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El complejo de inferioridad de los niños

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La infancia, que debería ser el tiempo más bello de la vida, se convierte para algunos chicos en un verdadero calvario: algunos tienen algún defecto (real o figurado), a otros se les exige tanto que creen que no valen para nada porque siempre fallan… De este modo, desarrollan un complejo de inferioridad que no les deja disfrutar de esos años maravillosos. Y es una pena que un niño que tendría que recibir sólo muestras de cariño, comience a sufrir tan pronto.

No hay que confundir el complejo de inferioridad con aquel sentimiento de inferioridad que, dentro de ciertos límites, es natural en el desarrollo del niño. Los chicos se dan cuenta de que aún no son mayores y de que no son capaces de realizar determinadas actividades. Este sentimiento es un estímulo perenne que empuja al chico a ser «mayor» a tratar de conquistar, cada vez más, un poco de su personalidad.

¿Cómo les acomplejamos?

El verdadero complejo de inferioridad tiene otras causas. El chico/a llega al convencimiento de que todo él, su persona, no vale para nada, no importa a nadie. A veces son tanto los padres como los profesores los que exigen al chico/a más de lo que realmente puede dar, lo que supone desconocer el verdadero desarrollo psicológico del muchacho/a.

Por esto nunca estamos satisfechos de él/ella y no logra jamás contentarnos, aunque haya empeñado toda su buena voluntad en hacerlo bien. Si le pedimos demasiado no le damos la oportunidad de que tenga algún pequeño éxito. Fracasa en todo lo que se le pide, por lo tanto, piensa el chico: «No valgo para nada; jamás lo conseguiré». Cualquier iniciativa del niño/a queda anulada y su imaginación, creatividad y autonomía no se ejercitan.

En vez de llevarle por un plano inclinado hacia el afianzamiento de su personalidad, le colocamos en el borde de un precipicio y le obligamos a saltar.

Nuestra desaprobación continua y su sentido de insatisfacción acaban convenciéndole de que está por debajo de la normalidad.

Ambición familiar desproporcionada

A veces, con toda la buena intención del mundo, proyectamos nuestros intereses e ilusiones en los hijos sin llegar a comprender del todo que ellos son personas distintas, mundos distintos. Buena parte de esa exigencia sin sentido llega porque queremos que nuestro hijo/a sea lo que nosotros no hemos podido.

Tanto hablar (sin dejarle opción a que manifieste sus verdaderos gustos) de que él /ella llegará lejos: estudiará Medicina, como su padre; será un monstruo de las matemáticas; llegará a ser el mejor atleta, entrenado por el abuelo, seleccionador nacional desde hace más de veinte años… No hay lugar al desarrollo de la imaginación y de la fantasía, a los juegos de niños: sólo ocupaciones serias de acuerdo con un plan de futuro.

Defectos físicos: las etiquetas

Otra causa, importante, del complejo de inferioridad son los defectos: todo defecto físico, constitucional o adquirido con el paso del tiempo (miopía, sordera), o u defecto psíquico (falta de memoria) puede constituir el punto de partida de un complejo de inferioridad. Especialmente si los padres, hermanos, compañeros y todos los que forman el mundo vital del chico le burlan y le desprecian.

Algunas veces no es necesaria una inferioridad real; puede bastar una característica un poco extraña para atraer sobre el chico los motes o apodos crueles (por inconscientes) de sus compañeros: el color de los cabellos, irregularidad de líneas, una estatura demasiado alta o demasiado baja, etc. Un tono de burla, una frase hiriente, aunque no tenga nada de razón, puede acomplejarle.

El chico/a no puede desprenderse de todas esas etiquetas que le pone todo el mundo y acabará haciéndose a la idea de que, efectivamente, él/ella es así. Su propio hogar debería ser un reducto de alegría y optimismo, un lugar para reponer fuerzas y autoestima. Pero puede llegar a ser un lugar nefasto si unos padres inconscientes se dedican a resaltar, por sistema, los defectos del chico/a.

Cómo responden ante el complejo de inferioridad

Las consecuencias del complejo de inferioridad varían según el temperamento, salud, herencia, sexo, etc. del chico. Todo ello da lugar a los modos de comportamiento más dispares: resignación, rebeldía, timidez, despotismo…

El yo del chico/a tiende «naturalmente» a restablecer el equilibrio roto por el complejo de inferioridad, reaccionando con una «compensación». Es decir, el que está afectado por un complejo de este tipo tenderá a conseguir el éxito, la estima y la admiración de los propios semejantes, haciendo valer alguna cualidad suya (no siempre positiva) como para compensarse del defecto en otro campo.

Compensaciones ante el complejo de inferioridad

Hay diversos modos de reaccionar por compensación. Hay quienes cuentan con una personalidad tan fuerte que autosuperan ese complejo: es la llamada compensación heroica.

El ejemplo clásico es el del Káiser Guillermo II, quien, débil y con un brazo paralizado, acabó por ser un buen jinete.

Existe también una compensación protectora que tiende a disfrazar el complejo de inferioridad con la ostentación de una cualidad, que a veces es solamente ficticia o simulada. Es el caso del que tiende a portarse de modo descarado y vivaz en el colegio, mientras que en casa está acomplejado por sus padres o sus hermanos. Buscan ostentar el defecto opuesto a su complejo de inferioridad.

Por último, una compensación consoladora es la que lleva al muchacho/a a vengar en los otros los propios defectos. No intentan simular lo que no son, sino que se autoafirman criticando a los demás: son los envidiosos, maldicientes y calumniadores. Los suicidios infantiles obedecen en gran parte a una necesidad de venganza semejante. «Como no me quiere nadie, si me tiro por la ventana verán que se han portado mal y me llorarán».

Ignacio Iturbe
Asesoramiento: Luisa Guarnero. Especialista en educación

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