No son médicos, pero se hacen llamar doctores, llevan bata blanca, atienden a niños enfermos y les alivian de sus dolencias. No trabajan en un circo ni en un teatro, pero hacen números de magia, visten como payasos e interpretan diferentes papeles.
Los Doctores Sonrisa son, por todo ello, unos atípicos profesionales, pero la función que desempeñan desde el año 2000 en los hospitales españoles de la mano de la Fundación Théodora es muy admirada y valiosa. Fundamentalmente, se trata de evitar el sufrimiento de los niños hospitalizados, y de sus familias, a través de la risa.
A corto plazo, su labor resulta en muchas ocasiones más beneficiosa que los fármacos, al menos en lo que se refiere a los estados de ánimo. De todos modos, tienen muy claro, e intentan que sus «pacientes» también, que los verdaderos médicos no son ellos y que la auténtica salida a las enfermedades que retienen a los miles de niños ingresados en los hospitales del país que visitan diariamente, no la tienen ellos en su mano, aunque su labor también resulte terapéutica.
Sin embargo, lo que sí buscan, y en la inmensa mayoría de los casos consiguen, es hacerlas más llevaderas. De hecho, los Doctores Sonrisa son expertos en el arte de la diversión y el espectáculo. No en vano sus verdaderas profesiones son las de mago, malabarista, payaso, acróbata, trapecista o actor de doblaje. Este saber hacer reír es, además de su principal herramienta de trabajo, su tarjeta de presentación.
Fundación Théodora
Los Doctores Sonrisa son «hijos» de Théodora, el nombre que recibe la Fundación en torno a la cual gira esta actividad. Esta organización, nacida en Suiza en 1993, es el homenaje que los hermanos Jan y André Poulie quisieron realizar a su madre, Théodora, después de que esta falleciera tras una larga enfermedad que la mantuvo retenida en la cama de un centro sanitario durante varios años.
Sus hijos, que a lo largo de su vida también habían tenido que afrontar situaciones similares, eran conscientes de lo que un periodo de hospitalización supone para una persona y de que, en el caso de los niños, la experiencia suele resultar aún más traumática, al mantener a los pequeños alejados de su ambiente familiar y educativo, de sus amigos y de sus juegos en una edad en la que psicológicamente no se está preparado.
Así, y conociendo la intervención de payasos en el sistema hospitalario estadounidense, estos hermanos pusieron en marcha personalmente la iniciativa, que fue tan bien acogida en su país que hoy día se reparte en todos los centros de pediatría de Suiza, y en siete países más: Francia, Italia, Reino Unido, Turquía, Bielorrusia, China y República Sudafricana.
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Conectar con el paciente
En sus visitas a las habitaciones de los pacientes de los hospitales adscritos a este proyecto, los Doctores Sonrisa portan el historial del enfermo y su estado durante la jornada, pues el objetivo no es que realicen un «show» ante el niño y los familiares que lo acompañen, sino conectar con ellos para aliviarles de la tensión, nervios, miedo o aburrimiento que puedan sentir.
«Supone una bocanada de aire fresco en la habitación, como si se abriera la ventana y al cerrarse se llevara consigo cualquier temor.Los familiares lo agradecen de corazón y con los niños se crean emotivos vínculos», explica Tamara Kreisler, directora de Théodora en España.
Por todo ello, su principal baza es la improvisación, de tal forma que no repiten el mismo número durante toda una tarde, sino que varían su «función», que suele durar entre 10 y 15 minutos, dependiendo de lo receptivo y comunicativo que se encuentre el niño hospitalizado, de su dolencia, del tiempo que lleve hospitalizado y, por supuesto, de su edad.
Desde trucos de magia con cajas que convierten globos en flores secas, hasta chistes, escenificaciones o breves conciertos de música siempre en clave de humor son algunas de las muestras de su repertorio.
Divertidas batas blancas
Además, sustituyen las inyecciones y los fonendoscopios por puzzles, peluches o cualquier objeto divertido que pueda arrancar una sonrisa a un niño.Además, van ataviados con una original bata blanca, personalizada y bordada con llamativos y coloridos motivos como flores, animales o corazones, que gusta tanto a los pequeños que les lleva a pensar que el «uniforme» de «los otros médicos», quizá de tanto lavarlo, ha perdido todo su atractivo.
Pero éstos no son los únicos motivos por los que los niños les suelen recibir expectantes y, en ocasiones, a «golpe de regalos», tales como dibujos, relatos o poesías.La verdadera causa es el cariño que estos Doctores Sonrisa les dispensan, lo que les convierte en nuevos amigos en un lugar en el que no es tan fácil hacer compañeros de juegos como de puertas para afuera.
Menos cautivos
«Obtenemos una respuesta personal y por ello es un trabajo que nos llena profesionalmente mucho más que subirnos a cualquier escenario. Personalmente, nunca olvidaré el poema que me escribió un chaval de 14 años en Toledo y que decía: Doctora Zepi, no me dejes en el olvido, te agradezco que me hagas sentirme menos cautivo. Ésta última frase define perfectamente en qué consiste nuestra labor y no proviene de nosotros, sino de un paciente», relata Carmen Olivera, una Doctora Sonrisa ya veterana en España.
Observándoles unos minutos tras el cristal de una habitación, como hacen a menudo médicos y enfermeras, se comprueba el extremo cuidado que, por una mezcla de sensibilidad y profesionalidad, caracteriza su comportamiento, y cómo los niños se van abriendo poco a poco a ellos.
«No podemos obligar a nadie ni invadir la intimidad de una familia. Siempre pedimos permiso antes de entrar porque puede no ser el momento idóneo. Si de primeras vemos al niño reacio, lo intentamos con los familiares, para que vaya perdiendo la posible vergüenza, pero si vemos que la respuesta es con toda rotundidad un no, nos marchamos sin más. Otro día será. Seguro que el niño sentirá que es la única vez que ha podido negar la entrada a un doctor», cuentan la Doctora Zepi y Bernardo de las Heras, quien encarna al Doctor Zito.
Elena Mohino
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