En el camino del matrimonio pueden surgir problemas graves que afecten a la familia en su conjunto. Una enfermedad de alguno de sus miembros, el comportamiento inadecuado de alguno de los hijos, tenerse que hacer cargo de algún mayor, una discapacidad… Son situaciones en las que, aunque la pareja deba permanecer especialmente unida, es probable que los estados de ánimo se vean afectados por los acontecimientos.
Ante estas situaciones, cuando llegan los problemas de verdad a la pareja, hace falta mirar el nuevo escenario desde la distancia, tomar en consideración cuáles son todas las circunstancias, determinar si el cambio de situación va a ser circunstancial o definitivo. Hace falta ser pragmático y buscar soluciones a aquellas cuestiones del día a día que necesitan ser resueltas.
De lo contrario, pequeños problemas cotidianos se pueden convertir en cargas inasumibles que acaben por deteriorar el matrimonio. Los esposos tienen que pasar juntos los momentos propios del duelo que implica la aceptación de todo problema. Solo así serán capaces de salir juntos de esa crisis y afrontar la vida tal como viene dada.
La adaptación de la pareja
La llegada de un hijo suele ser un momento de extrema felicidad para un matrimonio y, sin embargo, también es un momento de tremenda crisis. Lo que pasa es que las parejas suelen adaptarse a los cambios que supone la paternidad con enorme alegría porque para ellos pesan más en la balanza los aspectos positivos.
Pero no cabe duda de que supone un cambio radical en la vida de un matrimonio acostumbrado a ser dueño de su tiempo, a tenerse el uno al otro sin interrupciones, a tomar decisiones con bastante libertad. Todo cambia con los niños: ritmos, horas de sueño, planes posibles, tiempo disponible, gastos del hogar, prioridades… Puede que al matrimonio le cueste adaptarse, que tarden en comprender cuáles son sus nuevos roles y que los sincronicen.
Serán necesarias grandes dosis de comprensión por parte del padre y de la madre para que cada uno vaya tomando posiciones en el nuevo escenario. Aunque un niño reclame gran parte de nuestra atención, el matrimonio no debe descuidarse porque será la piedra angular de esa familia que acaba de crecer. Por eso, mirar las cosas desde la perspectiva del otro limará muchas asperezas.
Conviene poner distancia sobre los problemas y entender que algunos se van resolviendo solos con el paso de los meses, como la falta de sueño o la atadura que supone la etapa de la lactancia. También es importante dejar de mirar hacia el recuerdo de lo que ya no se puede hacer y centrarse en las posibilidades que ofrece la nueva vida.
Los distintos modelos de educación
Las parejas mejor avenidas encuentran en muchas ocasiones puntos de fricción en temas que se refieren a la educación de los hijos. Si aquello de proceder «de su padre y de su madre» se hace patente al inicio de la convivencia, la sensación vuelve a escena cuando los problemas con los niños llegan a casa. Como en la educación no existen recetas, cada miembro de la pareja planteará ante cada circunstancia la forma de educar que considere más oportuna. Y tendrá que ver con su experiencia personal, con sus vivencias familiares, con su forma de ser y con otros elementos con los que tenemos que ser particularmente comprensivos.
La comunicación en el seno del matrimonio será la clave para resolver estas crisis puntuales. La negociación permitirá acercar posturas en vías de solución que no son ni buenas ni malas, solo diferentes. Pero lo imprescindible es tener presente en todo momento que los acuerdos son necesarios por el bien de los niños. No se trata solo de pensar en qué opción de las dos es la más beneficiosa sino que, una vez tomada una decisión, los padres deben actuar al unísono para que los hijos tengan un referente moral claro.
Con el agua al cuello
El dinero no da la felicidad pero la falta de dinero genera más de un quebradero de cabeza. La crisis económica ha atacado gravemente a las familias. En muchos hogares, situaciones como el desempleo de larga duración han servido para unir más a los matrimonios, que buscan juntos soluciones imaginativas para sacar adelante el hogar. Pero no cabe duda de que un cambio radical en el nivel de ingresos supone una crisis a la que hay que hacer frente. Adaptarse a las nuevas circunstancias es complicado y se puede caer en errores comunes tales como comparar los esfuerzos de unos y otros o culpar al otro de la falta de recursos.
Cuando el dinero escasea, mirar hacia lo importante es el paso indispensable. Sin embargo, acto seguido es importante que el matrimonio se ponga a buscar modos de resolver una situación que puede ser coyuntural o alargarse en el tiempo. Aunque la meta pueda estar puesta en recuperar determinado nivel de ingresos, será imprescindible que la pareja sepa adoptar medidas a corto plazo que den un poco de oxígeno a las cuentas y tranquilidad a la familia. Las decisiones en este sentido tienen que ser consensuadas para que ambas partes sientan que están aportando. Si los hijos tienen la edad suficiente, conviene hacerles partícipes, sin alarmismos, de la situación, para que entiendan y colaboren en el programa de ajustes acordado.
Acompañados, pero solos
La conciliación de la vida laboral y familiar sumado al reparto de tareas en el hogar provoca que muchos matrimonios vivan inmersos en una vorágine en el que se comunican con meros mensajes utilitarios y no pasan tiempo juntos. El engranaje funciona, pero los cónyuges viven en soledad incluso aunque pasen buena parte del tiempo acompañados por los hijos o en el trabajo. El matrimonio se va resintiendo porque no se detiene a charlar sobre lo importante sino que se centra únicamente en lo urgente. La vida de pareja se puede convertir en un mero intercambio de anotaciones de tareas en la agenda común.
La pareja necesita tiempo para crecer y fortalecerse, tiempo de calidad que no tiene por qué implicar viajes incosteables o románticas cenas que se salgan del presupuesto familiar. Lo importante es reservarse tiempo para dedicar al otro, para que pueda explayarse contado aquello que le preocupa y no estemos nerviosos intentando saltar a la siguiente tarea, para compartir los temas comunes y debatir sobre los problemas que vislumbramos en el horizonte. Se puede fijar en esa apretada agenda un rato en común, quizá sea solo un café tranquilo los viernes antes de ir a buscar niños al colegio, o una cena casera especial después de que se vayan a la cama. Pero es fundamental no sentirse solo.
Mónica de Aysa
Te puede interesar:
– Cómo solucionar los 9 conflictos de pareja más habituales