¿Quieres que tu hijo aproveche al máximo sus horas de estudio? ¿Quieres que entienda lo que estudia o te conformas con que se acuerde de memoria? ¿Te interesa que sepa relacionar lo aprendido con la vida cotidiana o sólo procuras que lo utilice en el examen? ¿Quieres que se exprese con precisión o te preocupa más que rellene muchos folios en los exámenes? ¿Procuras que tu hijo acuda a los exámenes con sosiego y seguridad o le transmites tensión «para que no se conforme»?
En definitiva, ¿persigues que tu hijo sea un buen estudiante, que se desenvuelva con ventaja en el futuro o te preocupa más que vaya ahora aprobando las asignaturas (o sacando sobresalientes) «como sea»? Si te crees realmente que tu hijo puede llegar a ser un estudiante excelente, Luis Manuel Martínez. Doctor en Pedagogía y Licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación, y autor de libro Y ahora… ¿los deberes? (Teconté) propone los siguientes cambios en la actitud de los padres.
Cambiar tu actitud ante el estudio de tus hijos
Hablando con un padre, recuerdo su respuesta tajante: «Empezaré a confiar en mi hijo cuando empiece a sacar unas notas aceptables». Esta postura es tan comprensible como bloqueante; es razonable pero no arregla nada. Los padres tienen que expresar primero su confianza y entonces su hijo empezará a estar en disposición de traer mejores notas.
Y no digo que las vaya a traer sin más por confiar, hay otros factores, pero se quiera o no, es más sencillo y duradero cuando son los padres los primeros en cambiar su forma de atender el estudio de sus hijos.
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1. Para empezar, debes admirar las cualidades de tu hijo. Para algunos padres eso es muy sencillo, para otros todo un misterio, pero sigamos con el ejercicio; trata de admirar también las cualidades tu cónyuge para educar a vuestro hijo, y las cualidades de los profesores para enseñarle. Piensa despacio y determina a quién, o quienes, miras con malos ojos. Escribe una lista de quince cualidades de cada uno. Inténtalo.
2. Elogia a tu hijo incondicionalmente. Las investigaciones demuestran que más vale criticar que ignorar, pero si te esfuerzas un poco te recomendamos el elogio incondicional. Está comprobado que da mejor resultado aunque siempre encontrarás motivo para no hacerlo. Si te propones elogiar, se sincero. No digas que es bueno lo que es malo, tu hijo no es tonto. Lo que tienes que hacer, insisto, es buscar lo realmente bueno.
3. Lo de incondicional es importante. Si añades un pero a un elogio ya no es un elogio: muy bien este examen pero tienes que cuidar más la letra. En este ejemplo, si además quieres aprovechar para hacer una alusión a su letra puedes buscar un fragmento que esté un poco mejor y di: aquí se nota que te has esforzado mucho en hacer bien la letra, me alegro.
4. Vete reforzando lo positivo y tu hijo se esforzará cada vez más en ofrecerte lo que refuerzas, ¿o es que piensas que por recordarle la mala letra que tiene la va a empezar a hacer mejor?
5. Lo recomendable es elogiar los esfuerzos, no las capacidades. Decir: hijo mío, qué listo eres, lo más que consigue es envanecer a la criatura. Sin embargo, decir: «estoy muy contento de ver cómo has estudiado esta tarde», invita a seguir esforzándose.
6. Cuando empieces a valorar las cualidades de tu hijo y reconozcas sus deseos de agradarte y de ser un buen estudiante, estarás en condiciones de lograr el segundo objetivo en tu cambio de actitud: comprenderle. Tu hijo necesita ser comprendido. Insistes machaconamente en que estudie todos los días, pero si lo que le gusta es jugar y tiene la experiencia exitosa de aprobar estudiando el último día, es comprensible que deje sus obligaciones para el final.
7. Comprender las malas acciones y características indeseables de tu hijo con respecto a su estudio no significa que haya que justificarlas. Falta de organización, actitud pasiva ante el estudio, tendencia a la chapuza, distracciones, falta de constancia, falta de interés por entender lo que tiene que estudiar o sencillamente, falta de interés por saber lo que tiene que hacer o cuándo tiene el examen… Todas ellas tienen en común que, al menos, te generan cierto disgusto o frustración, y en ocasiones, te enfurecen e incluso te pueden llevar a desesperarte… Eso te pasa porque no has sabido comprender.
8. Esfuérzate para que tu actitud de desafío y tus prejuicios se dirijan contra las causas y no ya contra las personas que sufren las consecuencias, en primer lugar tu hijo, pero también, tu cónyuge y los profesores. Por ejemplo, si comprendes que el profesor no te haya avisado antes de una mala trayectoria de tu hijo (aunque no sea justificable), sabrás disculparle a la vez que lograrás que en próximas ocasiones te mantenga mejor informado. Conseguirás un beneficio mayor así, que si entras en conflicto.
Luis Manuel Martínez. Doctor en Pedagogía y Licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación, y autor de libro Y ahora… ¿los deberes? (Teconté)
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