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Vacaciones: un buen momento para crecer en autoestima

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La Universidad de Minnesota ha publicado un amplio estudio psicológico con el que el demuestra una hipótesis que ya sospechábamos: los hijos de padres hiperprotectores tienen más problemas emocionales a medida que crecen. Para evitar sobreprotegerles hay que dejarles hacer, equivocarse y corregir. En cada caída aprenden y en cada corrección fortalecen su autoestima. Aprovechemos las vacaciones para darles la oportunidad.

Si echamos la vista atrás hacia nuestra infancia y nuestra juventud, descubriremos cómo muchos de los grandes hitos de nuestro aprendizaje tuvieron lugar durante unas vacaciones. Tal vez fue en el pueblo donde nos lanzamos a montar en bici, de un verano con sus largas sobremesas de aburrimiento viene vuestra pasión por la lectura «de mayores», fue un mes de julio cuando nos mandaron a aquel campamento que nos dotó de tanta independencia, fue el revolcón que no dió una ola el nos hizo aprender a sacar la cabeza y en unas fiestas locales nos dejaron volver por primera vez más allá de la puesta de sol.

El verano está para crecer porque tenemos más tranquilidad y más tiempo, porque el trepidante ritmo de lo cotidiano no delimita las áreas de actuación ni el reparto de tareas.

El peligro de la sobreprotección infantil

El problema de la sobreprotección radica en que una actitud de los padres absolutamente bienintencionada, destinada a evitar toda molestia -que no sufrimiento- a los hijos, tiene consecuencias indeseadas. A los niños sobreprotegidos se les limita la oportunidad de aprender por sí mismos a realizar un gran número de tareas cotidianas: desde hacerse la cama hasta colaborar colocando la compra en la cocina.

Poco a poco, su entorno de iguales ha ido aprendiendo a realizar estas tareas sencillas. De pronto, un día descubren la brecha que existe entre lo que saben hacer los demás y lo poco que ellos saben hacer. La consecuencia inmediata, aunque no la única, es la pérdida de la autoestima. Se sienten inferiores porque son capaces de hacer menos cosas.

Pero normalmente no es esa la única reacción, aunque sea la más profunda y peligrosa. Como no quieren sentirse inferiores, asumen el rol contrario: determinan que son ‘superiores’ a sus padres o a los mayores que les rodean y a los que consideran ‘a su servicio’. Es decir, se sienten con derecho a que les den todo hecho. Y de aquí derivan las frustraciones posteriores que provocan que estos niños sobreprotegidos tengan más dificultades para adaptarse a su entorno.

En una reciente investigación científica internacional encabezada por la profesora Nicole Perry, se llevó a cabo el seguimiento exhaustivo de un nutrido grupo de niños (más de 400) a lo largo de ocho años. Durante ese tiempo, se les hicieron una serie de pruebas a los dos años, a los cinco y a los diez. El objetivo era valorar si había alguna relación entre la capacidad de los niños de cinco y diez años para hacer frente a la frustración y resolver problemas sencillos de relación con otras personas en función de la sobreprotección que sus padres hubieran ejercido en la infancia.

Esta interesante aproximación académica a una realidad cada vez más presente mostraba claramente que aquellos padres que intervienen más en la vida de sus hijos en la infancia, con actitudes tan aparentemente inofensivas como guiar su juego, indicarles qué deben hacer en cada momento o solventar pequeños conflictos como asumir la pérdida de un juguete o desarrollar la paciencia, podrían estar interfiriendo en la capacidad de los niños para asumir sus propios problemas.

Los resultados de esta investigación demuestran que aquellos niños más protegidos a los dos años tenían menos autocontrol, tanto de sus emociones como de sus impulsos, a los cinco. A los diez, añadían no solo peores destrezas de socialización, sino que además presentaban unos resultados académicos más pobres. La lectura del equipo de investigación de estos resultados es que, si los niños no aprenden cómo regular sus emociones dentro de casa, difícilmente podrán mantener el control cuando están fuera, ya sea en el colegio, en el parque o, más adelante, en la universidad y en el trabajo.

Por eso, dejar de proteger a los niños y adolescentes es uno de los elementos fundamentales para garantizar que dispondrán de las herramientas necesarias para hacer frente a los obstáculos que les depare el día a día.

Dejar de sobreproteger a nuestros hijos. ¿Por dónde empezamos?

No debemos confundir la sobreprotección con la debida protección de los hijos, de su integridad física y moral. En la mayoría de las circunstancias, la sobreprotección se produce en pequeños gestos cotidianos que ellos pueden hacer por sí mismos, en molestias puntuales que les ahorramos sin darnos cuenta de que les impedimos crecer en fortaleza, en paciencia, en sacrificio, en reciedumbre.

Podemos aprovechar el verano porque tenemos más tiempo disponible y menos prisas para darles la oportunidad de crecer sin que los pequeños errores que puedan cometer tengan grandes consecuencias. No se trata de, para evitar sobreprotegerles, darles manga ancha para salir hasta la hora que quieran. Sino de encomendarles pequeñas tareas, no para que nos ayuden a nosotros, sino para que se vayan sintiendo cada vez más libres e independientes y, por tanto, orgullosos y con una autoestima fortalecida.

Cuando los animemos a gestionar estos encargos -como ir a hacer unos recados por tiendas cercanas, preparar un menú sencillo adaptado a su edad y capacidades, poner y quitar una lavadora, ocuparse de algún hermano o primo menor- es importante que sepamos transmitirles la idea de que con eso dan un paso más a hacerse mayores y que alabemos su responsabilidad. Por eso debemos huir de etiquetas que puedan hacerles pensar en esas labores como en una carga: «si no lo haces tú, lo tendré que hacer yo» o «ya eres mayorcito y es hora de que lo vayas haciendo».

El gran reto que nos propone el profesor Tomás Melendo está en que les ayudemos a ‘descentrarse’, es decir, que en esa tendencia a dejar de protegerlos, además les animemos a ayudar a los que tienen cerca -padres, abuelos, hermanos, primos, amigos- para que sientan la gratitud de la generosidad y su crecimiento personal sea completo.

Repasar las normas para evitar conflictos

En vacaciones cambian los horarios, cambian las rutinas y, claro está, también cambian las normas que los configuran. Mientras que durante el curso clamamos al cielo si se nos pasa la hora de ir a dormir, en vacaciones somos mucho más flexibles. Pero ¿cómo de flexibles? ¿Hemos concretado con nosotros mismo y después con nuestros hijos el grado de flexibilidad que estamos dispuestos a asumir? Saben que no tienen que estar temprano en la cama, pero ¿les hemos dicho lo que consideramos tarde? ¿O se han tenido que enterar el día en que montamos en cólera por lo tarde que se ha hecho, sin que ellos pudieran tener la perspectiva de que es tarde?

Una buena manera de que las vacaciones compartidas sean un momento agradable y evitemos al máximo los enfrentamientos estriba en establecer de antemano las reglas básicas (pocas pero firmes) que se mantendrán en esos días. Por ejemplo, el tiempo de uso de dispositivos digitales que vamos a permitir, las horas fijadas para estar en familia y las que tendrán para jugar con otros de su edad, el momento establecido para hacer tareas escolares si las hubiera o las rutinas de recogida de la casa.

Maria Solano

Para más información: Melendo, T. (2018). El encuentro de tres amores. Palabra. Madrid

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