La corriente dominante en la sociedad es, por desgracia, la forma más egocéntrica de individualismo. Aunque como padres no queramos transmitir estos valores a nuestros hijos, nuestro discurso acaba impregnándose de frases como «esfuérzate para superarte» o «si juegas este partido te sentirás mejor». Sin embargo, podemos utilizar el deporte en equipo o cualquier actividad extraescolar para fomentar en ellos lo más importante: que se preocupen por los demás.
Lo explica de manera muy inteligente Tomás Melendo, autor del libro El encuentro de tres amores (Palabra, 2018): a los hijos hay que ‘descentrarlos’, es decir, tenemos que conseguir que dejen de ser el centro de atención para que pongan su atención en los demás. Y las actividades extraescolares son una manera perfecta de lograrlo si descartamos la idea de que lo hacen por ellos y empleamos la de que lo hacen por todos.
Se trata de transmitir el valor del trabajo en equipo, ya sea porque practican un deporte en grupo, ya porque ayudan a otros compañeros que participan en la misma actividad. Así, el niño que juega al fútbol no debe perseguir su éxito personal, sino que tenemos que premiarle las ocasiones en las que ha sabido pasar el balón a un compañero, la disciplina de equipo, la obediencia al árbitro, el juego limpio hacia los del equipo contrario…
Pero en actividades aparentemente más individuales, como el judo o la natación, encontraremos múltiples oportunidades para que nuestros hijos piensen cómo pueden ayudar a los demás: ofrecerse a entrenar más con un compañero, escuchar más al que lo necesita, prestar algo de material al que no tiene…
Valores que se pueden aprender del deporte en equipo
– Compañerismo: si no se ayudan unos a otros, no consiguen su objetivo.
– Perseverancia: todos necesitan seguir esforzándose para mejorar.
– Constancia: porque se adquiere un compromiso con el equipo y con el deporte.
– Empatía: las situaciones complicadas les obligan a ponerse en la piel del otro.
– Respeto: para fomentar el buen ambiente en el equipo es necesario el comportamiento adecuado de todos.
– Obediencia: las directrices del entrenador o de los árbitros en las competiciones tienen que ser siempre respetadas.
– Paciencia: en los momentos en los que pierden el protagonismo, están en el banquillo, se lesionan…
– Resiliencia: para no perder la motivación cuando los resultados no son los esperados.
– Sacrificio: cuando tienen que trabajar más allá del que creían el límite de sus fuerzas.
Cuando se trata de actividades en las que varias personas tienen que participar al mismo tiempo, estamos fomentando en nuestros hijos actitudes que después les servirán para desenvolverse en la vida adulta. Pensemos, por ejemplo, en la importancia de trabajar al unísono en la danza clásica, el remo o la natación sincronizada.
En este tipo de deportes es frecuente que se generen tensiones porque si uno de los componentes del equipo falla, el conjunto se resiente. Es la circunstancia perfecta para trabajar con nuestros hijos la tolerancia hacia sus propios errores y los errores de los demás, la importancia del apoyo mutuo o la colaboración.
Aunque nuestros hijos hayan escuchado cientos de veces que lo importante es participar, saben lo agradable que es ganar. Pero ni lo uno ni lo otro tienen como finalidad ayudar a los demás. Por eso, nuestro discurso puede ir encaminado en la línea de que lo importante es ayudar, aportar a los demás, colaborar con el conjunto del equipo, dar una nueva victoria al club, destacar humildemente el trabajo del entrenador.
Silvia García Paniagua
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