¿Es necesario que nuestro hijo diga su primera mentira para preocuparnos seriamente por educarle en la sinceridad? Para evitar desterrar de nuestro vocabulario frases como «me ha salido mentiroso» o «eres un mentiroso», antes de los 7 años tenemos la oportunidad de enseñarle las grandes ventajas de decir siempre la verdad.
«Lola tiene 4 años. Estaba cenando y sonó el teléfono. Cuando volvió Carmen, su madre, se encontró con que ya había acabado la tortilla y todas las patatas.
-«¿Has terminado?»- le pregunté.
-«Sí mamá» -.
Cuando fui a la basura me encontré con la mitad de la tortilla.
Pero, ¿por qué me habrá mentido? ¿Tiene miedo a que le castigue a que le obligue a comerse todo?», me pregunté».
Los niños de 1 a 6 años mienten por varias razones pero lo principal es que nos demos cuenta que todavía no tienen una intencionalidad moral. Quizás tienen miedo, quieren escurrir el bulto o buscan llamar nuestra atención. Por esta razón, hay que ver esa mentira en su justa medida.
El mejor momento para enseñar a decir la verdad
De los 3 hasta los 9 años, estás en el mejor momento para enseñarle a tu hijo/a lo que es la sinceridad, lo que gana diciendo la verdad, lo bien que se siente uno por dentro y lo que a mamá, a papá, a los «profes» y a los amigos les gusta comprobar que es un niño que no engaña. «No esperes a tener sed para empezar a excavar el pozo», reza un proverbio chino.
¿Por qué es el mejor momento? Pues porque tu hijo se encuentra en el periodo sensitivo de la sinceridad que empieza a los 3 años y acaba a los 9. El periodo sensitivo es el espacio de tiempo en el cual el cerebro está preparado para un determinado aprendizaje.
¿Qué hacer ante los primeros engaños?
A estas edades no se puede decir que tu hijo sea un mentiroso porque en ocasiones te engañe. En realidad, comienza metiendo pequeños goles (hacia los 3 o 4 años) porque también necesita experimentar qué se siente, porque se quiere salir con la suya y debido al afán que tiene por llevar la contraria porque a estas edades se encuentran en plena etapa de oposición.
«O sea, Lola, que te has comido toda la tortilla (Carmen ya sabe que la ha tirado a la basura). Bueno, pues muy bien, yo te creo porque confío en ti y tu sabes que los niños buenos siempre dicen la verdad».
Es conveniente que durante los primeros engaños de tu hijo te dejes meter ese gol pero siempre dejándole ese malestar que se experimenta tras mentir porque además, la pequeña Lola ha escuchado decir a su madre que confía en ella.
Más tarde, cuando le acuestes, no olvides nunca contarle un cuento de un niño que mentía y se quedó sin amigos porque nadie quería un amigo mentiroso, o un niño que decía siempre la verdad a pesar de algunas travesuras que cometía. Y dale de nuevo la oportunidad de enmendar su error si es que tu hijo todavía no te ha dicho que ha mentido: «Lola, ¿te comiste toda la tortilla?» Carmen finalmente escuchó un no de su hija y una confesión: «Me dejé algo y la tiré a la basura«.
En este instante, cuando ha sido valiente y ha dicho finalmente la verdad, es el momento de explicarle que al decir la verdad gana confianza, seguridad, uno se siente mejor por dentro y sus padres, los «profes» y los amigos» la quieren más.
Si a pesar de todo, no se atreve a decir que tiró la tortilla, es el momento de explicarla, con paciencia, que has averiguado que no ha dicho la verdad, porque descubrimos la mitad de la tortilla en la basura. El mejor castigo que puede recibir nuestra hija es nuestra tristeza pero acto seguido una muestra de confianza: «Lola, sé que la próxima vez no me engañarás, porque no quieres que mamá se ponga triste«.
Maite Mijancos. Asesora Familiar
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