Toda buena acción merece reconocimiento por parte de sus beneficiarios. Elogiar las buenas acciones nunca está de más, aunque como todo en la vida, del exceso vienen las consecuencias negativas y este asunto no escapa de esta máxima. Reconocer demasiado las buenas acciones de los más pequeños de la casa puede acarrear consecuencias negativas.
Hay que elogiar, sí, pero siempre en situaciones concretas y en acciones fácilmente reconocibles. Destacar aspectos positivos en los niños sin motivo y con demasiada frecuencia provoca que los niños no sepan diferenciar la barrera entre el bien y el mal, y les cueste más diferenciar una buena acción de la que no lo es.
Adictos a los elogios
Moderar los elogios no supone no darlos nunca, todo lo contrario. Estos comentarios positivos deben estar muy presentes en la vida de los niños, aunque deben referirse a situaciones concretas donde el menor haya hecho una acción destacada. En este momento si los padres reconocen esta labor y felicitan a sus hijos, estos se sentirán motivados a actuar de nuevo de esta forma y habrán aprendido que es su esfuerzo el que en realidad merece elogios.
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No obstante el exceso de elogios puede provocar que los niños terminen dependiendo de estos y los busquen constantemente para reafirmar su autoestima. Un problema que hace que al contrario que en el anterior caso, en este los menores no se sientan satisfechos con sus buenas acciones, sino únicamente cuando alguien les recuerda lo buenos que son. Algo que puede provocar su enfado si no reciben una felicitación a la hora de actuar de una forma.
Cómo se debe elogiar
Estas son algunas de las pautas que se pueden seguir para conseguir los mejores resultados de los elogios en los niños:
1. Hacer que el niño sepa cuál es la conducta que ha gustado. No es lo mismo decir: «Qué bien te has portado», que decir, «Mamá está contenta porque no has corrido por los pasillos y has hablado bajito». En el primer caso, el niño se queda con la idea de que su comportamiento ha sido bueno pero no sabe concretamente qué es lo que ha hecho y que tanto ha agradado a sus padres.
2. Elogio inmediato. De nada sirve esperar un mes para decirle al niño: «Papá está contenta porque has arreglado tu cuarto». En este caso el menor ya se habrá olvidado de lo que hizo o no.
3. Elogios apropiados. Hay que elogiar con entusiasmo y acompañar los elogios con lenguaje corporal como un abrazo, una palmada, un beso en la mejilla, etc. De esta manera aumentamos la magnitud del elogio, un elogio dicho sin entusiasmo, o con descuido pierde su eficacia.
4. Simplemente elogiar. Algunos padres acompañan un elogio con un comentario sarcástico, como: «¡Qué bien has hecho la cama hoy, pero podrías hacerlo así todos los días!». Con esta «coletilla», que frecuentemente se nos escapa, hemos perdido todos los beneficios del elogio.
Damián Montero
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