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Las trampas de la crianza

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La crianza de un hijo puede llevar a sobrepasar a los padres primerizos. No hay que olvidarse de que se trata de todo un proceso en el que el niño pasa de depender completamente de sus progenitores a adquirir habilidades que le conceden autonomía. Sin embargo, las prisas pueden hacer que los mayores hagan «trampas» durante este tiempo donde los más pequeños descubren todas estas destrezas.

Pero tal y como aclaran los profesionales del Child Mind Institute no hay que dejarse embaucar por estas trampas frecuentes en la crianza de un hijo. Los padres deben respetar los tiempos de adquisición y desarrollo de las habilidades. No hay que pensar en ellas como en un avance, sino como en una solución a corto plazo que en el futuro terminará por trabar la evolución de los hijos.

Trampa de la rabieta

Esta trampa puede tener lugar de dos maneras. La primera es cuando el niño tiene un berrinche para conseguir algo que quiere (por ejemplo, cuando quiere coger algo de la mesa). La respuesta de los padres suele ser una negativa a este intento, lo que termina por ocasionar la rabieta del pequeño y, como resultado, los progenitores le permiten seguir con esta actividad.

En este momento el niño ha entendido que tener una rabieta es una solución para conseguir lo que quiere. También puede suceder al contrario, es decir, pedir algo a los hijos y que estos no hagan nada hasta que no hayan visto a sus padres ponerse de los nervios y alzar la voz. En esta situación los más pequeños solo hacen caso cuando se les grita, no porque hayan entendido que deben hacerlo.

Trampa de la fase

Otra trampa habitual en la crianza es observar a los hijos comportarse de malas maneras y hacer caso omiso de la conducta al considerar que es «solo una fase«. Pero los problemas no se solucionan solos y no hay que minimizar estas situaciones. Un buen ejemplo es apreciar respuestas agresivas, si no se les ponen remedio los más pequeños comprenderán que es una acción válida para relacionarse con su entorno.

Algo que, a la larga, irá a peor ya que a medida que el niño crezca irá adquiriendo fuerza y otras habilidades que le permitirán imprimir una mayor agresividad. Por ello desde el primer momento hay que prestar atención a estas conductas, estableciendo límites sobre los que empezar a actuar y a corregir conductas. Por ejemplo, morder es un mecanismo de descubrimiento para los bebés, pero si este se aplica ante un hermano habrá que poner freno a dicho comportamiento.

Trampa de dar por sentada la mala intención

En ocasiones cuando el niño tiene un mal comportamiento los padres lo interpretan como acción deliberada, y se toma como una acción personal. Es un error creer que la decisión del pequeño se hizo buscando molestar a sus padres, pero seguramente el origen es otro muy distinto. Por ejemplo, que los hijos hagan ruido a la hora de irse a dormir despertando a todo el mundo.

Este comportamiento puede relacionarse con la incapacidad que tiene el niño para autogestionarse y aprender a quedarse quieto cuando debe. A los padres les toca ir enseñando, con paciencia, los comportamientos de sus hijos. Siempre sucede que en lugar de una mala intención lo que sucede es que hay una lección que los más pequeños todavía no han aprendido.

Damián Montero

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