Alcanzar la madurez es el reto de la juventud. La persona madura está acostumbrada a asumir sus propias acciones, es decir, se incluyen también aquellas que le pueden acarrear algún inconveniente. Es consciente de que todas las personas nos equivocamos, y nada extraño tiene que en ocasiones le ocurra. La actitud infantil, la que no sabe responder de sus actos, no contempla la posibilidad de la equivocación.
Es necesario para muchos salir de ese infantilismo que echa de todo la culpa a las otras personas, incluso la de sus propias acciones. El «yo no he sido» que con tanta frecuencia tienen en la boca los niños, parece también ser la filosofía de estas personas inmaduras a las que les aterra asumir los inconvenientes que las equivocaciones traen consigo.
Pero también es necesario ir con el espíritu de responsabilidad por delante, con el convencimiento de que uno debe dar cuenta de sus propias acciones, por pequeñas que sean. La excusa es un recurso muy fácil para acceder a él. Una cosa es pedir perdón y otra buscar una justificación a todas nuestras acciones por equivocadas que sean.
Características de la madurez en los jóvenes
1. Carácter. Es en la madurez cuando se desarrolla lo que suele denominarse carácter: la firmeza interior de la persona. No es rigidez, sino más bien la fusión del pensar, sentir y querer vivos con el propio núcleo espiritual.
2. Valores. En la madurez adquieren un significado especial determinados valores: la fidelidad a las obligaciones asumidas; el cumplimiento de la palabra dada; la lealtad a quien ha puesto su confianza en nosotros; la facilidad para distinguir en todas las cosas lo genuino de lo inauténtico…
3. Personalidad. Es ese momento cuando se dice de alguien que es «todo un hombre» o «toda una mujer», cuando aparece bien marcada la personalidad masculina o femenina, en la que la vida puede apoyarse porque ya no se deja llevar por los impulsos inmediatos y por el fluir de los sentimientos, sino que ha entrado en la esfera de lo permanentemente válido.
4. Firmeza. Para ser padre o madre se precisa sobre todo firmeza interior, la tranquila fuerza para poner orden, mantener, continuar…
La crisis de la experiencia en los jóvenes
Entre las etapas de la vida hay crisis. Las diferentes etapas de la vida constituyen por sí mismas formas básicas de la existencia humana, modos característicos en que el ser vivo va siendo un ser humano a lo largo del camino que conduce del nacimiento a la muerte: maneras de sentir, de entender, de comportarse en relación con el mundo.
Estas imágenes están tan fuertemente caracterizadas que a lo largo de su vida el hombre no pasa sin más de una a otra, sino que ese paso implica siempre una separación cuya realización puede llegar a ser tan difícil que implique un verdadero peligro para la persona. Puede requerir un periodo de tiempo más o menos largo, puede tener lugar con cierta violencia o con relativa calma, puede saldarse con un éxito o con un fracaso, y este último puede consistir tanto en que la fase que debería haber llegado a su término perdure a expensas de la siguiente, como en que la fase por la que se está atravesando en un momento dado se vea desplazada o violentada por la que vendrá más tarde.
Uno de esos pasos, o de esas crisis, se da también entre la fase vital del joven y la inmediatamente siguiente, a la que nos gustaría denominar fase de la mayoría de edad. Esta fase guarda una estrecha relación con algo a lo que ya hemos aludido varias veces: la experiencia.
Nunca es tarde para pararse a pensar en nuestra propia vida. El primer paso, y quizá más importante, consiste en reconocer que tenemos mucho que aprender. Por eso, leer lo que otros han pensado sobre este tema puede servir de gran ayuda. Libros como Las etapas de la vida, de Romano Guardini, o La madurez, de Miguel-Ángel Martí proporcionan claves y pistas muy interesantes.
Ricardo Regidor
Asesoramiento: Miguel-Ángel Martí, autor de La madurez, Ediciones Internacionales Universitarias, 1998.
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