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Todos los niños quieren ser buenos: cómo llevar la bondad a lo cotidiano

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Es muy difícil enfrentarse a una sociedad que, con muchísimos recursos y conocimientos, sigue insistiendo, a veces en exclusiva, en el desarrollo de las habilidades académicas, que es importante y está fenomenal, pero a veces tenemos tanta presión de fuera por esto que nos olvidamos de lo más importante.

El niño más bueno es más feliz y, si desarrollamos sobre todo sus virtudes, el éxito está garantizado en las demás áreas porque aumentan sus capacidades de atención, comprensión, retención… Fundamentalmente aumentan sus deseos de aprender, trabajar y conocer, y a la hora de la verdad todos estos factores son fundamentales para un aprendizaje sano.

Es llamativo que muchas personas con un alto coeficiente intelectual, pero escasas aptitudes emocionales, se manejen en la vida peor que otras de modesto coeficiente intelectual, pero que han sabido desarrollar otras aptitudes. Las personas que tienen una buena educación de los sentimientos se sienten más satisfechas, son más eficaces y hacen rendir mucho mejor su talento natural. Es fundamental reconciliar cabeza y corazón en la familia, el colegio y las relaciones humanas en general, porque al final, ¿qué es lo importante? ¿Que nuestros hijos consigan carreras de éxito o que triunfen en todos los aspectos de su vida?

Gran parte de la bondad consiste en querer ser bueno y ahí, respecto a los niños pequeños, jugamos con una ventaja fundamental: todos quieren ser buenos y están convencidos de que lo son (y el que no sea así… tenemos un problemilla). Por eso están en el mejor momento de fundamentar toda su educación en el valor más importante.

Algunas ideas prácticas para trabajar la bondad con los niños

Con los niños es muy importante bajarnos a su nivel para ayudarles a subir y a crecer. Explicarles lo que ven, lo que se encuentran por la vida. No podemos tratarles como seres que no se enteran de nada. Lo ven todo y, además, se fijan en sus modelos más cercanos. Por ejemplo, los adultos muchas veces -y por desgracia- nos hemos acostumbrado a ir por la calle y ver personas que piden ayuda o están en malas condiciones.

Nuestros hijos los ven también y aunque en ese momento no digan nada, no quiere decir que sus cabezas no estén dando vueltas. Podemos aprovechar para enseñarles la importancia de la compasión y la preocupación por los demás. Ellos pueden hacer mucho por el prójimo; pueden dar una limosna con cariño, pueden rezar por esa persona y ofrecer cosas que les cuestan acordándose durante el día.

Ayudarles a trascender para formar personas más sensibles y profundas que miren hacia afuera desde dentro. Para esto es importante acercarles poco a poco a unos hábitos de piedad más profundos, con explicaciones adecuadas. Si desde pequeños aprenden y comprenden el amor más importante, aumenta su capacidad de amar, de comprender, de entregarse.

Trabajar la empatía, una de las más importantes carencias de nuestra sociedad y el origen de muchos problemas.

Podemos enseñarles desde muy pequeños a consolar para aprender a ponerse en el lugar del otro.

Inculcar la generosidad desde la libertad, respetando sus tiempos y su edad. Muchas veces, a la hora de pedirle a nuestros niños que compartan nos mueven inquietudes más sociales, nos sentimos juzgados, sobre todo las madres, que nos encanta enseñar que nuestro niño deja todo como si nada y no nos paramos a ponernos en su lugar. Le forzamos a dejar sus cosas a un niño con el que puede que ni esté jugando (o incluso se lo ha quitado previamente como si nada) y así, sin más, en el momento que cariñosamente se lo mandamos.

Es muy diferente si le animamos a dejarlo «dentro de un ratito», a compartirlo juntos porque seguro que lo puede utilizar con los demás, sin necesidad de desprenderse del todo y de golpe. También preguntarle si le gustaría que se lo prestasen y siempre dejándole claro lo que esperamos de él: eres tan bueno, tan generoso, tan simpático…

Ayudarles a fijarse en buenos modelos, formando su criterio. Hacia los 4 años comienzan a ser muy sociales, se fijan mucho más en sus iguales y en sus comportamientos, por eso les podemos preguntar si saben quién es el niño más bueno de su clase y por qué se lo parece. Cuando ocurra un conflicto, no nos mostremos demasiado interesados por quién ha sido el «culpable» y cuando nos lo cuenten, hagamos ver que pueden ayudar al otro a ser mejor.

La bondad en lo cotidiano: también podemos probar a… 

Explicarles el porqué de las cosas, haciéndoles ver que los que más les conocen y les quieren son sus padres y quieren lo mejor para ellos. Ocupar el tiempo en actividades buenas, enriquecedoras, formando su sensibilidad. No hay niños malos, hay niños aburridos, pero no podemos obsesionarnos con sus actividades.

El exceso de experiencias y «vida social» cuando son pequeños no les enriquece más, es mejor que cada cosa se viva en su momento.

Cuando a un niño le proporcionamos un ambiente tranquilo, ordenado y alegre tiene más capacidad para portarse mejor y está más preparado para disfrutar los momentos excepcionales o diferentes. Pretender que un niño se porte bien una tarde «metido» en un centro comercial es casi imposible; pero podemos buscar una alternativa que no sea repetir una y otra vez el tan de moda «parque de bolas». Su base está en su familia.

Tratar bien sus sentimientos, respetándolos, ayudándoles al conocimiento propio. Es muy importante enseñarles a verbalizar lo que sienten, dedicando mucho tiempo a escuchar y a ganarnos su confianza, de esta manera aprenderán a comunicarse mejor. Darles a conocer los nuestros, lo que nos cuesta, lo que esperamos, cómo nos sentimos y así puedan conocer nuestro control, nuestro esfuerzo.

Enseñarles a pedir perdón y a perdonar, haciéndolo nosotros también. Y cuando lo recibamos de ellos que sientan que es un borrón y cuenta nueva, un recomenzar con la misma ilusión y amor.

Cambiar nuestro lenguaje, la forma de dirigirnos a ellos, la manera de regañarles, de corregir, de premiar. Deben escuchar siempre lo que esperamos de ellos, lo mucho que les queremos, lo buenísimos que son.

Paz Martín

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