Los niños globalizados se divierten con juguetes cada vez menos tradicionales y cada vez más sujetos a una pantalla. Son nuestros screenagers. Aquellos que están enganchados, adheridos a un terminal que emite una información que el niño manipula a su capricho y casi sin límites.
Este nuevo ocio señala una línea de infinitas posibilidades (conocimiento, aprendizaje, apertura comunicativa….), pero también señala una línea de peligros (aislamiento, consumismo, manipulación, pérdida de la identidad, abuso de las nuevas tecnologías…).
Enganchados a la realidad virtual
Se trata de descubrir las posibilidades positivas de estos mundos pero, teniendo en cuenta, las muy frecuentes posibilidades negativas: señalando las magníficas perspectivas que se abren, pero sin olvidar los riesgos que se corren. No se trata de controlar y negar como único fin: se trata de orientar el uso más inteligente de las nuevas tecnologías, de manera que los hijos sean capaces de dar ese salto: extraer conocimiento de sus experiencias lúdicas y digitales. Es decir, que, tras manejar ingentes cantidades de información, de la mano de unos educadores y padres que los orientan, sean competentes en el momento de trasformar esta información, en tanto que materia prima, en conocimiento, en tanto que producto.
Es un horizonte exigente: pero desde sus primeros contactos con el mundo digital, en el ocio, en la diversión, en la comunicación, los niños y jóvenes deben comenzar a caminar hacia lo que en el siglo XXI va a ser fundamental: analizar el ritmo que imponga la globalización para obtener de ella los mejores frutos. Convertir la información en conocimiento y, a largo plazo, en sabiduría que lleva a la acción basada en valores éticos.
Una nueva situación
Si antes se veía televisión en común y se compartía la radio o el periódico, hoy la situación ha cambiado: el consumo de la información es mucho más individual, particular. El móvil es privado, los niños tienen en su cuarto una televisión, un ordenador y se conectan solos a Internet. Cada uno ve (o interactúa) con el contenido que se ha producido para su específico perfil de consumidor. O, dicho de otra forma, la interactividad de los contenidos multimedia (vía PC, Internet, TV digital, móvil, consola…) exige, muy a menudo, un consumo individualizado. Es un fenómeno que se anunciaba en el zapping y que ahora se confirma en la interactividad real.
Los adolescentes se «pirran» por intervenir en programas como Gran Hermano o participar en concursos a través del uso de los mensajes de texto del móvil. El incentivo son los premios o la simple posibilidad de intervenir en el programa (expulsando un concursante en el GH). Suelen disfrutar de la música enlatada absolutamente absortos (walkman, discman…) y juegan con los videojuegos en las consolas casi siempre solos contra la máquina. Sin embargo el presente-futuro ya habla de juegos on line: donde el contrincante ya no es la máquina sino una persona real de cualquier rincón del planeta.
Ciberfractura generacional
Como padres, hemos de pensar en estos temas si no queremos convertirnos en verdaderos analfabetos en el mundo de los lenguajes, símbolos y habilidades que suponen el manejo de las nuevas tecnologías. Se trata de saber orientarlos, educarlos, conectar con ellos: saber qué les pasa. Y si no profundizamos en estos mundos lo suficiente como para llegar a ellos, se producirá lo que ya se denomina, en algunos estudios, como ciberfractura generacional. Es decir: el crecimiento de un abismo generacional que supone que nuestros hijos no nos entienden porque no hablamos su idioma. Un abismo que señala que no sabemos por dónde van, qué les interesa ni qué les pasa por la cabeza.
Se trata de lograr que esa ciberfractura generacional sea mínimamente salvable y que sepamos llegar hasta ellos para orientar con prudencia e inteligencia el uso de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Nuevas tecnologías que hacen avanzar la economía, el saber, la ciencia, la transmisión de información pero que, para ellos, hoy es un juego, en la mayoría de los casos. Lo que se puede denominar ocio digital. Un juego muy atractivo, irresistible, que les atrae de un modo intenso pues les acerca al grupo, les lleva a paraísos de infinitas posibilidades y de gran interactividad, pero que también les puede apartar de la realidad de cada día. Les puede engullir en la Realidad Virtual y apartarles de los requerimientos de la Realidad Real.
Incluso, en algunos casos extremos, les puede llevar a actuaciones y comportamientos que nos hablan de unas adicciones nuevas ante las que debemos estar muy atentos. Es importante precisar que serán pocos casos los que nos permitan hablar de comportamientos adictivos, sin embargo hay que señalar que la precaución siempre es necesaria pues el riesgo, aunque remoto, existe.
Ignasi de Bofarull. Docente, crítico de televisión y orientador familiar
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