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Cómo educar al niño caprichoso

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Sabemos que los niños pidan caprichos está dentro de lo probable e incluso de lo normal en el desarrollo infantil. Lo importante en la cuestión de cómo educar al niño caprichoso es que los padres apliquemos el sentido común y no concedamos aquellas cosas que no son necesarias o que no se las han sabido ganar.

Educar no es condescender ni guiar con vehemencia, sino encauzar y sacar de dentro de cada uno lo valioso que posee. Los intereses de todo tipo, siempre que sean nobles, aunque puedan parecer triviales mueven la voluntad. Si no hay ilusiones, habrá capricho, y éste suele darse cuando faltan referencias estables en la educación.

El capricho mina la voluntad, la debilita, hace a la persona inconstante y débil; la convierte en esclava de sí misma y esclaviza además a quienes están a su alrededor, salvo que éstos sepan hacer frente a tal incoherencia.

Qué es el capricho

El capricho suele ser un deseo de algo sin ton ni son, demasiado aleatorio, que no se mantiene en el tiempo. Una vez conseguido se pasa de ello y se busca otra cosa que pedir, porque en el capricho lo que importa no es lo que se pide, sino cómo reacciona el adulto a esa demanda.

El niño caprichoso quiere comer en el plato rojo y cuando se lo traes pide otra cosa, no le importa lo que le traes, lo que les fascina es que una y otra vez estés dispuesto a hacerlo. El niño caprichoso sabe lo que es «el poder» y le gusta dominar la situación.

Un niño es caprichoso cuando…

Cuando el niño consigue las cosas de forma excesivamente fácil, en realidad le estamos complicando la vida. Un exceso de juguetes, por ejemplo, anulará su capacidad de ilusionarse, dejará de ver lo que le han regalado y sólo podrá ver cuántos juguetes tiene. Así, no incrementamos la ilusión de jugar, sino el afán de poseer y eso alimenta los caprichos.

Por otro lado, debemos enseñarles y aprender como padres a diferenciar un capricho de un deseo. Tener deseos no nos hace egoístas, ni caprichosos; todos podemos tener deseos y solidarizarnos con el otro, en una familia intentaremos que todos tengan algún deseo cumplido y nos ayudaremos unos a otros a realizarlos. El egoísmo es cuando solo un miembro de la familia es el que tiene los deseos.

Juan Pedro Valencia, psicólogo especializado en desarrollo infantil explica que «aunque es absolutamente normal que en un periodo de la vida de un niño aparezcan los denominados caprichos, les guste mandar o salirse con la suya, en ocasiones esta conducta se mantiene en el tiempo y se convierte en la forma habitual de conseguir lo que quiere y de interaccionar con el ambiente que le rodea.

No debemos permitir por lo tanto, que esta normalidad se convierta en la norma segura para obtener lo que desea. En cierto modo, con estos retos nos está pidiendo que le pongamos límites. Es necesario que aprenda desde el principio que no se puede obtener todo lo que quiera».

Javier Urra, psicólogo de la Fiscalía de Menores del Tribunal Superior de Justicia de Madrid, afirma que en España «algunos psicólogos y pedagogos han transmitido el criterio de que no se le puede decir NO a un niño, cuando lo que le neurotiza es no saber cuáles son sus límites, no saber lo que está bien y está mal. Esa es la razón de que tengamos niños caprichosos y consentidos, con una filosofía muy hedonista y nihilista».

El pulso que establece el niño caprichoso

 

El niño está aprendiendo ahora cuál es vuestra capacidad de aguante, cuántos llantos y qué volumen estáis dispuestos a tolerar para que él consiga lo que quiere. Cuanto más seguros estemos de nuestro papel de educadores, más fácil nos resultará que no nos tomen el pelo. Por otro lado, es conveniente que no lo veamos como una lucha de poder («si me manda ahora así, qué hará cuando tenga 15 años»), para ser realmente efectivos.

Los padres somos los responsables y el niño está probando (como corresponde a su edad) todas las variables que están a su alcance; es a través del ensayo y error, de comprobar una y otra vez lo que le da resultado, la estrategia para averiguar cómo tiene que conseguir las cosas.

Por ejemplo, un niño llama la atención de su madre cuando ella está hablando con otra persona y no le hace caso, entonces irá subiendo el tono de voz hasta que su madre le diga algo. Ella le dirá que espere o que se calle, también en un tono de voz alto, con lo cual vamos manteniendo un volumen considerable. Es más efectivo que la primera vez que interrumpa le expliquemos, mirándole a los ojos, que ahora queremos hablar con nuestra amiga, que por favor espere un poco y luego le atenderemos.

Con dos años aguantan poco tiempo, pero paulatinamente el niño aprende que puede esperar y que más tarde es atendido. No es razonable pretender que a esta edad espere media hora, pero sí diez minutos que iremos alargando de forma fluida a medida que crezca, sin gritos, ni pulsos por el poder.

Es bueno para el niño saber lo que quiere y es bueno saber que a veces sí se consigue, que no siempre es de forma inmediata y que, en algunas ocasiones no se puede conseguir y no pasa nada.

Ricardo Regidor
Asesoramiento: Rosa Mª Palacios. Pedagoga de Lenoarmi.

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