La pandemia ha cambiado nuestra manera de socializar hasta el punto de que el distanciamiento social está marcando nuestras vidas. Debemos entender que usar mascarilla y no saludarnos con besos y abrazos en estas fechas navideñas, no debe ser un obstáculo para favorecer la socialización de los niños por su gran importancia.
Esta Navidad, muchas familias estamos limitadas a comunicarnos a través de un dispositivo eletrónico o de manera presencial, pero con una distancia de un metro y medio como mínimo entre nosotros. Para evitar normalizar lo que todos conocemos como distanciamiento social, la Organización Mundial de la Salud (OMS) está haciendo grandes esfuerzos por cambiar el término a distanciamiento físico, ya que el ser humano es un ser social por naturaleza.
Estamos creados para vivir en sociedad y somos sociales desde el momento en que empezamos a existir. Cuando nacemos, incluso antes, desde el vientre materno, entramos en contacto con lo que nos rodea a medida que se van desarrollando nuestros sentidos.
Somos sociales por naturaleza
Después de nacer, el ser humano comienza inmediatamente a experimentar la existencia de otros individuos al interactuar con ellos, bien sea a través del contacto físico o de las emociones que se les manifieste por el tacto y el habla. Coger a los bebés en brazos, expresarles cariño, cantarles…, son canales para transmitirles multitud de información que les facilitará conocer y relacionarse con lo que tiene alrededor.
Los estímulos que reciben los niños están grabándose en su cerebro desde el primer día, sus conexiones neuronales se multiplican con cada estímulo. Se plantea entonces una pregunta: ¿Podría un niño estar solo? Obviando el hecho de que necesitaría alimento para sobrevivir y él mismo no es capaz de proporcionárselo, la respuesta es que el ser humano precisa de un entorno para desarrollarse correctamente.
Ha habido en la historia casos de niños abandonados y criados entre animales, en un medio salvaje, sin la compañía de otros hombres, sabemos las dificultades y los problemas a los que tuvieron que enfrentarse. Por tanto, podemos afirmar que las personas necesitamos nacer y crecer en sociedad.
El primer núcleo social es la familia
La familia es el primer núcleo social, es la base de todo el aprendizaje desde los primeros meses de vida, incluso cuando todo es alimentación, cuidados e higiene. Son los padres y hermanos quienes le introducen en el mundo. Cada palabra que le dirigen, cada gesto, cada muestra de cariño comunica e implica socialización. El ser humano depende de otros como él para desarrollarse y vivir acorde a sus capacidades y para explotar todo su potencial.
Ese primer año de vida es de suma importancia, a cada instante, el niño se encuentra inmerso en situaciones en las que está con otros y aprende las dinámicas de las relaciones.
Veamos varios ejemplos: un abrazo se responde con otro; una sonrisa produce caras de alegría alrededor; el llanto hace que los demás se preocupen por ver lo que ocurre; si empieza a caminar y se cae, le ayudan a levantarse… Y así en cada momento, día tras día. Cuando aparece el lenguaje, todo fluye más rápido, ya no solo son gestos, sino también con palabras y la expresión formal del pensamiento.
¿Qué aprende un niño tan pequeño entonces? Todo. Desde el principio, el niño es capaz de asociar un estímulo a una respuesta, por este motivo es fundamental que los padres sean conscientes de que ya desde estos primeros pasos están educando. De aquí se deduce que si vivimos en sociedad, tendremos que dotar al niño de las herramientas y los recursos para saber desenvolverse de forma adecuada en su entorno. Vivir en sociedad lleva asociadas unas consecuencias, una de las primeras es que en la relación con los demás existen normas, maneras de hacer las cosas de modo correcto e incorrecto.
Vivir en sociedad
Empieza un camino que recorrerán padres e hijos a lo largo de mucho tiempo. En la vida de familia el pequeño aprende cómo debe comportarse en función de la multitud de situaciones que se suceden a lo largo de un día. A lo que le han dicho que «sí» una vez, siempre estará bien hecho para él. Asimismo, si su comportamiento se alaba cuando le piden que haga algo y lo realiza, se refuerza esa conducta de forma positiva.
El pequeño no entiende los motivos, pero quiere y le agrada ver contentos a los que le rodean. Si le dicen «dame esto» o «ven conmigo» y lo hace, verá caras de satisfacción, aplausos e incluso muestras de cariño.
Por el contrario, si va hacia el enchufe a poner los dedos, quiere cerrar una puerta de golpe, tira un juguete o escupe la comida, le dirán «no», asociado a una cara de tristeza y, desde luego, sin celebraciones ni muestras de alegría. Son cosas sencillas y al mismo tiempo más transcendentes de lo que parecen.
Si no estamos al lado del niño indicándole lo que puede y lo que no debe hacer, si no le pedimos que actúe de una forma concreta y nos da lo mismo que haga una cosa u otra, empezamos a perder oportunidades que son de oro. El niño todavía no expresa verbalmente el lenguaje pero lo entiende. Los padres están ya desde el inicio sentando las bases de la educación y poniendo los límites. Estos son fundamentales para que el niño sepa cuál es el camino a seguir. En la vida necesitará de estas pautas para desenvolverse de forma adecuada en las relaciones con los demás.
Covadonga Sáinz de Aja Collantes. Psicopedagoga y profesora del Colegio Orvalle (Madrid)
Te puede interesar:
– Socializar en el colegio, el mundo de los amigos
– Navidades seguras en tiempos de pandemia, ¡claves de prevención!