Tenemos que aprovechar la inercia de las vacaciones, donde nuestros hijos han adquirido mayor grado de libertad y responsabilidad, para dejarlos crecer en su vida cotidiana durante el curso escolar.
Durante las vacaciones nuestros hijos maduran el doble que durante el curso escolar. ¿Por qué? Porque entre la playa, el monte, los campamentos, etc… están más tiempo al aire libre y relacionándose con personas que no conocían. Desarrollan diferentes habilidades y hacen uso de todas las herramientas que les hemos ido dando para gestionar las nuevas situaciones en las que se encuentran. Resultado de todo ello: mayor autonomía y responsabilidad.
Si están con los abuelos, aunque «les mimen», siempre les ayudan a hacer actividades diferentes; si están en un campamento tienen que ser responsables de sus cosas, colaborar en los encargos que les atribuyen o simplemente adaptarse al nuevo horario y planificación; si están con los padres les gusta «dar un paso más» e ir a comprar un helado solos, salir por el pueblo y volver a la hora que les digan, sacar la basura, hacer de canguros de sus hermanos y muchas otras situaciones que se pueden plantear.
El trampolín de las vacaciones de verano para madurar
Las vacaciones de verano tienen algo especial, debemos aprovechar la fuerza que nos dan a todos. A los padres, una «inyección» de energía y a nuestros hijos de autonomía. Voy a continuar con la inercia de las energías renovadas y las ganas de llevar a cabo los nuevos propósitos, para sugeriros que aprovechemos el ‘trampolín’ que nos han dado las vacaciones para que el salto sea mayor.
Todos queremos que nuestros hijos sean felices y para ello es fundamental que vayan aprendiendo a hacer las cosas por sí solos como han ido haciendo este verano. Hemos de respetar su madurez y la forma de ser de cada uno, no podemos pedirles algo que no pueden alcanzar, porque sería peor el remedio que la enfermedad.
Pero no olvidemos que las personas necesitamos que tiren de nosotros, progresivamente, para que avancemos. Con nuestros hijos pasa lo mismo, para que crezcan armónicamente en todas sus dimensiones, física, afectiva, intelectual y volitiva, tenemos que exigirles con un cariño proporcional a lo que les vamos a pedir. Si vamos a pedirles mucho de lo que ellos pueden hacer, démosles previamente unas grandes dosis de cariño. A esto no tenemos que tenerle miedo porque ellos lo agradecen, se sienten seguros al percibir que son capaces. Sin embargo, a lo que sí debemos tenerle miedo es a exigir mal, no a exigir mucho.
Seamos prácticos y no nos compliquemos la vida. En el colegio, los profesores, encargados de curso, tutores y orientadores nos lo pueden decir más alto, pero no más claro, «vuestros hijos necesitan que les deis responsabilidad y autonomía».
Uno de estos días, en las reuniones de comienzo de curso, en el colegio de mis hijos, nos contaba un profesor una anécdota de su hija que ya está en la universidad. Recordaba que uno de los regalos que más ilusión le hizo fue cuando en un cumpleaños le dieron una cajita y en ella estaban las llaves de casa. Para ella, eso significó dar un paso, podía entrar y salir de manera autónoma, eran sus llaves, de las cuales era responsable y tenía que saber dónde las guardaba para disponer de ellas en todo momento. Qué detalle tan pequeño, pero grande a la vez.
Pequeñas responsabilidades desde pequeños
Sigamos sus consejos, ellos son los expertos en educación, nosotros somos profesionales de otras materias, debemos dejarnos aconsejar sobre criterios educativos. Establezcamos pequeñas responsabilidades desde los primeros años, es la etapa en la que están más receptivos, pero les pedimos menos porque creemos que no pueden. Debemos de escucharlos y observarlos. Ellos nos van mostrando de lo que son capaces.
En los primeros años de Primaria, siguen con la misma ilusión y disponibilidad, no perdamos el tren. En los últimos años de Primaria y primeros de la ESO, las fuerzas les comienzan a flaquear y queremos que adquieran responsabilidades porque vemos que han crecido y necesitamos que nos ayuden.
Y en los últimos años de la ESO y Bachillerato, nos encontramos que les pedimos, pero no entienden lo que les decimos y pensamos que no quieren hacerlo. Pero en realidad, como no lo hemos ido haciendo gradualmente, ahora no saben lo que tienen que hacer y no están habituados a ello.
La autonomía es personal y la responsabilidad es personal y compartida. Cuando pensemos en esto para establecer las metas, debemos hacerlo de tal manera que sean personales y comunes, para que no miren solo lo suyo.
El camino está abierto, solo tenemos que acompañarlos, primero haciendo nosotros, luego haciéndolo con ellos y, finalmente, dejarles que hagan ellos. Nuestros hijos quieren, pero a veces somos nosotros los que ponemos el freno pensando que no son capaces. Aprovechemos el ‘trampolín’ del verano.
Patricia Cigarrán Fuster. Asesora de Educación Personalizada y familiar. Directora de Identitas en el País Vasco
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