No podemos mantenerlos ajenos a las terribles noticias de secuestros y asesinatos de niños. Y tenemos la obligación como padres de trasladarles un peligro que es real. Pero al mismo tiempo debemos conseguir un difícil equilibrio que garantice su seguridad sin convertirlos en timoratos paralizados por el miedo. Estas ideas nos pueden ayudar a explicar a los niños que no deben irse con extraños ni conocidos.
En el proceso educativo hacia la completa madurez de nuestros hijos, uno de los elementos que tenemos que introducir es ir dotándolos, poco a poco, de mayor libertad de movimiento. De pequeños, nuestra vigilancia suele ser exhaustiva porque nos necesitan mucho en el plano físico y porque todavía no tienen los conocimientos suficientes para detectar las situaciones de peligro.
Poco a poco, a medida que van desarrollando esos filtros que les capacitan para evitar el riesgo, vamos ampliando las cotas de libertad que les concedemos. Valoramos las posibilidades en función de numerosos elementos, desde la madurez de nuestros hijos hasta la confianza que nos transmite el entorno en el que se mueven. Iremos «soltando amarras» para que adquieran más responsabilidad, para que aprendan a desenvolverse por su cuenta.
Cómo detectar situaciones peligrosas
Pero en este camino de crecimiento interior que tienen que experimentar, es nuestra obligación transmitirles, de la manera más adecuada posible, cuáles son los riesgos a los que se pueden enfrentar con extraños o conocidos. No podemos evitar que el mal exista. Los padres no tenemos la deseada varita mágica que hiciera desaparecer del entorno de nuestros hijos a violadores, pederastas, secuestradores y asesinos. Pero sí podemos dotar a nuestros hijos de los conocimientos fundamentales que les permitirán detectar situaciones potencialmente peligrosas.
La complejidad de la situación radica en que, si bien es fundamental transmitir a nuestros hijos unas normas básicas que garanticen su seguridad y se adapten a su edad y circunstancias, no queremos que crezcan presas de un miedo irrefrenable ni que se vuelvan ariscos en el trato con los demás por evitar cualquier tipo de contacto.
Enséñales a ser prudentes
La idea fundamental que debemos transmitirles es que tienen que ser prudentes. Eso exige no situarse en ocasiones de peligro. Explicarles que no deben irse con extraños parece muy sencillo y evidente. Bajo ningún concepto deben aceptar ninguna forma de invitación de un desconocido. Y en caso de que usen la fuerza para retenerlos, deben gritar y salir corriendo.
Diferenciar entre conocidos y personas de confianza
Es más complicado transmitirles la sutil distinción entre conocidos y personas de confianza. Sin embargo, es fundamental que lo hagamos, puesto que la mayoría de los delitos hacia menores los comenten personas del entorno.
Por eso tenemos que trabajar con nuestros hijos el concepto de confianza. Un vecino al que saludamos habitualmente y que parece amable, es un conocido, pero no una persona de confianza. La confianza se adquiere con el paso del tiempo, con el pleno conocimiento de las personas, con un vínculo más profundo que un mero saludo ocasional.
Podemos jugar con nuestros hijos a plantearles situaciones concretas para que sepan cómo responder. Si un conocido se ofrece a ayudarles, a llevarlos a algún sitio, a darles comida, sin generar reacciones enfermizas en nuestros hijos, debemos indiciarles que agradezcan el ofrecimiento, pero no lo acepten o no hasta que hayan obtenido permiso directo de sus padres o de la persona que esté a su cargo. En cualquier caso, debemos trasladar de forma clara a nuestros hijos que no deben permitir situaciones que les estén violentando y que atenten contra su intimidad e impliquen un acercamiento físico.
¿Qué hacer si se ha perdido?
Pero puede ocurrir que un niño que se haya perdido, se sienta desamparado, busque refugio en un adulto. La mayoría de las personas son buenas y no debemos dejar de inculcar en nuestros hijos que pidan ayuda cuando la necesiten. Pero podemos insistir en que recurran a un policía si hay alguno cerca, a personas conocidas cuando sea posible, y a madres de familia si no hay nadie conocido.
Prevenir situaciones de riesgo
En el caso de adolescentes y jóvenes, en que ya tienen interiorizadas estas ideas fundamentales, los mensajes que debemos recalcar son los de tratar de evitar situaciones de inseguridad que faciliten la comisión de un delito. Por ejemplo, si van a salir de noche, los animaremos a que vuelvan en grupo, nos esforzaremos por recogerlos cuando sea necesario o les inculcaremos que reserven siempre el dinero suficiente para garantizarse un transporte adecuado y de confianza.
Las nuevas tecnologías, que tanto nos incomodan en muchos aspectos de la educación, pueden ser grandes aliadas en este caso. Tenemos que trasladar a los hijos que, si queremos saber dónde están, no es por un exceso de control sobre su vida, sino por un deseo de garantizar su seguridad. Así pues, la norma en las familias tiene que ser que informen de cualquier movimiento que pueda entrañar riesgos y que se comprometan a responder a nuestras llamadas o mensajes tan pronto como los vean.
Cuentos con mucha moraleja
Transmitidos de generación en generación, recogidos después por los grandes nombres del relato breve -Hans Chrisitian Andersen, los hermanos Green, Perrault…- y dulcificados en las últimas décadas para ser digeridos por niños -fueron escritos para adultos y no ahorran escenas de dolor y sufrimiento en sus versiones originales-, los cuentos son una herramienta eficaz para transmitir ideas básicas que nos pueden servir en este caso.
Así, Caperucita Roja está a punto de perder la vida por incumplir dos recomendaciones de su madre: que no se desviase del camino y que no hablase con extraños. Una suerte parecida corre Pinocho cuando, embelesado con la promesa de libertad del circo, acaba secuestrado y con orejas de burro. En el caso de Hansel y Gretel, la enseñanza que se extrae es que es fácil que los malos nos engatusen con un dulce cualquiera. Lo mismo le ocurre a Blancanieves cuando muerde la manzana.
María Solano
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