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Deberes escolares, ¿para qué sirven?

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Más allá del debate abierto sobre si es o no idóneo que nuestros escolares lleguen a sus casas con las mochilas cargadas para seguir trabajando por un rato, a los padres nos queda la difícil cuestión de saber qué papel debemos adoptar cuando empiezan a aparecer las tareas escolares. ¿Nos sentamos con ellos? ¿Los ayudamos en sus primeros pasos? ¿Vigilamos? ¿Los dejamos solos? La clave radica en comprender el porqué de los deberes.

Se trata de un tema recurrente en el espacio de los medios de comunicación. ¿Deberes sí o deberes no? Este curso académico comenzó con una especie de huelga de padres en Francia que se negaban a dedicar tiempo a los deberes de sus hijos. En España, en Valencia, un padre incluso ha planteado una reclamación por la vía judicial harto de dedicar varias horas al día a solventar los problemas de las tareas de sus vástagos.

Pero lo cierto es que, fuera ya del debate sobre la conveniencia de los deberes, son una realidad absolutamente extendida en los países de nuestro entorno. Y los padres, comprendan o no los motivos por los que hay deberes, se encuentran de bruces con este problema al alcanzar algún punto de la Educación Primaria. Quizá antes hayan tenido que completar en casa alguna manualidad, dar algo de apoyo en psicomotricidad fina o fomentar la lectura con especial dedicación, pero es a partir de los seis años cuando los niños empiezan a tener una tarea reglada y acotada para cada día en sus casas.

¿Para qué sirven los deberes escolares?

Para comprender qué debemos hacer nosotros como familia ante los deberes, es imprescindible entender el sentido pedagógico de los deberes. Como explica el Catedrático de la UNED Emilio López-Barajas, «la bondad de esas tareas en horario extraescolar radica en la capacidad que tienen para generar el hábito del trabajo autónomo en los menores. Ese hábito, repetido tarde tras tarde desde la más tierna infancia, será el que el día de mañana se convierta en virtud y dé lugar a un adulto capaz de enfrentarse a los retos y al esfuerzo que significa superarlos».

En este sentido, es muy importante tener en cuenta que los deberes son «trabajo autónomo«. A diferencia de las tareas que el alumno realiza en el aula, con la vigilancia intensa y la batuta de dirección del maestro, arropado por el resto de los compañeros, el niño se encuentra solo ante los deberes y tiene que vencer una serie de obstáculos internos para salir airoso de la situación: la pereza, los despistes, el miedo a lo desconocido, la capacidad para pensar y desarrollar estrategias, la constancia*

Más adelante, al final de la etapa Primaria y durante todos los cursos posteriores, los deberes servirán también al alumno para fijar conceptos. Las explicaciones del profesor en clase permiten llevar a cabo un primer acercamiento racional hacia una serie de informaciones que, el niño recibe por primera vez. Pero una sola visualización no activa los mecanismos cerebrales que logran que esa información quede fijada en la memoria de manera permanente.

Además, estudiar fuera del aula ayuda a sistematizar conceptos que en las clases se pueden exponer de forma poco ordenada, en atención a las dificultades propias de cada explicación. El repaso del libro o los apuntes, la búsqueda de información complementaria y el desarrollo de los materiales de estudio tales como esquemas y mapas conceptuales, terminará de garantizar que se cumple con este proceso.

Y por último, con las tareas escolares los niños tienen la oportunidad de desarrollar algunos sentimientos fundamentales para su crecimiento personal, tales como la confianza, el orgullo por el trabajo bien hecho, la constatación de que con esfuerzo se alcanzan retos que parecían complicados, o la idea de que son capaces de gestionar por ellos mismos su tiempo y sus obligaciones.

Alicia Gadea
Asesoramiento: Prof. Emilio López Barajas, Catedrático de la UNED

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