Tenemos tiempo, no tenemos estrés, los horarios se relajan. Es el momento perfecto para invitar a nuestros hijos a participar con nosotros de las maravillas de comer bien, desde el mercado hasta la mesa pasando por la cocina. ¿Por qué? Porque es una buena forma de hacer familia al tiempo que se aprende nutrición gracias al mejor ejemplo y a la experiencia personal.
Si nos paramos a pensar un momento en patrones nutricionales de nuestro entorno, descubriremos que suelen hacer bueno esa máxima de nuestro refranero que nos avisa que «de tal palo, tal astilla». Y que lo de que «honra merece quien a los suyos parece» es un arma de doble filo, porque si «los suyos» no comen bien, el parecido será altamente desalentador.
Con estas premisas de partida, queremos animar a nuestros hogares a «Hacer Familia» para conseguir una reflexión conjunta: ¿cómo podemos ayudar a que nuestros hijos interioricen la importancia de una dieta sana y saludable, nutricionalmente adecuada? La respuesta es sencilla: dando ejemplo y haciéndoles partícipes de esta oportunidad.
El final del camino de la nutrición está en el plato.
De hecho, nuestros hijos son de una generación que ha aprendido mucho de nutrición en las escuelas, preocupados como están por esa epidemia de obesidad llegada desde el otro lado del mundo que está empezando a alcanzar altas cotas de contagio de la mano de la comida rápida y los alimentos ultraprocesados.
Quien más quien menos ha llegado a casa desde el colegio con un trabajo sobre la pirámide de los alimentos, se sabe la máxima de las cinco piezas de fruta al día o repite que la mitad del plato tienen que ser cereales.
De la teoría a la práctica en nutrición
Pero esa es la teoría, ¿cómo se llega a la práctica? La práctica no es sencilla porque a los niños, por definición, suele no gustarles aquello que es más sano. En realidad, más que no gustarles es que prefieren otras comidas menos sanas, más ricas en azúcares, más fáciles de digerir, beneficiosas a corto plazo porque aportan energía instantánea que es lo que quiere un espíritu libre sediento de más horas de juego.
La teoría de que lo que coman con 5 años marcará cómo estarán con 85 años, cuando sean unos ancianitos, resulta muy difícil de visualizar para un niño pequeño que aún no se sabe el abecedario de corrido. Así que estamos ante la típica situación en que los padres imponemos porque ya nos lo agradecerán el día de mañana.
Sin embargo, hay un truco muy útil para hacerles ver la comida de otra manera: permitir que participen en ella desde el principio hasta el final. No es sencillo -incluso puede llegar a ser muy complicado porque no es fácil hacer la compra en familia ni guisar con la cocina llena de gente- pero suele resultar muy eficaz. Todos los niños prueban aquello que cocinan, incluso cuando no es de su agrado.
El mercado es una prueba de fuego para los niños, porque allí aprenden de dónde viene lo que comen. Una bonita oportunidad para dedicar un momento a pensar en todas las personas que han hecho posible que un tomate llegue hasta nuestra mesa y para dar las gracias por todos los bienes recibidos. Allí se conoce toda la variedad de productos que se comen y además nos hacemos una idea aproximada del precio de cada producto, lo que ayudará a nuestros hijos a hacer menús, no solo saludables, sino económicos.
Después llega la siguiente fase, importantísima: cocinar. Es muy relevante porque es uno de los más visuales ejemplos de la entrega por los demás. El que guisa está pensando en los suyos, en hacer de la comida un momento satisfactorio, en que disfruten de lo que ha preparado, y no le importa el tiempo que tarda en hacerlo ni el sacrificio que le supone, porque le hace feliz la felicidad de los demás.
Silvia Paniagua
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