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El soborno de lo audiovisual a los niños: ¿un buen recurso?

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En ocasiones, recurrimos al smartphone o la tablet para que el niño haga lo que le hemos pedido: que se coma toda la comida del plato, que esté tranquilo durante un viaje, etc. Este soborno de lo audiovisual es un recurso puntual muy efectivo, que está marcando tendencia, la tendencia canguro de las nuevas tecnologías, que a largo plazo puede tener consecuencias negativas como la adicción a las pantallas.

Este uso de lo audiovisual, según Mar Pons, responsable del área de análisis televisivo en la Asociación de Consumidores de Medios Audiovisuales de Cataluña, radica en un problema de siempre: los adultos. Pons sugiere que quizá es que no tenemos paciencia ni imaginación para que el niño haga las cosas que tiene que hacer sin necesidad de las pantallas.

«Nos es más fácil ‘plantarles’ un vídeo que inventar una historia o hacer el avión con la cuchara. Estamos cansados, tenemos prisa, queremos tranquilidad, todas estas razones remiten a nuestras necesidades y no a las del niño y, como punto de partida, eso nunca puede ser bueno para educar. Tampoco podemos esperar que el niño nos diga: prefiero que tú me cuentes un cuento a que lo haga Peppa Pig», advierte.

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Por tanto, recomienda que lo mejor para el niño es siempre el trato real, las historias que se puede imaginar sin ver, la atención de mamá o papá, el tiempo que les dedicamos, los juegos de construcciones, los lápices de colores y el papel, la plastilina, etc. Todo ello, sin tener en cuenta los escasos beneficios personales que le aporta al niño lo audiovisual.

¿Prohibido prohibir?

En opinión de esta experta audiovisual, en ocasiones resulta imprescindible prohibir categóricamente: «lo mismo que le prohíbes que cruce el semáforo en rojo o que se atiborre a chucherías, si consideramos que un programa puede afectarle (por sus contenidos, por la velocidad de sus imágenes, porque le incita al consumismo, porque empobrece su imaginación, etc.), nuestra obligación como padres es procurarle siempre lo mejor e intentar que las cosas le lleguen cuando esté preparado para entenderlas».

En general, Pons tiene la impresión de que a los padres nos da miedo el término ‘prohibir’ pero «el niño quiere y necesita límites y, además, hay muchas maneras de hacerlo, con cariño y, si es necesario, con alguna explicación».

La importancia de dialogar sobre lo que aparece en la pantalla

En opinión de Mar Pons, el diálogo sirve si aprovechamos un contenido para saber qué opina nuestro hijo sobre algo, o para dar criterio sobre un tema que nos interese, desmitificar los ídolos que fabrica la televisión, discutir sobre la calidad de un programa, etc. Es interesante, por ejemplo, saber cuáles son los criterios que utilizan para valorar una serie o programa y este puede ser un buen diálogo televisivo, por ejemplo. «¿Por qué te gusta esta serie? ¿Qué te hace reír? ¿Qué opinas del presentador, del argumento, de los personajes, etc.?»

Otro ejercicio muy interesante de diálogo, sobre todo con niños y pre-adolescentes que propone Mar Pons es pedirles que nos expliquen la película o el capítulo que han visto. Hay que ayudarles a organizar su cerebro y saber expresarse. Muchas veces se pierden en los detalles y les podemos ayudar a sacar la esencia, otras les llevamos a descubrir cosas que no han «captado», les exige buscar las palabras que necesitan, componer una frase completa. Puede parecer una tontería, pero en la época actual los niños crecen con déficit de expresión oral y escrita. Su pensamiento -y su lenguaje- funciona con imágenes-emoticonos y les cuesta poner nombres a las cosas y traducir un pensamiento fragmentado a un mensaje completo, señala Pons.

Cuando hay un exceso de pantallas

Mar Pons define el exceso de pantallas «cuando verlas impide realizar otras actividades más enriquecedoras». Y, aunque no haga falta decirlo, está claro que se ha convertido en un exceso «cuando es un trauma para el niño que le apaguemos la pantalla o no puede ver un capítulo de una serie, cuando no desayuna si no es con su programa favorito, cuando lo primero que hace al llegar a casa es encenderla, etc.». Como todo, las pantallas ejercen una función, especialmente, de entretenimiento, pero si este entretenimiento nos condiciona el estado de ánimo, las actividades o el tiempo, entonces es una adicción.

Hasta los 10 años el niño está en el apogeo de su desarrollo mental y físico. Mar Pons advierte de que las pantallas nunca enriquecerán al niño en lo más fundamental. «Es una opción de la vida moderna y, para no engañarnos, es una comodidad de los padres. Un niño que no ve la televisión tiene, como mínimo, las mismas opciones de desarrollo de uno que sí la ve y, en la mayoría de los casos, el tiempo que no ha invertido en los dispositivos digitales lo ha hecho en otras cosas más productivas».

De este modo, ese tiempo dedicado al deporte, al juego, al arte, a la lectura o a hacer manualidades le ha otorgado cualidades que, de otra forma, es muy difícil potenciar. Así que «en un niño el exceso de pantallas se traduce en menos opciones de crecimiento personal en diversos ámbitos·, asevera la experta.

Sin embargo, si hablamos de ver una u otra cosa en los dispositivos, ya es distinto. Podemos aceptar que las pantallas son uno de los mejores inventos para tener a los niños ‘controlados’ y «podemos aprovechar esos momentos (previstos con horarios y duración) para que vean cosas que nos parezcan interesantes: una buena película, un documental sobre animales, una obra de teatro, etc.», propone Pons. Así hablamos de ver uno u otro contenido, durante un tiempo determinado y en un horario adecuado para ellos.

Alicia Gadea
Asesoramiento: Mar Pons, responsable del área de análisis televisivo en la Asociación de Consumidores de Medios Audiovisuales de Cataluña

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