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Familias de origen, ¿unen o desunen la pareja?

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Los problemas que generan las familias políticas hay que saber gestionarlos para que no afecten al matrimonio.

Cuando él me llamó para pedir cita hacía ya seis meses que se había casado y, desde ese momento, las discusiones habían sido constantes. Cuando se lo contaba a sus amigos, la mayoría de los cuales seguían solteros, le respondían que no podían entender que fuera importante hablar de las familias de origen y que este fuera un tema que pudiera generar tantos conflictos.

Les cité a ambos en consulta. El decidió romper el hielo y empezó a explicar que, en su opinión, parecía que las familias de origen de ambos (padres y hermanos) estuviesen sumando puntos para romper el matrimonio. Ella matizó respondiendo que la responsabilidad no era de sus familias sino de ellos mismos, por no saber gestionar correctamente la relación con estas.

Explicó entonces que, de solteros, estaban acostumbrados a estar en casa con sus padres y hermanos, a levantarse y acostarse compartiendo el mismo techo. No necesitaban llamarles para saber cómo estaban o quedar para contarles algo concreto. Pero, una vez casados, eso cambió. Y no habían sido capaces de encontrar la manera de aceptar y querer a sus familias, poniendo los límites necesarios para poder formar su propia familia.

Primeros obstáculos con la familia política

El primer gran disgusto tuvo lugar al volver del viaje de novios. Los dos querían que su familia les fuera a recoger al aeropuerto, para poder contarles con pelos y señales todo el periplo. Ella insistía en que tenían que ser sus padres los que fueran a por ellos, pero él no creía que hubiera ningún argumento de peso para que tuviera que ser así. Y tampoco estaba dispuesto a ceder.

No supieron hablarlo sin discutir y, como no fueron capaces de llegar a un acuerdo, cada uno se acabó yendo con su familia.

Les expliqué que lo que les ocurría era bastante más común de lo que pensaban. Era necesario que aprendiesen a gestionar estas nuevas situaciones, porque contribuiría a fortalecer su matrimonio. Cuando uno se casa, deja a su familia de origen para irse con la persona que ha elegido libre y voluntariamente, con el objetivo de compartir toda la vida y formar una nueva familia. Y para eso, son necesarios el tiempo y la distancia de las familias de origen. Hace falta separarse ligera y suavemente de ellas, para poder acercarse más a la propia. Eso no es incompatible con el reconocimiento y agradecimiento, que son indispensables para construir la familia propia sobre fundamentos sólidos. Es necesario aprender a combinar el respeto, reconocimiento, gratitud, admiración y amor a los padres con el establecimiento de una cierta distancia que permita construir sin trabas la nueva familia.

Ella entendía mejor lo de mirar y querer a la propia familia, pero le costaba un poco más mirar, entender y querer a la familia del otro. Cuando solo habían pasado dos meses de matrimonio, una tarde, al volver del trabajo, se había encontrado a su suegra en su casa, porque su hijo le había dado una copia de las llaves para que pasara por allí cuando quisiera. Aquello había hecho saltar chispas. Él no entendía dónde estaba el problema. Su madre sólo quería ayudarles, recoger un poco la casa, que en verdad parecía una leonera, y dejarles preparada la cena para encontrarse hecho algo apetecible cuando llegaran cansados del trabajo. Pero, con toda su buena intención, no les estaba ayudando. Con todo su amor, estaba invadiendo el espacio de la nueva familia, a la que, con tantas facilidades, le iba a costar despegar y crecer.

Llegó el momento de hablar de las comidas dominicales, de las fiestas de Navidad y de las vacaciones de verano. A cada uno le salía espontáneamente proponer pasar ese tiempo con su familia de origen. Pero, evidentemente, no era posible combinar esas preferencias, porque a nadie se le ocurre pasar la Nochebuena con sus padres y separado de su mujer o marido. «¡Vaya problemón!» decía él. «A ver cómo le hago entender a mi mujer que ese es el único día en que coincidimos todos los hermanos». Mientras, ella refunfuñaba diciendo: «pues ese día mis padres se quedan solos en casa y quiero acompañarlos».

La importancia de llegar a un acuerdo en pareja

Ninguno estaba dispuesto a dar su brazo a torcer. Pero, en un arranque de lucidez y de amor, ella le dijo: «Mira, como no llegamos a un acuerdo y yo prefiero tener paz a tener razón -en aquel momento le pedí a él que se apuntara esa frase como máxima-. Vamos a pasar Nochebuena con tus padres y hermanos y pasamos Navidad con los míos. Él la miro, cabizbajo, dándose cuenta de que no había sido capaz de ceder, y le sorprendió con un abrazo y una declaración de intenciones: «Aunque nos cueste, ¿por qué no nos sentamos a hablar de lo que suponen las familias de origen para nuestra propia familia? ¿Por qué no intentamos llegar a acuerdos sobre cada una de las situaciones más o menos previsibles y esperadas, en vez de discutir y enfadarnos cada vez que llega la fecha? No lo habían hecho hasta ese momento y a ella le pareció una gran idea.

En consulta hablamos sobre la importancia de quererse, de querer a las dos familias, de cambiar la mirada sobre ellas, dejando de pensar que lo que querían era mantener a toda costa al hijo o hermano que se había llevado un extraño de casa, para pasar a agradecerles el hecho de que la otra persona existiera. Aprendieron a cuidar a las dos familias y a poner los límites, buenos y necesarios, para poder formar la suya propia.

Se quedaron con lo mejor de cada una, intentando sacar un aprendizaje positivo y constructivo de las cosas que menos les gustaban y que tanto les habían ayudado a madurar.

En ese momento entendieron que la familia de origen, aquella de la que uno viene, no se elige, es la que Dios te da y solo por eso es un gran regalo, el lugar en el que a uno le pueden querer de manera incondicional.

Y la familia propia es la que uno forma con aquel al que elige y por el que lo deja todo. Y ese día se grabaron a fuego, aquella frase de Chesterton que dice: «Quienes hablan contra la familia no saben lo que hacen, porque no saben lo que deshacen».

Paloma de Cendra. Psicóloga y Terapeuta Individual, de Pareja y de Familia

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