Podríamos definir la agresividad como una respuesta emocional que se caracteriza por un sentimiento de insatisfacción, rabia y deseo de dañar a alguien o algo que nos rodea: es precisamente lo que sucede con los niños agresivos, un problema muy común. Aunque cueste creerlo, estos niños también poseen estos sentimientos. Y es que puede ocultar todo un cúmulo de frustraciones que hace de él un niño agresivo.
¡Vaya genio! El carácter de los niños agresivos
La agresividad a estas edades puede manifestarse de formas muy diversas. Una de ellas es la agresión física directa. Cuando nuestro hijo pega, muerde o da patadas a sus amigos del parque porque le han quitado su camión preferido, está actuando de dicha forma.
Las agresiones indirectas desplazadas, por su lado, son aquellas que se manifiestan cuando nuestro pequeño dirige su agresividad hacia otra persona u objeto distinto del que desencadenó su enfado. Así puede darse el caso de que le hayamos reñido por alguna travesura y acto seguido comience a pegar a su hermano mayor porque está enfadado con nosotros.
Todo a gritos, así se comportan los niños agresivos
En otras ocasiones, la agresividad aparece en forma de reacciones explosivas. Puede que alguna vez le hayamos gastado alguna broma sin importancia a nuestro hijo y éste, en vez de tomársela como tal, haya comenzado a patalear y llorar sin parar. Esas rabietas son muy habituales en los niños, incluso los más buenos tienen alguna de vez en cuando. Es su forma de preguntarnos «¿Hasta dónde puedo llegar?»
Una última forma que tienen los niños de expresar su agresividad es de forma verbal. Si nuestro hijo ya sabe hablar, habremos comprobado, alguna que otra vez, que cuando se enfada nos contesta mal, le da por insultarnos, por decirnos «no te quiero», no duda en ridiculizar a otro niño o, lo que es aún peor, comienza a acribillarnos con palabrotas.
Llorar o patalear para canalizar la frustración
La forma que tienen los niños de manifestar su agresividad es distinta a cada edad. Cuando son bebés, se ven obligados a plegarse ante nuestras exigencias y costumbres, pero cuando son más mayores… las cosas cambian.
Por lo general, es entre los tres y cuatro años cuando aparece una crisis de agresividad más acusada. En este momento el niño intenta afirmar su «yo» y tiende a oponerse a todo lo que le decimos. Durante esta etapa, las rabietas son su válvula de escape. A partir de los cuatro o cinco años, la agresividad pasa a manifestarse a través de la agresión verbal: insultos, palabrotas, acusaciones del tipo «¡mamá, eres tonta!» o «¡no te quiero, idiota!».
Marisol Nuevo Espín
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