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La oveja Shaun, la película

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La oveja Shaun es una de esas películas de animación que se te mete en el corazón y te hace salir del cine con una gran sonrisa, pensando que la vida es demasiado sencilla y maravillosa para lo compleja y majadera en lo que la convertimos a veces. Una película buenrollista, si me permiten.

Y es que no hace falta mucho para hacer una gran película. O tal vez el secreto sea ése, que parezca que en una película de primerísimo nivel, donde triunfa la simplicidad, esté hecha de manera sencilla. Y no es el caso.

Empecemos de nuevo: hay otro mundo más allá del universo Disney. Ahora, sí. Un mundo donde triunfa la claridad conceptual y donde no hace falta una gran historia para construir una gran película.

La oveja Shaun, de la televisión al cine



Tampoco hace falta conocer la serie de televisión para acercarse al cine a ver La oveja Shaun. Quien ya fuera fan de esa oveja gamberra de gran corazón hallará aquí lo mismo que en la pequeña pantalla, pero corregido y aumentado. A saber: las simpáticas ovejas de la granja de John Sparkes están algo cansadas de la monotonía y deciden escaparse un día a la gran ciudad para vivir una aventura. Y eso ocurre, pero nada pasa como ellas pensaban, y se verán obligadas a salvar la vida del inocente granjero.

La ternura de las imágenes de La oveja Shaun

El stop-motion -esa técnica clásica mediante la cual las figuras, generalmente moldeadas en un tipo de plastilina, se modelan y mueven a cada plano- vive una época de sofisticación que ha embelesado a medio mundo. Aunque narrativamente La oveja Shaun no es tan extraordinaria como Wallace y Gromit o Chicken Run, la belleza y ternura de sus imágenes es superior a aquéllas.

Esto seguramente viene dado por el hecho de que el público al va dirigido es el eminentemente infantil, por eso no hay diálogo en toda la película, porque la fuerza de las imágenes es lo suficientemente poderosa como para conformar un argumento ágil y fácil de digerir. Sin palabras. Pero, además, el público adulto no podrá resistirse a sus gags y giros dramáticos que le harán, irremediablemente, reírse como un niño en la butaca del cine.

Pero, además, hay una reflexión moral extraordinariamente bella en todo esto, y es esos mundos que parecen condenados a no encontrarse, como el del granjero y sus ovejas, el del campo y la ciudad, el de los estresados y los sencillos de corazón… Y cuando el testigo de todo esto es una pequeña ovejita que con sus delirantes ideas y su bondad acaba devolviendo todo a su lugar, uno no puede evitar preguntarse si el secreto no estará en hacerse como niños…

Belén Ester Casas

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