suele apetecer algo muy concreto y que habitualmente tiene una alta carga de hidratos de carbono, azúcares y grasas
– Al comer por una necesidad fisiológica, paramos naturalmente cuando estamos saciados. El momento de parar al comer emocionalmente suele vincularse al sentirse desagradablemente lleno
– Comer es algo agradable que nos hace sentir bien y satisfechos, pero alimentarnos emocionalmente genera culpa, vergüenza, tristeza e insatisfacción
Estrategias para cambiar nuestros hábitos alimentarios
– Parar a preguntarnos cómo nos sentimos, tratar de identificar lo que nos pasa para así poder atender adecuadamente nuestras necesidades. Las emociones son mensajeras, nos hacen llegar información esencial para nuestro autocuidado y bienestar. A veces, no sabemos identificarlas bien, o nos negamos a escucharlas porque son desagradables. Al negar, bloquear o evitar las emociones estamos «ignorando» al mensajero. Sin embargo, no se marchan, se hacen más intensas a ver si así les hacemos caso. No se van hasta que no cumplen su función: que atendamos el mensaje. Cuando por la razón que sea no estamos pudiendo atenderlas, otras estrategias, generalmente desadaptativas, se ponen en marcha para tratar de gestionar lo que sentimos
– Dedicar a comer el tiempo suficiente para poder sentarnos tranquilamente, sin televisión, teléfonos u otros distractores. Es importante prestar atención a lo que comemos y cómo lo comemos
– Desarrollar una serie de conductas alternativas para no recurrir automáticamente a la comida. Por ejemplo: dar un paseo, escuchar música, dibujar, escribir, ver una peli, llamar a alguna persona querida
– Cuidar nuestro diálogo interno, la manera en la que nos hablamos a nosotros mismos. Ante este tipo de situaciones tendemos a ser críticos y machacones. Esto no solamente no nos hace sentir mejor, sino que aumenta el malestar y las probabilidades de volver a recurrir a la comida para calmarnos a corto plazo
A la hora de emprender un cambio, hemos de tener en cuenta que lo ideal y lo más saludable es llevar a cabo una modificación de nuestros hábitos alimentarios que se mantenga estable en el tiempo, algo duradero que nos acompañe a largo plazo. Acudir a un especialista y poner en marcha una intervención multidisciplinar es el mayor predictor de éxito.
Rocío Hernández Bahlsen. Psicoterapeuta Adulto, Pareja y de Familia de Psicólogos Pozuelo
Te puede interesar:
– Los 7 grandes errores para enseñar a los niños a comer
– Enseñar educación en la mesa
– 6 claves para evitar peleas con la comida en familia
– Cómo acabar con las batallas con tus hijos a la hora de comer