La educación de un niño es un largo proceso en el que no siempre se puede coincidir y en el que, a veces, toca reprobar malos comportamientos y actitudes que no son adecuadas. En ocasiones esto pasa por sentarse a hablar e indicarles la disconformidad, en otras hay que ponerse más serios y aplicar castigos que sirvan como reacción al incumplimiento de las normas de convivencia que se han incumplido.
Pero, ¿sirven de verdad los castigos? ¿Hay alguna manera de aplicarlos sin conseguir el efecto secundario? Desde el centro de Psicología de Santa Coloma se ofrece un decálogo para conseguir el fin que se busca y terminar corrigiendo el mal comportamiento. De esta forma se evitará que se generen sentimientos como la ira, rabia o agresividad, así como el distanciamiento con los padres al pensar que se les odia y por eso se responde así.
¿Castigo o refuerzo positivo?
Los niños deben tener límites, esta debe ser la función de los padres y enseñarles las normas que se han de cumplir. En ocasiones es mejor apostar por un refuerzo positivo y, cuando los hijos hacen bien las cosas, hacérselo saber. Cuando conquistan una meta, hay que mostrarse alegres y compartirlo con la familia. De esta forma, sabrán cuáles son las actitudes modélicas y que causan el orgullo de los adultos.
Si bien el refuerzo positivo les hace sentirse bien y los motiva a seguir haciendo bien las cosas, un castigo excesivo, o mal aplicado, puede causarles ira y resentimiento. ¿Qué se debe hacer? ¿Sirven estas respuestas a los niños para corregir sus malas actitudes? Hay que saber actuar con pedagogía y siempre asegurando que el pequeño conoce el motivo de esta reacción, así como la alternativa que deben seguir.
Decálogo del buen castigo
Y, entonces, ¿cómo debe ser el castigo? Estos son varios consejos al respecto:
– El castigo debe ser adecuado a la edad del hijo. Antes de los dos años, no es conveniente usar estos «correctivos». A partir de esta edad, se pueden empezar a usar dos tipos de: la retirada de algo positivo para el niño (quitarle un juguete) o el tiempo fuera (el rincón de pensar).
– El castigo debe ser contingente, es decir inmediato, debe darse justo después de la conducta.
– El castigo debe ser explicado claramente. En niños pequeños (hasta 3-4 años) hay que explicarlo en no más de 10 segunos, no más de 10 palabras.
– El castigo debe ser educativo. Debe enseñar algo, dejarle sin ver la tele es un castigo muy usado, pero realmente no enseña nada. Ha de aplicase una perspectiva educativa, como por ejemplo si tira algo al suelo, que lo recoja, si rompe algo que lo arregle, si ha gritado que hable en voz baja durante una hora, etc… No siempre son posibles, pero siempre que podamos deberemos usarlos.
– Debe ser proporcional a la conducta realizada. Si el niño ha desobedecido una orden, no se le puede castigar un mes sin ir al parque, sería exagerado.
– Siempre hay que cumplir el castigo y por lo tanto se debe apostar por conductas fáciles de cumplir.
– El castigo debe ser natural. Un castigo material aleja al niño de las consecuencias reales de una conducta. Es mejor privar de hacer cosas que les gustan, más que no comprarles algo. Y si además se pueden hacer ver estas respuestas que se como las consecuencias naturales de la conducta, mucho mejor. Por ejemplo: «si no te vistes no podemos ir al parque porque no puedes salir a la calle sin vestirte».
– No poner nunca un castigo enfadados. Cuando se pone los castigos, normalmente los padres están enfadados, frustrados y defraudados por lo que ha hecho su hijo. Con esas emociones, es muy fácil caer en la desproporción.
– Siempre se debe avisar antes de poner un castigo. Hay que darles la oportunidad a los hijos de portarse bien. Cuando se les avisa, se les da la opción, dando la posibilidad de evitar el castigo.
– Los castigos deben ser cortos. La duración no debe ser tan larga como para que se les acumulen los castigos. En niños pequeños no más de dos días. En mayores, máximo siete días y estos tan largos deberían estar reservados para conductas realmente graves.
Damián Montero
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