De repente, nuestro hijo/a de seis años, en el que ya percibíamos algunos rasgos de madurez, ha sufrido una sensible transformación que parece un paso atrás en su evolución. De ser una criatura mimosa y encantadora, ha pasado -sin previo aviso- a ser todo un carácter impredecible: se rebela para imponer su voluntad sobre los demás, no acepta la autoridad, ríe hasta llorar, llora hasta perder el control… No hay quien entienda sus salidas.
Pero, tras unos meses de riñas y desesperación en el hogar -de forma igualmente súbita- nuestro niño/a vuelve a ser otra vez nuestro niño/a, aunque algo más maduro que antes del primer cambio… ¿Qué le ha pasado? Pues nada más y nada menos que acaba de atravesar la llamada «crisis de los seis años».
La crisis de los 6 años
Los seis años marcan, dentro del desarrollo del niño, una importante etapa de transición que conlleva toda una serie de reacciones fisiológicas y psíquicas. Como ya ocurrió alrededor de los dos años y medio -y ocurrirá de nuevo en la adolescencia- el niño se sentirá durante unos meses desorientado, incómodo y con miedo, reaccionando de forma a veces desproporcionada, violenta o -como mínimo- desconcertante. Las causas son el propio desarrollo, los cambios que experimenta y las nuevas realidades de las que ahora toma conciencia.
En cualquier caso, no podemos olvidar que esas reacciones, propias de la segunda crisis de madurez, tienen su origen simplemente en el acelerado desarrollo de su sistema nervioso, ante el cual el niño reacciona con todo su cuerpo y atravesando todo el espectro de emociones. Sus reacciones, por tanto, han de ser interpretadas como síntomas de su crecimiento, que tendremos que saber orientar acertadamente.
Cambios de humor: del blanco al negro
Durante los meses que dura esta etapa de transición, la bipolaridad es uno de los rasgos más señalados en el niño, ya que siempre está entre los dos extremos… de lo que sea. Pasa de la risa al llanto, de la más tierna mansedumbre a una explosión violenta, del amor apasionado al más sincero desdén,… Va del blanco al negro con toda facilidad, pero tampoco es capaz de decidirse por ninguna opción en concreto, pues no es reflexivo y las alternativas le abruman.
Esta dificultad en el manejo de ideas opuestas no tiene, sin embargo, mayor problema, pues irá superándola pronto, lo que significará para él un incremento madurativo. Podremos ayudarle explicándole los pros y contras de cada opción, o sugiriéndole -sin imponerle, salvo que se trate de algo importante- la más adecuada. Podemos explicarle que nosotros, en su caso, escogeríamos…
Sin medida
Ahora, casi todo es desproporcionado en las reacciones del niño: corre, entra, sale, pega a su hermanito, lo colma de besos… No es capaz de modular sus reacciones ni dominar sus impulsos.
Percibe más cosas de las que puede manejar, y esto le hace desarrollar un afán mayor que su propia capacidad.
Las persigue de aquí para allá y al minuto siguiente se muestra caviloso ante ellas.
Es mejor comprender su situación e intentar suplir esa falta de seguridad ofreciéndole puntos fijos, rituales inalterables que se repitan cada día. Como el beso de buenos días, recibirle con la merienda en la mesa, arroparle cuando se acueste, que nos vea en casa a las mismas horas…
En este momento, vuestro hijo ya comienza a entender las horas y relacionarlas con el desayuno, la vuelta del cole, etc. Si procuramos ser puntuales, estaremos ayudándole.
Rasgos de madurez a los 6 años
Aún con todo lo dicho, el niño de seis años ya puede tener algunos rasgos de madurez, que debemos estimular. Uno de ellos es su gran dinamismo. Por ejemplo, le encanta comenzar actividades, pero no le desagrada que le hagan interrumpirlas porque aún no se concentra en ellas: simplemente, las olvida. Una forma de orientar este activismo puede ser animarle a hacer deportes o practicar juegos que desarrollen sus músculos y estimulen sus sentidos.
Además, ya se acuesta sin armar un drama y le gusta desarrollar alguna actividad tranquila antes de dormir. Es muy espontáneo, busca crear su propio campo de intimidad y compartirlo. Empieza a tomar conciencia de sí, y se preocupa. Sobrevienen también los miedos y las pesadillas.
También este espectro de rasgos es aprovechable, sobre todo porque podemos sacar partida de los momentos de calma previos a la noche para interesarle en la lectura u otras actividades de concentración. Le encantará que prestemos atención a todo lo que espontáneamente nos cuenta y que le ayudemos a empezar a reflexionar sobre ello. Será imprescindible, sin embargo, que respetemos su deseo de intimidad y hagamos surgir con naturalidad el flujo mútuo de secretos entre él y nosotros. El nos contará que se peleó con su amigo, y nosotros que el sábado les llevaréis a él y sus hermanos al zoo, de «sorpresa».
Aquí estoy yo: tengo 6 años
El respeto será, en esta etapa, la llave mágica para entender al niño muchas veces. Ahora que está tomando conciencia de sí, se reconoce como persona e intenta que se le trate como tal. Aunque no la cuida, se interesa por su ropa y exige ponerse esto o aquello. Se muestra desafiante, intenta monopolizar la atención y, sobre todo, le ofende la autoridad impuesta. De hecho, su respuesta a cualquier exigencia será casi siempre «no».
En estos momentos, el castigo por sus berrinches es la peor solución, porque se rebelará iracundo y puede incluso perder el control.
Será mucho más efectivo tener paciencia y emplear el cuento del niño de seis años que se portaba muy mal, o estar muy pendientes de elogiar todo lo que haga bien. Si tenemos que reñirle, hacerlo con calma y -siempre- en privado, para que no sienta herido su orgullo.
Otro camino efectivo para que obedezca es la sugerencia -«cuento hasta diez y lo haces: uno, dos…»-, o pedirle que «nos acompañe» a nosotros a hacerlo.En cualquier caso, no debemos perder de vista que esta actitud desafiante -aunque indudablemente molesta- es un paso adelante de su carácter, no el germen de una actitud negativa. En cualquier caso, será mejor quitar importancia a los incidentes que puedan surgir e, incluso, dejarlos pasar a veces, recordando que se trata de una etapa pasajera.
Papá y mamá
En lo que se refiere al desarrollo emocional, hasta ahora, el universo giraba en torno a mamá, pero al llegar esta edad también el padre cobra protagonismo: la niña lo adora, y el niño busca la camaradería con él.
Dado que se trata de una etapa inestable, con muchas explosiones y actitudes de desafío, es recomendable que el padre aproveche el interés de su hijo o hija para colaborar más activamente en su cuidado y educación, y evitar que vean a la madre como el ogro dictador. No deben serlo ninguno de los dos, en cualquier caso.
Cuestión de hermanos
Al tomar conciencia de sí, al niño de seis años le gusta pavonearse e influir en los demás. Por esta razón, suele despreciar y abusar de su hermano menor, mientras que por el mayor siente admiración y deseo de confiarse a él. Este último rasgo de su comportamiento, bien orientado, podrá ser beneficioso para ambos: a él como estímulo y al mayor como responsabilidad.
En cuanto al primero, no podemos permitir que trate mal a su hermano pequeño. Un modo de templar los ánimos puede ser el proporcionar a nuestro hijo de seis años una parcela propia -su cajón, su armario, su material-, en la que aquel no pueda entrar a incordiar. Durante esta etapa podríamos plantear incluso un cambio de habitación, para trasladarle a la de su hermano mayor.
María Moll
Asesoramiento: Lucía Herrero. Psicóloga y orientadora familiar
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