Los trastornos de la conducta alimentaria son un claro exponente de la influencia de los factores culturales en los trastornos mentales. La anorexia es un ejemplo claro. Se le suele atribuir a Richard Morton, un médico inglés, la descripción del síndrome de anorexia nerviosa en 1694, aunque fue su colega y compatriota Sir William Gull quien acuñó el término en 1873.
Los pacientes descritos por Gull eran principalmente mujeres jóvenes que presentaban adelgazamiento patológico, problemas menstruales (incluyendo la pérdida de la menstruación), estreñimiento, pulso lento y marcada hiperactividad.
Estos trastornos a pesar de haber sido descritos hace siglos, han eclosionado en los últimos 50 años, posiblemente como consecuencia de los cambios ocurridos en los patrones de belleza en la cultura occidental. Su distribución no es homogénea en todo el mundo, están mucho más presentes en los países desarrollados.
Lo más preocupante es que en las últimas décadas no solo ha aumentado la incidencia de anorexia nerviosa sino que también se ha adelantado su inicio. Cada vez es más frecuente en las jóvenes en edad prepuberal y ha empezado a aparecer en varones, aunque todavía representan una minoría.
La edad más común de inicio de la anorexia nerviosa se sitúa en los 15 años.
Esta enfermedad se presenta aproximadamente entre el 0,5 y el 1 % de las chicas adolescentes, pero se calcula que hasta un 5 % de mujeres jóvenes presentan algunos síntomas de anorexia nerviosa que no reúnen los criterios diagnósticos. Hay algunas profesiones, como las modelos y las bailarinas, que entrañan un riesgo mayor de desarrollar la enfermedad.
El ideal de belleza
Las marcas que llegan a nosotros a través de algunos medios de comunicación contribuyen de manera evidente a la transmisión de los estereotipos de belleza ya que exponen el ideal de delgadez a la población, que lo acaba interiorizando y asumiendo como propio.
En muchas ocasiones existen discrepancias entre este ideal de belleza y la silueta de las adolescentes. Eso se convierte en una fuente de insatisfacción con el propio cuerpo y, en un porcentaje de adolescentes, germen de enfermedad, ya que motiva la aparición de restricciones dietéticas y conductas inapropiadas de control de peso con tal de lograr el objetivo tan anhelado una figura ideal.
A pesar de todo, estas influencias culturales no actúan por igual en todos los adolescentes. Solo un pequeño porcentaje desarrolla el cuadro clínico. Desde el punto de vista psicológico, la restricción de la ingesta que caracteriza el inicio de los trastornos alimentarios tiene dos orígenes: el primero es la necesidad de sentir que se controla la vida, lo que incluye el hecho de controlar la alimentación, y el segundo es la sobrevaloración de la silueta y el peso en individuos con rasgos de perfeccionismo, baja autoestima y dificultades para reconocer y expresar las propias emociones.
Los factores que favorecen el mantenimiento de la enfermedad son el retraimiento social, la aparición de atracones secundarios a dietas extremadamente restrictivas, el efecto negativo en la silueta y la sensación de pérdida de control.
Afortunadamente cada vez es más alto el porcentaje de pacientes que logra superar la enfermedad. Es fundamental reconocer los síntomas iniciales lo más temprano posible -para lo cual la familia es una pieza clave e indispensable-, realizar un abordaje multidisciplinar y lograr una buena adherencia al tratamiento.
Primeras señales de alerta
– Evita comer en familia o en lugares públicos.
– Se preocupa mucho por las calorías de cada alimento.
– Disminuye repentinamente la ingesta y evita determinados alimentos (grasas o hidratos de carbono)
– Necesita levantarse o ir al baño inmediatamente después de comer.
– Comienza a usar diuréticos o laxantes.
– Deja restos de vómitos en el inodoro
– Realiza ejercicio físico excesivo.
– Presenta un comportamiento peculiar en torno a la comida (esconder comida en los bolsillos o en su habitación, intentar deshacerse del alimento poniéndolo en las servilletas, cortar los alimentos en pequeños trozos y pasar mucho tiempo reordenándolos en el plato, tardar mucho tiempo en terminar la comida, etc.).
– Busca la manera de permanecer en movimiento en cualquier situación.
– Acompaña la comida de abundante ingesta de líquido (facilita el posterior vómito y favorece la sensación de saciedad).
– La mayoría de estas conductas se realizan en secreto y es muy habitual que la paciente niegue los síntomas cuando se le contrastan.
Siempre a su lado
Podemos ayudarle y facilitar que tome conciencia de la gravedad de la enfermedad:
– Hablar del tema en privado eligiendo el mejor momento y lugar posible.
– Transmitirle con sinceridad nuestras preocupaciones, explicando cuáles son los signos y síntomas que hemos observado, e incidiendo en que nos preocupa que pueda ser el inicio de un trastorno de la conducta alimentaria.
– Recomendar asistencia médica con una persona de confianza que sea conocedora de este tipo de trastornos. Ofrecerse a acompañar a la paciente a la consulta.
– Evitar conflictos. Si niega los síntomas es mejor no confrontarle, y sencillamente dejar claro que estamos dispuestos a escuchar en cualquier otro momento que quiera hablar sobre esta u otras preocupaciones.
– No culpabilizar ni avergonzar a la adolescente.
– Evitar comentarios del tipo «Tiene que comer». Mostrar preocupación con comentarios más sutiles «Me preocupa que no tengas apetito suficiente para cenar», «Me sorprende que no tomes de este postre que tanto te gusta* ¿Te pasa algo?»» Lo importante es transmitir comprensión y apoyo incondicional.
Miguel Ángel Álvarez de Mon González. Médico Interno Residente Unidad de Diagnóstico y Terapia Familiar (UDITEF). Clínica Universidad de Navarra (Pamplona y Madrid)
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