Este verano toca Eurocopa y después hay Juegos Olímpicos. Disfrutar en familia del deporte, tanto de verlo como de practicarlo, establece lazos fuertes que perduran de por vida.
Todos aquellos que hayan ido alguna vez a un estadio deportivo han podido disfrutar de una escena que se repite siempre: familias unidas por el deporte. ¿Por qué el deporte, practicado o disfrutado, es tan bueno para construir nuestros lazos familiares? En primer lugar porque es una actividad lúdica y positiva. Salvo los típicos encontronazos por decisiones arbitrales, lo importante es pasar un buen rato. Y ese cúmulo de buenos ratos es lo que va construyendo nuestros vínculos, con emociones que se consolidan porque han generado un buen recuerdo.
Además, el deporte redescubre puntos en común. Es curioso cómo la afición a un deporte se mantiene incluso en la tortuosa etapa de la adolescencia. Hay un elemento compartido que sirve de enlace y es más fuerte que emociones negativas que puedan generar distanciamiento.
Ver deporte implica normalmente otras actividades alrededor. Se prepara una buena merienda para compartir con familia y amigos. Se viaja hasta el lugar donde juegan. Al final, el deporte ocupa sólo una parte del tiempo. Otra buena parte es la convivencia, la conversación. Por eso tiene tanto vamos este rato que los hijos están dispuestos a pasar con los padres, porque surgen muchos temas de los que hablar, muchas oportunidades para establecer nuevos vínculos.
Para los adolescentes, tiene algo de rito iniciático en el mundo de los mayores. Sin que los padres se conviertan en «mejores amigos» en lugar de tener su papel de referente, sí se produce una situación en la que pueden hablar de igual a igual y se sienten incluidos, aceptados, incluso admirados, en el entorno al que van a llegar el día de mañana.