Las mujeres son emocionales, los hombres son fuertes, las mujeres son ordenadas, los hombres competitivos, las mujeres conducen peor y los hombres no pueden hacer dos cosas a la vez. La lista de estereotipos sobre hombres y mujeres puede ser infinita. Y la pregunta, ya desde el embarazo, de si es niño o niña, sigue centrando todo nuestro interés.
Está claro que genéticamente hay una diferenciación dicotómica por la que somos definidos como mujeres o como hombres. Por norma, todos los humanos tenemos 23 pares de cromosomas. Existen anormalidades cromosómicas, por lo que hay quienes tienen más o menos cromosomas. No obstante, la predisposición genética en humanos tiende a ser 23 pares que se encuentran en el núcleo de todas nuestras células.
Así, nuestro ADN y material hereditario puede hallarse en todas las células que nos componen asegurándose de que en células y órganos se ejecuten las funciones adecuadas. De los 23 pares, 22 son exactamente idénticos entre la amplia mayoría de hombres y mujeres. Las diferencias se encuentran en el par 23. En las mujeres, está compuesto por dos cromosomas parejos X y en los hombres por un conjunto disparejo de cromosomas, uno X y otro Y.
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La diferencia cromosómica entre hombres y mujeres
Esta diferencia cromosómica se ha adjudicado con el tiempo exclusivamente al aparato reproductivo. La cultura popular afirma que hombres y mujeres somos idénticos en un 99,99%. Pero esta visión no es correcta. Lo que nos dice la ciencia es que dos hombres, entre ellos, son 99,99% idénticos y dos mujeres, entre ellas, son 99,99% idénticas. ¡Pero entre un hombre y una mujer somos iguales solo en un 98,5%!
Esta diferencia hace que un hombre y una mujer sean 15 veces más diferentes entre ellos que dos hombres o dos mujeres. Sorprendentemente, un hombre y un chimpancé masculino comparten la misma cantidad de material genético que un hombre y una mujer.
Datos como estos pueden resultarte relevantes la próxima vez que te parezca incomprensible que tu marido deje una toalla mojada encima de la cama; cuando tu esposa diga «nada» al preguntarle que si le sucede algo y sabes que hay algo; cuando tu hijo haga zapping por los canales de la televisión sin ver nada; o cuando tu hija llora sin razón aparente.
Ahora bien, aunque el material genético es responsable de muchas expresiones de nuestro ‘yo’, hay otra parte que no se puede adjudicar a la biología. Hay una importante distinción a tener en cuenta. Por un lado, está la parte que se refiere al sexo; a lo estrictamente biológico, determinado únicamente por la genética, que no podemos cambiar. Y por otro lado, lo que corresponde al género, es decir, aquello que se debe a consensos sociales, educación, cultura y estereotipos.
Hombres y mujeres: diferentes en muchos planos
Estos planos se pueden englobar en tres principales categorías: el plano biológico (anatomía, neuroanatomía y neuroquímica), el psicológico y el de la sociabilización.
Es evidente que los hombres y las mujeres merecemos ser iguales en derechos y obligaciones, no obstante, no somos idénticos desde una perspectiva biológica, ni psicológica, ni social.
El sexo influye en enfermedades que no están vinculadas con el sistema reproductivo y con independencia de los estereotipos sociales de género.
A pesar de tantos años de estudio genómico, no ha sido hasta hace unos años cuando los científicos han aceptado que nuestro cromosoma 23 influye en mucho más de lo que se pensaba, y no solo en nuestro sistema reproductivo. Un claro ejemplo de esto se puede apreciar en la incidencia de diversas enfermedades y el grado de severidad con que cursan.
Por ejemplo, por cada hombre que padece artritis reumatoide, hay 2,5 mujeres que sufren de esta enfermedad. El ratio de autismo es de cinco a uno entre hombres y mujeres. En los datos sobre el lupus se percibe que hay un hombre que padece esta enfermedad por cada seis mujeres que la sufren.
En el plano biológico: diferentes en cada célula
Estas discrepancias en incidencia según el sexo son drásticas y reales. Puede que estas incidencias se deban en parte a las diferencias hormonales, pero por ahora no hay muestras de que las hormonas sean las únicas responsables de tantas enfermedades y su prevalencia. En cambio, es un hecho que todas nuestras células tienen la información del cromosoma 23, todas las células saben que son XX o XY. La evolución ha buscado que todas las células contengan ésta información por un motivo específico.
Una de las razones por las que ocurre esto es que las células XX y las XY sintetizan proteínas de manera diferente. Esta manera dispar de sintetizar proteínas se percibe en la donación y recepción de órganos. Un hombre tiene un 22% mayor riesgo de rechazar un trasplante de riñón si proviene de una mujer que si proviene de otro hombre; mientras que este riesgo de rechazo es del 13% cuando los hombres reciben un corazón femenino.
Por el contrario, las mujeres no muestran una diferencia estadísticamente significativa de rechazo según el sexo del donante. Esto se debe a que la respuesta inmune en las mujeres es mucho más fuerte que aquella de los hombres. El cromosoma X tiene una mayor presencia de la enzima IRAK1 (interleukin-1 receptor-associated kinase 1), que está asociada a un sistema inmune que actúa de manera más rápida y eficaz ante infecciones y enfermedades. Los científicos están de acuerdo en que se puede deber a esta enzima la disparidad de mortalidad infantil entre varones y mujeres.
Las mujeres tenemos más frío: así lo explica la ciencia
Las diferencias cromosómicas pueden entrar en juego con factores sociales y resultar a su vez en estereotipos. Más de un hombre se ha quejado de ser atacado por los pies fríos de una mujer mientras dormía y más de una mujer se ha exasperado al entrar a la ducha y congelarse al encontrar que su marido ha dejado la temperatura con agua fría. Más de un hombre protesta por las manos heladas de su mujer y más de una mujer tiene un jersey con ella siempre en la oficina. Y hay una serie de motivos por lo que esto suele ser verdad.
Las hormonas, un metabolismo más lento y el tamaño corporal de las mujeres, por lo general más pequeño, son factores que contribuyen a que las mujeres pierdan más calor corporal. Poseen un ratio mayor de área de superficie respecto del volumen, por lo que pierden calor más rápido. Asimismo, tienen menos calor producido por su masa muscular. Los hombres presentan una temperatura corporal bastante constante, mientras que las mujeres suelen tener un bajón de temperatura corporal cuando su nivel de progesterona cae. Si bien los hombres mantienen una temperatura corporal externa más cálida, las mujeres conservan mejor la temperatura interna del cuerpo.
Esto se debe a la capacidad reproductora femenina donde, mantener los órganos calientes, es beneficioso para el desarrollo de un bebé. Para lograr esto, el sistema circulatorio de la mujer desvía a los órganos sangre que deberían estar destinados a su piel y extremidades.
La consecuencia es que las mujeres tienen un par de grados menos que los hombres en manos y en pies.
En cuanto al metabolismo, los hombres tienen una media de tasa metabólica basal 23% más alta que las mujeres. El metabolismo basal es responsable de la velocidad con la que el cuerpo quema comida y la convierte en combustible que, a su vez, calienta el cuerpo. Esto hace que los hombres no solo tengan mayor facilidad para mantener una temperatura corporal externa mayor, sino que también posean una mayor facilidad para subir su temperatura corporal frente a cambios climáticos.
Como guinda, nos encontramos que la mayoría de edificios tienen sus termostatos regulados basándose en estudios realizados en 1960. Estos estudios tomaron como muestra diversas oficinas de la época, en su gran mayoría utilizadas por hombres. Objetivamente los estándares que definen los ambientes de oficina actuales están ajustados para el metabolismo masculino.
Por todos estos motivos, no es coincidencia que las mujeres suelan tener las manos frías, acaparen las mantas en la cama, que los hombres se den duchas con agua fría, o que ellas estén envueltas en un jersey de lana mientras ellos están en manga corta.
Dra. Maite J. Balda. Psicóloga y doctora en Neurociencias Cognitivas
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