Siempre hay momentos durante el día (viajes, colas en el supermercado, citas con el médico que se retrasan, etc) que podemos aprovechar para hacer reír a nuestros hijos. En los niños, las emociones son espontáneas, por eso no resulta extraño verlos reír a carcajadas ante pequeños sucesos. Sin embargo, también es común ver cómo a medida que crecen algunos van perdiendo esta capacidad.
Gran parte de lo que somos es lo que hemos vivido y las experiencias que se nos han proporcionado. Si somos personas alegres, o más sonrientes, seguramente será porque hemos tenido la suerte y la oportunidad de crecer en un ambiente en el que ha primado el buen humor.
Por este motivo, los padres debemos enseñar a nuestros hijos a utilizar el humor como pieza de su fortaleza interior y que ello les lleve a tener una vida plena y feliz.
¿Cuándo nace el sentido del humor?
Desde sus primeros meses de vida, los bebés expresan de manera espontánea emociones, gestos y reflejos de alegría, pero somos los padres los que debemos potenciar esta actitud. Primero con muecas, luego estimulando su sensibilidad corporal mediante las cosquillas, jugando a reírnos, haciendo «cu-cú» al taparnos y destaparnos el rostro, etc.
Sin embargo, en su sentido más estricto el humor aparece a los dos años de vida del pequeño al que ha sucedido algo inesperado y poco habitual.
El humor verbal aparece a los tres años, cuando el niño juega con las palabras: inventa, repite y esto puede causarle mucha risa.
Así, los especialistas recomiendan desarrollar el humor en cada una de las etapas de los niños, para asegurar que lo sigan haciendo en la primera y segunda infancia, en la adolescencia y de adultos.
Educar con buen humor
La mecánica de lo gracioso es muy fácil de contagiar a los niños. Dependiendo de su edad, hay unos recursos que son más efectivos que otros. El buen humor puede ser una gran herramienta para la educación de nuestros hijos. Pero para ello es necesario que tratemos de tener una actitud alegre y positiva, en la que la sonrisa prime en la mayoría de las ocasiones.
No debemos olvidarnos de aquellas situaciones complicadas o negativas en las que el simple gesto de sonreír puede facilitar el acercamiento a lo positivo. Por ejemplo, ante un enfado familiar -en el que se puede cortar el aire de la tensión que se respira- es muy efectivo romper esta dinámica con una carcajada por lo absurdo de la situación, o simplemente sonriendo al tiempo que decimos: «No me puedo creer que nos enfademos por esta tontería».
También es importante, que evitemos frases como: «¡Qué día más horrible estoy teniendo hoy!», «Espero que se acabe esta mañanita tan pesada cuanto antes», etc., porque con ello estamos contagiando una actitud pesimista o negativa. Y mucho menos debemos expresar pensamientos del tipo: «¡Qué ganas de que os hagáis mayores y me dejéis tranquila!».
Educar el sentido del humor
Entre los 7 y los 12 años, los niños son por naturaleza inquietos, curiosos e imaginativos. Por esta razón, la broma, la gracia y el buen humor son fácilmente incorporados como un elemento muy importante en su proceso de socialización.
La repetición de ciertas acciones fortalece aun más las bromas.
Por este motivo, es muy aconsejable poner en práctica una serie de actividades en familia que ayuden a acrecentar el buen humor de todos y contribuyan a que crezcan felices, optimistas y emocionalmente fuertes cada uno de ellos.
Pero también deben aprender que esto es bien distinto a reírnos a costa de los demás. El humor puede provocar alegría o, si se utiliza de manera negativa, puede llegar a herir a una persona. Por eso, es importante enseñar, en primer lugar, a reírse de uno mismo para comprobar lo positivo y divertido de la risa y del buen humor de manera pura. De esta manera, aprenderán a respetar a los demás.
En estas edades (7 a 12 años) sentirse integrado en un grupo y respetar a los demás es muy importante. Tienen que darse cuenta que para divertirse no es necesario hacerlo a costa del otro, sino que hay cosas que son divertidas por sí mismas; así les recordaremos, cuando se rían de un amigo, que todos tenemos defectos de los que se pueden reír los demás y que si estuviésemos en su lugar no nos gustaría que lo hiciesen. Por ejemplo, una niña en clase de gimnasia va a saltar al potro y se cae porque no tiene una gran habilidad para ello. Podría ocurrir que el resto de la clase o algún niño se ría. El mejor modo de que entiendan cómo se siente esa niña es que se pongan en su lugar. De esta manera, les hacemos conscientes de sus propias limitaciones para que entiendan las de los demás y no las utilicen como diversión.
María Lucea
Asesoramiento: María Campo. Directora Escuelas Infantiles Kimba
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