El miedo como emoción básica es vital para nuestra supervivencia en casos de peligro eminente y real. En este sentido, el miedo nos prepara para afrontar una amenaza. Nos permite fijar nuestra atención en esa amenaza cercana y evaluar qué respuesta dar: atacar, huir o escondernos. Pero los miedos también nos limitan.
Cuando el miedo nos limita
En nuestra vida cotidiana, el miedo puede ser limitante para emprender aquellas acciones: personales, familiares, sociales o profesional que deseamos, y que nos harían sentir felices y sin embargo no nos atrevemos a ejecutarlas.
Estos miedos suelen ser «inventados» o «creados» por nosotros mismos de una manera que no nos damos cuenta de ello. Tienen su raíz en nuestra propia historia personal, familiar y sociocultural, es decir, se originan en el pasado desencadenando el miedo al futuro. De aquí que la palabra inglesa
FEAR («miedo») nos sirva para definirlo de esta manera: «Falsa Evidencia con Apariencia Real». El sentimiento puede parecernos auténtico, pero la amenaza no se basa en un hecho de la realidad
presente.
Estos miedos que nos visita en nuestra vida cotidiana es, en realidad, una valiosa y necesaria señal de alarma ante la posibilidad de una amenaza (física o emocional) y viene a decirnos que existe una desproporción entre esa amenaza a la que nos enfrentamos y los recursos con los que creemos contar para resolverla.
El miedo que nos amenaza
En realidad, no existe algo que sea en sí mismo una amenaza. Siempre lo es para «alguien» y depende de los recursos que ese «alguien» tenga o sienta que tiene para enfrentarla. Para una persona -por ejemplo- que sube a un avión por primera vez y experimenta turbulencias puede ser una terrible amenaza, y deja de serlo para un viajero frecuente que ya ha presenciado las rutinas del personal de vuelo para esos casos excepcionales.
Si la amenaza a la que me enfrento tiene un valor 10 y los recursos con los que cuento los valoro en 10 el miedo no aparecerá. En cambio, si la amenaza es de 10 y la valoración de mis propios recursos es de 3, sentiré miedo y podré bloquearme. Puedo decir NO e irme de allí perdiendo una oportunidad, o tirarme a la piscina sin medir si cuento o no con los recursos necesarios y sin obtener, muy probablemente, el resultado esperado.
Cómo devolver al miedo su potencial positivo
Para que esta señal sea útil y aprovechable para cada uno de nosotros, es necesario devolverle a miedo su potencial positivo. No viene a nuestras vidas a complicárnosla, viene a traernos un mensaje y en esto radica nuestro reto, decodificar el ¿para qué están nuestros miedos? ¿Cuál es su intención positiva? ¿Cuál es su mensaje? ¿Qué vienen a decirnos? De manera simple, estos miedos son oportunidades para volver a elegir, para actuar de un modo distinto y escoger el amor en lugar del miedo, la realidad en vez de la ilusión y el presente antes que el pasado.
Si tengo miedo es porque hay una necesidad en mí. El miedo aparece ante la pérdida de una necesidad psicológica fundamental y básica: la seguridad. Entonces ¿Qué te hace falta para que se aleje de ti? ¿Qué necesitas darte?
El miedo es, sin duda, una emoción básica, necesaria y universal, sin embargo nos relacionamos con él desde el desconocimiento y la ineficacia. Entran en juego nuestras propias creencias limitantes: «no lo hizo por miedo», «es de débil sentir miedo», «que vergüenza reconocer que siento miedo», «no debes sentir miedo, tienes que enfrentarlo», «no tengo miedo»… Con esto lo que hacemos es rechazarlo, negarlo, descalificarlo, lo tachamos de indigno y negativo, extirpándole su valor positivo.
Aprendere a gestionar nuestros miedos limitantes es dar la bienvenida al miedo, dialogar con él, escucharlo, reconocer su existencia con su parte temerosa y su parte positiva, descifrar su mensaje, lo que viene a decirte y ser agradecidos/as con él y la valiosa información que te trae. En definitiva, escucharlo te da claves para orientar tu rumbo, para darte los recursos que necesitas para ganar seguridad y confianza.
Carina Sampó. Psicóloga. Directora del blog Artesana de la vida
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