Querer que nuestras tareas y deberes salgan bien es bueno y razonable, pero la perfección en los niños, entendida como la actitud de centrarse únicamente en ser excelentes en su trabajo y de cara a los demás, hace que caigan en una conducta excesiva y desgastadora: el perfeccionismo.
Es bueno querer hacer las cosas bien y poner empeño en ello, pero el perfeccionismo lleva esto a los extremos, lo que provoca una conducta exasperante y destructiva.
Todos conocemos a algún perfeccionista: personas que se esmeran en su apariencia hasta el último detalle, que se exigen muchísimo en el trabajo; maniáticos con el orden y la limpieza, que no soportan que los demás no actúen como a ellos les gustaría…o tal vez seamos nosotros mismos los que presentamos ese comportamiento.
El perfeccionista vive, en gran medida, para «hacer cosas» muy bien hechas y eso le lleva, con bastante frecuencia, a un notable sufrimiento propio y en su entorno.
Características del perfeccionista
Son muchos los rasgos de definen a una persona perfeccionista, pero podemos resumirlos en los siguientes puntos:
– Fija metas u objetivos irrealizables o irreales, y establece unas expectativas de logro desproporcionadas, tanto con respecto a sí mismos como a los demás.
– Insaciable necesidad de logro y de triunfo personal en aquellas áreas definidas como objetivo de progreso.
– Competividad extrema para el alcance de sus propósitos.
– Centra sus objetivos en unas determinadas áreas (peso, tareas domésticas, forma deportiva…)
– Autocrítica constante y dificultad para aceptar la crítica de los demás.
– Necesidad de aprobación por parte de los demás.
– Incansable necesidad de triunfo en aquellas áreas definidas como objetivo de progreso.
– Tendencia a retrasar la realización de tareas por temor a fracasar.
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Trabajo y estudio: la obsesión por el éxito
En una sociedad tan competitiva como la nuestra, es habitual que en los jóvenes salga a relucir la obsesión por el éxito. Se les exige mucho: hacer una carrera brillante, encontrar la pareja ideal, conseguir un buen trabajo* tantas expectativas volcadas en ellos lleva a que muchos chicos y chicas terminen por mostrar un comportamiento perfeccionista en sus tareas. Piensan que se les va a valorar por sus logros y por lo tanto, viven focalizados en obtenerlos.
Sucede entonces que el perfeccionista confunde medios y fines (como también sucede en otros ámbitos de la vida). Ante un trabajo cualquiera o una actividad de aprendizaje, el perfeccionista pierde el horizonte en su quehacer, el fin por el que trabaja, y se enfrasca en aspectos muy concretos de la tarea. Vive para trabajar, y no trabaja para vivir. Siendo el trabajo o los estudios un medio para vivir, al perfeccionista se le nubla el escenario existencial centrándose en cómo rinde, cómo le valoran o valorarán, en que no alcanzó las metas propuestas en razón del volumen del trabajo, de su calidad o del tiempo empleado en realizarlo.
Además, el perfeccionista termina pagando un precio muy alto: vive angustiado, tenso, con miedo a equivocarse y no disfruta los logros.
El perfeccionista: un problema para los demás
Por si fuera poco, el perfeccionista no es el único afectado por su problema: también perjudica a las personas que se mueven en su entorno. Exigen a los demás llegar a unos niveles que difícilmente pueden alcanzar, y con frecuencia quieren cambiar la forma de ser o de actuar de amigos o pareja, porque no les parece «correcta» a su parecer.
También desconfían de que los demás puedan hacer bien las cosas, por lo que quieren controlarlo todo continuamente y con frecuencia hablan de malas maneras a sus compañeros o les tratan como a inútiles. Todo esto puede provocar un gran sufrimiento a las personas que rodean al perfeccionista, ya que se sienten puestas a prueba continuamente y se ven incapaces de llegar a dónde les han establecido el listón. Y es que al final, una persona que quiere ser perfecta acaba por demostrar que no sólo no lo es, sino que también termina dando problemas y generando frustración y aversión a su alrededor.
Teresa Pereda
Asesores: Doctor Manuel Álvarez y Domingo García-Villamisar, psicólogo. Autores del libro El Síndrome del perfeccionista.
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