A todos nos llega esa persona que nos hace sentir el amor. Pero uno de los mayores miedos es cómo mantener el amor en el matrimonio, con el paso del tiempo. Queremos y necesitamos sentirnos queridos, pues es el mayor anhelo del corazón humano.
El inicio de la relación en pareja, con el «sí quiero» de la boda, pone en marcha la gran aventura de quererse, cada día un poquito mejor. Ese estar atento a no descuidar lo más importante que tenemos y somos y hacerlo crecer, madurar y aquilatar con nuevos matices y coloridos plenos de cariño y significado que nos tornan entusiasmante la vida, que nos dan energía para afrontar lo que nos vaya llegando.
En esa entrega inicial del gran “sí”, recíproco y libre, cada uno se da al otro desde lo más profundo de su ser. La pareja, con ese acto de libertad supremo, espléndido, y como concentrado en ese momento, que recoge el pasado y anticipa el futuro, se transforman en una nueva realidad: una nueva unidad con las diferencias características y singulares personales. Y se va conquistando una armonía personal y de pareja, gracias al buen amor que revitaliza todo cuanto “toca”.
El matrimonio consiste en ayuda mutua
De esa unidad surge y se va desplegando una ayuda mutua expresada en gestos y detalles concretos, desde lo más íntimo, afectivo y espiritual, hasta lo más material y tangible: pequeños servicios y atenciones, regalos con corazón, hasta aprender a pasar por alto los inevitables roces que la convivencia y la rutina pueden transformar en montañas… si dejamos que lo hagan. Tenemos una meta más alta y noble que conquistar. Además, nos ayudan a «pulir» las inevitables aristas que todos tenemos, como los diamantes se pulen con otros diamantes.
Toda la persona de cada uno se despliega en buscar el bien y la felicidad del otro y esos gestos y atenciones esmeradas son reflejo del cariño que se va acrisolando entre los dos, conjugado en primera persona. El único ámbito done puedo actuar para construir el amor, y para mejorar la relación, es en el propio yo.
Por otro lado, el buen amor descubre la potencialidad del ser querido, sus cualidades específicas y rasgos singulares, incluso los aparentemente más velados, y ayuda a desplegarlos y desarrollarlos con la fuerza de ese cariño enriquecedor, que sabe comprender y ser amable.
Sin embargo, el amor hay que trabajarlo y estrenarlo cada día. Levantarse con la ilusión de tener un detalle especial con el otro. Con el pasar del tiempo hay que poner empeño en cuidar esos gestos de atención, interés y cariño, con más esmero si cabe. Todo ello ayuda a mejorar a la otra persona, pues se siente verdaderamente querida. Y este es el «motor” principal de su buen desarrollo y crecimiento como persona, que le permitirá a su vez amar más y mejor.
Un círculo virtuoso que se potencia entre los dos y alegra la entera convivencia cotidiana. Apoyado en la generosidad de cada uno y el agradecimiento ante tanto cariño entregado y recibido cada día. También por el bien que el otro nos acerca, que nos hace disfrutar con esa belleza intrínseca de lo bueno, hasta con su propia existencia, presencia y encuentro.
Sin olvidar el perdón, para sanar los pequeños fallos, heridas, malas caras o faltas de interés y cariño en ocasiones… Sin el perdón todo se resquebraja y se torna frágil. Entrenarse cada día en pedir ese perdón que restaura lo herido, lo que duele, y a perdonar pronto, pues a veces cuesta mucho si se deja al orgullo y al propio “yo” campar a sus anchas; si no se pone en marcha la voluntad de querer, tan necesaria en la vida.
Siempre acercándose al otro, a su intimidad, con delicadeza, con ternura, aunque ya sea “parte” de uno mismo, con respeto y gentileza. Ser delicados, esperar a que nos abra las puertas de su corazón. No querer solucionarle u organizarle todo, a nuestro modo, que es obviamente distinto al suyo. Esto nos sucede con frecuencia a las mujeres, aunque también a los varones. Dejar libre al otro y confiar, que es dar «alas» para poder ser nosotros mismos.
Qué necesario es descubrir esos brillos del amor en las situaciones más comunes de la vida… Agradecerlos, fomentarlos, y disfrutar pensando en hacer feliz a la persona querida.
Evocar el pasado a lo largo del matrimonio
Ante las vicisitudes de la vida, y el paso del tiempo con sus retos y problemas, es bueno evocar el pasado. Traer a la memoria del corazón los recuerdos atesorados, aquel descubrimiento del otro y sus virtualidades más singulares que nos atrajeron, atraen y enamoran. Revivirlo. Esa belleza suya tan excepcional, esa forma de hacernos sentir importantes, muy valorados y queridos.
Volver a pasar por el corazón los afectos tiernos de los primeros encuentros, imborrables, indestructibles, que nos llevaron a comprometernos recíprocamente para siempre, a unir nuestras vidas por toda la eternidad… Qué importante es dejar esponjar al corazón, disfrutar de tener a esa persona a nuestro lado. Una y otra vez… Contar con ella para ser uno mismo y para crecer ambos gracias al encuentro personal. Sabiendo descubrir todo lo bueno, porque, como dijo aquel sabio: «solo serás bueno si sabes ver lo bueno de los demás». Y ante todo eso, agradecimiento infinito.
Reafirmar el cariño
De ahí la ilusión por reafirmar el cariño cada día, por acrecentarlo poco a poco con pequeños y grandes objetivos estimulantes y bien pensados para ello, con voluntad entrenada para querer de veras y manifestarlo con hechos. Con esa confianza y libertad que nos ponen alas para volar alto. De ese modo hacer de lo ordinario ¡algo extraordinario! Poniendo amor fino y atento.
Y esto, cuando los sentimientos son exuberantes, haciendo acopio de ellos para tener remanente en épocas más difíciles y también cuando las emociones amainan y casi no se perciben. Pero ahí está el cariño hondo, uniendo, haciendo su trabajo escondido. Incluso en las tormentas de la vida también se puede poner cariño y es precisamente el que da energía para salir de ellas y poder quererse un poco mejor, hasta con ternura por sus fallos.
Tener esa meta de querer-quererse clara en la mente e ir a por ella: expresarla cada uno en las mil cosas del día a día, y especialmente en el lenguaje del amor preferente del otro, para que lo perciba realmente y se sienta amado. Con ideas de Gary Chapman, por ejemplo, con palabras de afirmación, un tiempo de calidad, con servicios concretos, regalos, contacto físico. Ver cómo se siente querido el otro del mejor modo. Ser capaces de «inventar» momentos cálidos y reconfortantes para comunicarse, para quererse y disfrutar juntos.
“Saber utilizar las energías latentes de la sensualidad y de la afectividad a fin de que ayuden a tender hacia el verdadero amor en lugar de poner obstáculos”, nos dice un gran humanista, Karol Wojtyla.
Porque, el amor humano, para ser pleno y de calidad, tiene que poner en juego los sentimientos y los gestos corporales: los pertinentes a cada situación. Y el acto de voluntad (querer) es imprescindible: sin él no hay amor verdadero. Con el sí inicial el amor es acogido y elevado por la voluntad de querer al otro, de entregarse y acogerle en su capacidad de amar. Algo esperanzador, pues siempre podemos «querer querer» a la persona elegida. Concretarlo e intentar hacerlo vida.
Mª José Calvo