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Alergias e intolerancias alimenticias: adapta el entorno

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Cuando diagnostican una alergia o intolerancia alimentaria a un menor, puede condicionar la vida de toda la familia. Hacer desaparecer productos de casa, formar a todos los que se quedan a su cargo o descifrar etiquetas son solo algunos de los retos a los que las familias se enfrentan, pero no los únicos.

Existen determinados alimentos que, aunque inocuos para la mayor parte de la población, son capaces de producir en algunas personas reacciones adversas que generalmente se manifiestan en la infancia. Pero, ¿cuál es la diferencia entre una intolerancia y una alergia?

Intolerancia o alergia alimenticia

La intolerancia es una reacción frente a un determinado alimento que no está mediada por un mecanismo inmunológico. Los síntomas suelen ser de tipo general: dolor abdominal, nauseas, vómitos y diarrea. Algunas desaparecen al crecer el niño, probablemente porque ya existe una madurez de la mucosa intestinal suficiente para tolerar el alimento.

Por su parte, en la alergia sí media un mecanismo inmunológico. Solamente les sucede a aquellas personas que se han sensibilizado al alimento previamente, por lo que pueden haberlo ingerido en otras ocasiones sin haber padecido ningún tipo de reacción. Los síntomas suelen ser de tipo alérgico: cutánea (picor, habones) y respiratoria (rinitis, broncoespasmo, lagrimeo).

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Según los expertos, la intolerancia es más difícil de detectar, puesto que sus síntomas no se manifiestan inmediatamente después de la ingesta, algo que sí ocurre con la alergia. Se dice que la intolerancia no debuta de una manera clara. Sin embargo, a largo plazo, es preferible padecer una intolerancia a una alergia: la primera, ante una transgresión del alimento prohibido, no causa ‘grandes’ males, la segunda, la alergia, puede provocar un choque anafiláctico, considerado una grave emergencia médica.

El beso de Alejandro

Beatriz Recuero es periodista y madre de un niño de cuatro años, Alejandro. El pequeño sufre dos de las alergias alimentarias más comunes en los niños: proteína de la leche de vaca y huevo. Conoce de primera mano las dificultades de adaptar la vida familiar y todo el entorno a su alergia: «Supimos que nuestro hijo era alérgico a la leche a los veinte días de nacer. Empecé dándole pecho, pero como no ganaba el peso esperado, me recomendaron introducirle alguna toma de biberón. Comenzó con molestias que supusimos que eran cólicos del lactante».

Más tarde, las molestias dieron paso a diarreas y seguidamente a hinchazón de manos y pies. Los médicos pensaron que podía ser algo relacionado con el riñón. Durante su ingreso en el hospital detectaron la verdadera causa: alergia a la leche. La alergia al huevo llegó más tarde: «Tardamos en introducir el huevo en su alimentación. Y aunque en un principio sí lo toleró cocido, cuando tratamos de darle una tortilla francesa, el solo roce con sus labios le provocó una tremenda erupción».

«Al principio agobia mucho y te sientes completamente ignorante: ¿qué puede comer?, ¿qué no?, ¿y las trazas? Me volvía loca en el supermercado, leyendo etiquetas, de aquí para allá. El tiempo dedicado a hacer la compra se duplicó porque tratábamos de descifrar qué alimentos superaban la criba. Después de cuatro años ya sé qué marca fabrica qué y cuáles son los productos que pueden entrar en la despensa. Y eso en casa significa ‘la ruta de los supermercados'».

Beatriz y su marido ya están más que hechos a la situación, así como su familia próxima. Han tenido que formar a todo aquel que se haya hecho cargo de su hijo en alguna ocasión. «Ha costado, pero ahora todos saben manejarlo perfectamente. A veces, con familia más lejana o amigos menos próximos hay que estar pendiente». ‘Nimiedades’ como cortar una tarta de cumpleaños con un cuchillo y usar ese mismo cubierto para manipular la comida de Alejandro es un peligro. «Pero si no es nada», se disculpan algunos. No, no se puede. «Me ha pasado que me he tomado un café con leche y le he dado un beso a Alejandro. La reacción cutánea es inmediata», explica Beatriz.

En el colegio han tenido que exponer la situación y llevar informes. Ahora disponen de adrenalina por si resultara necesario. «Yo me fío cien por cien. ¡No me queda otra!», asegura Beatriz. Y es que no quiere dramatizar. Conoce madres que han decidido hacer de sus cocinas lugares ‘libres de leche y huevos’. «Yo, siendo prácticos, cuando cocino lo hago para todos: las croquetas las preparo con caldo de cocido en vez de bechamel, sustituyo los huevos de la tortilla por harinas especiales* Pero tengo leche y huevos en la nevera».

Negarse a comer

En algunas ocasiones esta problemática traspasa lo meramente nutricional y pasa a convertirse en algo más preocupante. Es el caso de Jorge. Tiene dos años y medio. Sufre intolerancia a la leche, al huevo y al pescado. Hasta aquí, todo ‘normal’, dentro de lo habitual en los niños intolerantes. Sin embargo, la intolerancia a la leche ha provocado en él un trastorno de conducta: puesto que es más difícil de detectar porque sus síntomas no se manifiestan de inmediato, desde bebé ha aprendido a relacionar biberón con dolor, y se niega a comer.

Su padre, Iker Garai, nos lo explica: «Como el biberón no se puede forzar, porque necesita que el niño succione, tuvimos que empezar muy pronto con la cuchara. El niño, reticente, pelea con nosotros» y cada comida se acaba convirtiendo en un drama. Así comenzó su trastorno de conducta. En una ocasión, antes de cumplir el año, tuvo que ser ingresado después de estar cinco días sin comer absolutamente nada.
Pero no solo eso. Iker asegura que conlleva otros riesgos extra: «es un niño enfermizo. Come mal, siempre ha estado fuera de su peso, contrae todos los virus, enseguida le sube la fiebre y deja de comer. Es un interminable círculo vicioso».

Desde el punto de vista de organización familiar, la enfermedad de Jorge tiene otras consecuencias. Por ejemplo: su hermano mayor, David, de cinco años, ha tenido que ser matriculado forzosamente en el comedor escolar. A Jorge tienen que espaciarle mucho las comidas -de otra forma sería imposible que comiera? por lo que desayuna muy temprano, le adelantan la comida, cena muy tarde* Este peculiar horario imposibilita que David coma en casa.

Al preguntarle acerca de cómo lo encara David, Iker es rotundo: él y su mujer han tratado de enfocarlo siempre de forma positiva y apelando a su responsabilidad: «David, ¿nos ayudas con Jorge? Mira lo que nos está pasando (a nosotros y a ti). Cuando están juntos es maravilloso ver cómo el mayor se hace cargo del pequeño».

En el Hospital Niño Jesús de Madrid, donde tratan a Jorge, tienen un protocolo para este tipo de niños, que incluye la consulta alérgica, digestiva y psiquiátrica. Se han dado cuenta de que, como consecuencia de su trastorno de conducta alimenticio, como no mastica sólido todavía, su mandíbula se ha desarrollado más lentamente de lo normal, lo que ha tenido repercusiones en el lenguaje y está evolucionando más despacio.

Isabel Martínez

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