El comportamiento de nuestros hijos marca el desarrollo de su personalidad a través de las etiquetas que los padres les «colgamos». Alberto Soler Sarrió, psicólogo y Máster en psicología Clínica y de la Salud, defiende en su último libro Niños sin etiquetas (Paidós) que hemos llegado a una situación en la que los niños que se comportan como niños reciben la etiqueta de «malos» y los que se comportan como pequeños adultos en miniatura, nos parecen «buenos».
Su mansaje está claro: tenemos que replantearnos el modo en le que nos comunicamos con los niños y eso pasa por dejar de asumir como normal que les tratemos mal. De esta necesidad, nace esta guía para padres con múltiples ejemplos para que los niños puedan crecer siendo niños y reciban de sus padres lo que necesiten para ser felices.
El error de colgar etiquetas a nuestros hijos
¿Por qué tendemos de forma inconsciente a etiquetar a nuestros hijos?
Porque es la forma normal de funcionar de nuestro cerebro. Hay tanta información ahí fuera que el cerebro tiene que simplificar, cogemos parte de la información y funcionamos como si esa parte fuera el todo. Estos atajos, que aplicados a objetos o situaciones, pueden estar bien porque son prácticos, nos ahorran tiempo, esfuerzo y nos ayudan a funcionar. Pero aplicados a las personas pueden ser injustos y si estas personas son niños, peor aún, porque les pueden marcar más de lo que pensamos.
Las etiquetas producen un trato diferenciado, ¿cómo afecta esto al crecimiento de la persona y a la interacción con sus hermanos?
Claro, un problema de las etiquetas es que nos las creemos y actuamos en consecuencia. El que la pone y el que la recibe. Por ejemplo, en el caso de las mentiras, un profesor puede pensar que Fulanito es un mentiroso y Menganito por el contrario, un niño confiable que nunca miente. Supongamos que Fulanito y Menganito son en realidad «niños promedio» que mienten por igual. Al pensar el profesor que Fulanito miente más, le vigilará más y probablemente le pillará más veces mintiendo; no porque mienta más, sino porque ha estado más atento a sus faltas. El problema es que una vez hemos entrado en estas dinámicas, al final Fulanito también se lo creerá y acabará actuando de acuerdo a lo que le han dicho que es.
¿Qué tipo de niños son los que reciben la etiqueta de niños malos? Realmente, ¿son malos? ¿Existen motivos justificados para calificar a un niño como malo?
Muy frecuentemente, se califica de niños malos a los niños que actúan simplemente como niños. De hecho se habla así a veces no solo de los niños, sino incluso de los bebés.
A veces, confundimos el que los niños se muevan o hagan ruido con la maldad
Y el que estén quietecitos y en silencio, o al menos sin molestarnos demasiado, con el que sean buenos. Un niño puede ser movido, ruidoso, curioso, cariñoso, con mucha necesidad de contacto y de atención, y ser un niño tan bueno como otro que nos da menos faena porque juega solo, pregunta menos, se mueve poco y hace menos ruido. Probablemente, habrá un pequeño porcentaje de niños de los que podríamos decir que son malos, pero por lo general los niños son niños, ni buenos ni malos, son personas que actúan a veces mejor y a veces peor. Como los adultos…
Los niños buenos, los que no dan lata, los que se comportan como adultos en miniatura, reciben menos atención de sus padres, ¿cómo les afecta esto a largo plazo?
A veces, estos niños tan llevaderos y complacientes acaban viviendo vidas con las que no están demasiado satisfechos. Hay quien estudia lo que se espera de ellos, quien continúa el negocio familiar, aunque no es lo que les hubiera gustado, algunos no acaban de saber bien nunca lo que quieren o lo que les gusta, porque siempre se han acoplado a lo que otros han decidido por ellos. Quizá escojan una pareja que tome ahora por ellos las decisiones que antes tomaban sus padres.
Cuando el lugar de los padres lo ocupa una pareja con poca empatía o maltratador, las consecuencias pueden ser terribles.
Si esta pareja es una buena persona que les quiere y les respeta, esto puede no parecer tan grave, pero cuando este lugar lo ocupa una persona con poca empatía o un maltratador, las consecuencias pueden ser terribles.
Queremos que los niños nos obedezcan a la primera, pero ¿es bueno para ellos no cuestionarse las órdenes o tener su propio criterio?
Eso es cómodo para los padres, pero bueno para los niños no es. Creo que no requiere demasiada explicación, pero no queremos pensarlo. Es más sencillo hacer la equivalencia mental de niño bueno igual a obediente igual a educado, aunque pocos padres quieren que sus hijos se conviertan en adultos sumisos, sin opinión ni criterio.
A veces consentimos demasiado a los niños, ¿cómo evitar que se conviertan en tiranos?
Si pensamos que estamos consintiendo demasiado a los niños, probablemente sea buena idea consentirles menos. Pero ¿qué es consentirles? Si hablamos de un exceso de azúcar, alimentos malsanos, pantallas o consumismo en general, probablemente estaría bien controlar estos excesos. Pero muchas veces nosotros mismos nos excedemos en estos asuntos, así que podemos empezar por controlarnos a nosotros mismos. Si los excesos tuvieran que ver con supuestos excesos de cariño, atención o autonomía, no creo que viniera de ahí el problema. En cualquier caso, no creo que sea tan fácil que los niños «se conviertan en tiranos» como algunos nos quieren hacer pensar. Por suerte niños tiranos hay muy pocos y en esos casos el cariño y atención suelen escasear más que sobrar.
¿Cuáles van a ser las consecuencias para los niños del largo confinamiento vivido en casa?
Pues dependerá de muchos factores. Niños hay muchos y muy diversos, como sus familias y sus circunstancias. No es lo mismo los hijos únicos que los hijos de familias numerosas, bebés o adolescentes, personas sanas o con patologías, los confinamientos en pisos pequeños sin terraza o balcón a estar en un chalet con jardín y piscina. No es lo mismo si tus padres te cuidan y te apoyan con los estudios a estar encerrado con tu maltratador. Hay niños que solo se han aburrido un poco y han abusado algo de bizcochos y pantallas, pero también hay otros que no han podido continuar con sus terapias o apoyos necesarios para sus enfermedades o condiciones particulares.
En general, estamos viendo bastantes casos de ansiedad, problemas de conducta, alteraciones del sueño, falta de rutinas, irritabilidad, problemas de convivencia, etc.
Esta situación está siendo complicada para los niños y en general para las familias que tienen que lidiar con todos estos problemas, y hacer además malabarismos para poder trabajar con los niños todo este tiempo sin colegio.
Durante este tiempo, ¿hemos hecho a los niños más dependientes?
Puede ser. Quizá les hemos hecho más etidependientes del azúcar, las pantallas, el consumismo, las redes sociales, etc. ellos no necesitan todo esto. Nosotros en principio tampoco, pero unos y otros nos hemos acostumbrado a todo esto. Nuestros abuelos no lo tenían y probablemente tuvieron unas infancias más saludables. Desde luego pasaban más tiempo al aire libre, comían mejor, se movían más, tenían menos sobrepeso y obesidad… probablemente sea buena idea tratar de controlar estos excesos.
Marisol Nuevo Espín
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