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Desligar el sexo de la afectividad, ¿qué consecuencias tiene?

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Nuestros hijos son la generación mejor formada en materia de sexo de la historia. Y, sin embargo, pocos han recibido la educación afectiva necesaria para que, el día de mañana, afronten adecuadamente la vida en pareja, tanto en el noviazgo como en el matrimonio. Desligar el sexo de la afectividad es una de las causas de la actual crisis de la sociedad que se traduce en menos bodas, más divorcios y menos hijos.

En cualquier centro educativo de Secundaria en España, a los 14 años, cualquier adolescente habrá escuchado ya varias charlas de educación sexual. A pesar de su juventud, tendrá un pleno conocimiento de términos que sus padres ni habían oído a la misma edad, como coito u orgasmo.

Lo sabrán todo sobre métodos anticonceptivos porque les habrán reiterado en numerosas ocasiones el problema de los embarazos no deseados. Es posible que nadie haya pronunciado la palabra abstinencia, ni tan siquiera como una opción, como les habrán hablado de preservativos o de píldoras del día después.

El verdadero sentido del amor en pareja

Si indagamos un poco más, descubriremos que sí les han hablado de la relación en pareja, aunque no para explicarles el verdadero sentido del amor, sino para hacer hincapié en la importancia de respetar cualquier elección, heterosexual, homosexual, monógama, polígama, porque todas -les habrán dicho- son iguales.

Con este tempranísimo bagaje, estos jóvenes confundidos que, además, están sometidos a brutales cantidades de contenido sexual entre las series y películas que ven en la soledad de sus dispositivos digitales, y el gravísimo problema de la pornografía gratis y de fácil acceso que ha venido para quedarse, llegan a nuestras casas con una idea no vaga sino radicalmente equivocada de la relación en pareja.

Y los padres, que procedemos de la generación en la que hablar de estos temas era un tabú doméstico, nos movemos como elefante por cacharrería sin acertar a pronunciar palabra, cerrando los ojos algunas veces, cediendo peligrosamente todo el control de la materia al centro educativo o confiando en que las cosas salgan más o menos bien por sí solas.

Pero si siempre ha sido importante que, en los hogares, los padres tomen las riendas de la educación afectivo-sexual, en los tiempos que corren y con la derivada que está tomando la sociedad, resulta, además, verdaderamente urgente. Y la primera clave que necesitamos tener en cuenta es que, para hablar de sexo, tenemos que hablar de amor.

Nos lo explica María Álvarez de las Asturias, coautora de un libro imprescindible para jóvenes y padres de jóvenes, Una decisión original (Palabra), sobre la importancia crucial del noviazgo como camino para preparar el matrimonio. Ella trabaja directamente con parejas de novios y con matrimonios y se da cuenta de que la raíz del fallo está en que no hemos sabido transmitir para qué sirve el sexo, que es bueno -y no se debe mostrar como algo negativo, como ocurría en anteriores generaciones- pero solo cuando «sirve para expresar el amor y ser fecundos», es decir, es «la total donación al otro» y ese es el sentido que debemos darle para que no sea solo un acto físico.

Confundir el enamoramiento con el amor

El problema es que nuestros jóvenes caen en muchas ocasiones en dos errores. El primero, quizá bienintencionado, pero de dolorosas consecuencias, radica en confundir el enamoramiento con el amor y considerar que precisamente porque se está viviendo ese enamoramiento de una forma muy exaltada, el sexo sería su mejor representación.

El error estriba en que los jóvenes se donan completamente en cuerpo cuando aún están muy lejos del verdadero amor. Y se quedan enganchados en relaciones basadas en lo físico -casi siempre satisfactorio- que les impiden ahondar en lo espiritual o que los llevan a postergar tratar en la relación temas de calado que necesitan haber abordado para dar el siguiente paso hacia el matrimonio. Los llaman «los agujeros de carcoma», pequeños, pero que van destruyendo la solidez sobre la que debería cimentarse un buen noviazgo.

Esta tendencia a centrar la atención en lo sexual en la relación de pareja es uno de los ingredientes que genera después tantos matrimonios fallidos entre novios que incluso ya llevaban años de convivencia. El sexo satisfactorio había ocultado muchos problemas e impedido muchas conversaciones necesarias, de fondo, que habrían tenido que producirse antes de la donación completa.

Pero hay un segundo problema que están experimentando nuestros jóvenes y que les pasa factura: la banalización del sexo que, reducido al placer puramente biológico, intenta perder su verdadero sentido de entrega, aunque sin conseguirlo, y acaba por hacer mella en la base fundamental de la persona.

Álvarez de las Asturias nos lo muestra con un ejemplo gráfico de la interpretación que hacen los jóvenes: pretenden que no se están dando y que es «solo sexo», pero eso va a dejarles una huella indeleble. De hecho, explica, como consecuencia de esta trivialización de las relaciones sexuales, las rupturas de los noviazgos son más duras que antes porque, aunque creen que tienen menos compromiso, su grado de entrega ha sido mayor.

Metidos de lleno en una relación de pareja: ¿qué les decimos que hagan?

El papel todo lo soporta, pero, ¿qué hace esa persona joven que, ya metida de lleno en una relación, se enfrenta a la cuestión del sexo? La corriente mayoritaria le va a animar a decir que sí antes de tiempo bajo la premisa de que se quieren mucho. Lo que tienen que comprender es que el sexo «es una entrega con intención de durar en el tiempo».

De modo que si aún están conociendo a la otra persona para saber realmente si es la adecuada, lo que deberían plantearse es: «tú eres mi vida, pero aún no estoy preparado para decírtelo definitivamente» porque «con una relación sexual, con el cuerpo se dice algo más de lo que se puede decir con la palabra».

Necesitan comprender el verdadero valor del compromiso, a través de lo que decimos y de nuestro ejemplo: el valor de una relación que pueda durar, con crisis que supongan un crecimiento y con una voluntad de permanencia. Porque lo contrario es engañarse y engañarlos: el sexo supone una entrega total y «no pueden pretender que no se están dando por completo».

«Como padres, a veces no tiramos de ellos hacia arriba, no los animamos a aspirar a ser mejores porque aceptamos lo que hace todo el mundo», explica María Álvarez de las Asturias. Es cierto que los padres podemos caer en el error de no decirles nada sobre el verdadero sentido del sexo por miedo a parecer «antiguos».

Quizá hemos puesto en cuestión nuestros propios principios acuciados por el bombardeo mediático, en series de televisión, películas y noticias, que nos habla de ese pansexualismo dominante. Pero nuestros hijos se merecen que aspiremos a lo más elevado para ellos, y lo más elevado es reservar el sexo en la relación de pareja para el momento adecuado. Y tenemos que hablarlo con ellos, cuanto antes mejor, «porque está presente en todo y lo oyen permanentemente. Y lo tenemos que hacer nosotros como padres porque nos corresponde».

Alicia Gadea
Asesoramiento: María Álvarez de las Asturias, autora del libro Una decisión original (Palabra)

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