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El tiempo libre de los niños: un restaurador de fuerzas

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En el mundo de los niños, el ocio y el tiempo libre tienen una importancia capital. El tiempo libre bien usado supone un complemento imprescindible para la formación de los hijos y su desarrollo personal. Pero resulta paradójico que en una sociedad como la actual, en la que parece que se han multiplicado hasta el infinito las posibilidades de diversión, pocas familias hayan previsto la riqueza de saber usar el propio tiempo libre de los niños.

El empleo del tiempo libre es un problema que pesa sobre nuestra conciencia de padres. Sabemos que no se soluciona tan sólo llenando las horas que les quedan tras la vuelta del colegio, o los sábados y domingos, o durante las vacaciones… No; sabemos que eso no son más que parches. La educación del uso del tiempo libre es algo más amplia que escribir un catálogo de actividades divertidas para pasar el rato.

Cómo se divierten los niños 

En la actualidad, los hijos tienen multitud de variadas posibilidades de diversión. Desde las videoconsolas al Tamagotchi; desde los juegos recreativos hasta el partido del domingo por la tarde. Sin embargo, como son incapaces todavía de realizar una elección personal y mucho menos de autocontrolarse, acaban por dispersarse. Es decir: «sí» saben lo que les divierte, pero «no» saben divertirse… Por eso, son capaces de polarizarse con sus pantallas viendo programas, jugando a videojuegos… durante horas.

De los 6 a los 14 años, los niños pueden pasarse horas tumbados en el sofá sin saber qué hacer; y a la vez pueden divertirse como enanos también durante horas si dan con algún elemento lo suficientemente motivador. Pueden dedicarse a actividades pasivas, aunque sean de alta tecnología; y a la vez disfrutan con el juego más tonto y la situación más absurda.

Y muchas veces, la diferencia se encuentra simplemente en tener una persona que les oriente, les organice mínimamente y dé un primer paso… Como todos los monitores de tiempo libre conocen, cualquier actividad puede ser la más divertida (incluso la que recuerdan con entusiasmo durante el transcurso de los años) si alguien sabe motivarles.

Conclusión: es falsa la idea de que a un chico o chica de esta edad haya que dejarle que se divierta por sí solo.

Es la edad de la educación del tiempo libre, que consiste sobre todo en actitudes, disposiciones para saber encontrar un motivo de diversión, disfrute y descanso en hasta lo aparentemente más nimio. Ahora hay que enseñarles; en la adolescencia no se dejarán y, sin embargo, necesitarán estas aficiones como puntos de anclaje.

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¡Vaya aburrimiento!

El aburrimiento es el gran enemigo del tiempo libre. Ya decían los antiguos que «la ociosidad es la madre de todos los vicios». Pero hay que distinguir entre el aburrimiento en una tarde lluviosa de invierno, en la que incluso nosotros tenemos que esforzarnos para sacar partido de la situación, y el aburrimiento típico de la apatía.

Cuando un hijo -por ejemplo, en plena pubertad- emplea su tiempo libre en la inactividad y es evidente que se aburre soberanamente, algo va mal. Y esto es nuestro objetivo negativo, lo que debemos evitar en esta época. El positivo consiste en enseñarles a hacer de su ocio un tiempo de oportunidades que desarrollen su personalidad y enriquezcan sus gustos.

Los padres debemos guiar a los hijos en su elección del tiempo libre, de modo que sea un bien para ellos. La primera idea que conviene hacerles entender es que el tiempo libre no puede convertirse en un tiempo negativo, en el que estén sin hacer nada, tumbados perezosamente. Es preciso que desde muy niños se acostumbren a emplearlo en algo positivo.

Conclusión: hay que evitar el ocio, entendido como el no hacer nada.

Una de las actitudes más importantes en este tema es ayudarles a entender que descansar significa realizar otro tipo de actividades que requieren menos esfuerzo o un esfuerzo diferente (estudio y deporte, por ejemplo), que son más agradables, que nos ayudan y que nos descansan.

Restaurar fuerzas

Las posibilidades de tener tiempo libre son muy amplias en la infancia. El número de horas que tienen para ellos al día -¡qué envidia!- suman un número muy grande al cabo de la semana. Pero hemos de evitar la tentación de considerar ese tiempo como un vacío que hay que ocupar. En principio, no deberíamos olvidarnos que el ocio constituye un insuperable restaurador de fuerzas. Se necesita un descanso para volver a acometer con nuevas energías el deber personal, que en el caso del niño suele ser el estudio.

Por este motivo, las actividades extraescolares pueden ser grandes aliadas. A un hijo o hija sensible, darle la oportunidad de aprender música, por ejemplo, puede significar abrirle la puerta a un mundo de posibilidades y permitirle desarrollarse. Hay actividades con las que aprenden, otras con las que se expresan… pero no han de ocupar toda la jornada. Está muy bien que aprendan inglés, o ajedrez; pero, además, han de poder contar con el suficiente tiempo libre como para poder jugar. Y ha de durar tanto como para que les permita descansar y restaurar fuerzas.

Conclusión: las actividades extraescolares han de responder a intereses reales de los hijos y han de tender a conseguir aficiones estables.

De hecho esta es la edad ideal para ello. Pero no pueden ocupar ni toda la jornada ni llegar a crear un estado de ansiedad en el niño parecido al estrés. Han de tener tiempo para jugar.

Tiempo de inventar

Además, se hace preciso hoy más que nunca disponer de un tiempo libre en el que las iniciativas y la inventiva de nuestros hijos puedan tener un lugar adecuado, capaz de desarrollar su actitud creadora, estimulando sus aptitudes y cualidades personales. Quizá esta sea una de las mayores diferencias entre las zonas urbanas y las rurales, ya que lejos de la ciudad es más fácil explorar, investigar…

Por eso hay que procurar un ambiente estimulante y creativo en el propio hogar; por ejemplo, nada más atractivo que poseer una buena biblioteca con buenos libros o revistas infantiles que les aficionen a la lectura, a los animales, etc. Tiempo para realizar actividades que supongan creación, que no tengan un fin inmediato y que lleguen al espíritu: música, dibujo, lectura…

Además, de acuerdo con las creencias de cada familia, el cultivo de lo religioso no debe faltar en sus ratos libres, como iniciación y preparación a la vida de piedad que desarrollarán plenamente cuando sean adultos. La participación en lo sobrenatural puede ser una de las más nobles ocupaciones del tiempo libre. Algo que les llevará a una mejor conquista de su interioridad, punto de partida para poder desplegar todas sus potencialidades.

Conclusión: en el hogar, y fuera de él, los padres han de complicarse y cansarse para ofrecer suficientes alternativas al ocio pasivo. Por eso, por ejemplo, algunas familias deciden invertir en un buen lugar de residencia, de modo que los hijos se sientan a gusto allí y traigan a sus amigos para divertirse.

Marisol Nuevo Espín

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