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Trucos para suavizar las discusiones de pareja

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Algunas parejas tienen más discusiones que otras, y aunque en principio discutir no tiene nada de malo, debemos esforzarnos por suavizar estas discusiones«Él hace su vida y yo la mía. Así no discutimos y los hijos no sufren». La mayor causa de sufrimiento y desestabilización de un hijo suele ser el modo de tratarse entre sus padres.

La mayor aspiración de un hijo es que sus padres se quieran. No importa que estén en desacuerdo en muchos temas, lo que sí importa es que sepan discutir. No ser capaces de aprender a discutir, a exponer las quejas o lo que añoramos con claridad pero sin desprecio, sin descalificaciones, nos puede llevar a dejar de hablar, a dejar de querer estar juntos y a dejar, finalmente, de querernos.

Dos no discuten si uno no quiere

Saber suavizar el tono de las discusiones es importante porque, normalmente, terminan con el mismo tono con el que empezaron. Si comenzamos una discusión de modo conflictivo, atacando al otro, con desprecio, de modo violento o agresivo, terminaremos, por lo menos, con tensión.

Hay muchos matrimonios que no discuten, ni exponen quejas de una forma clara. Han pasado al siguiente escenario peligroso: la distancia emocional y la falta absoluta de conexión. Se llega a un punto de soledad que termina con el matrimonio. No es verdad que se pueda vivir en una soledad acompañada. Uno de los dos acaba reventando de dolor y de soledad.

Aunque cualquiera de los miembros de la pareja sea capaz de iniciar una discusión violenta, es más habitual que sean las mujeres quienes lo provocan. Tienen mayor necesidad de hablar de los temas difíciles para solucionarlos. Esto tiene una explicación fisiológica. El cuerpo del varón reacciona con mayor rapidez ante los estímulos y, por tanto, percibe la tensión con tanta fuerza que huye de las confrontaciones emocionales.

Hay trucos que ayudan a suavizar las discusiones, de modo  que podamos llegar a expresar lo que nos pasa y solucionar las dificultades o los conflictos:

– Esperar siempre a estar calmados.

– No culpabilizar al otro en el planteamiento.

– Ser amable en el modo de plantear el conflicto.

– No descalificar nunca.

– Dar alguna salida de modo que el otro no pierda la esperanza.

– A pesar del disgusto o las quejas, tiene que quedar claro que nos queremos, que hablamos para que la vida y la relación sea mejor, pero nunca para hacer daño.

– No esperar que siempre reconozca culpas o errores en el momento en el que los estamos planteando, dejar tiempo para pensar y para poder reaccionar.

– No guardarse nada. Es fácil estallar por tonterías, cuando hay algo de fondo que no se ha compartido.

– Describir lo que ha pasado sin evaluar ni juzgar. Explicar cómo lo vemos, pero no poner etiquetas a los comportamientos.

– Buscar el lugar oportuno para discutir los temas. No cuesta mucho salir a dar un paseo.

En ocasiones, los hijos se enteran de todo y eso les lleva a sufrir. Ellos no han elegido la familia en la que les gustaría nacer y nosotros tenemos la obligación de intentar suavizarlo todo.

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