La realidad sociocultural compartida tanto en el ámbito español como en el iberoamericano hace poco habitual que los hijos se independicen al cumplir la mayoría de edad. Incluso los que estudian fuera o emigran por trabajo, tienen la casa de sus padres como ‘campamento base’. Sin embargo, a partir de los 18, la relación entre padres e hijos necesita adaptarse a una realidad distinta, la de los descendientes adultos que siguen bajo nuestra tutela.
Esperan ese cumpleaños tan emblemático como si les fuera a cambiar la vida: podrán salir, podrán beber, podrán conducir, podrán votar, hasta podrán ir a la cárcel si cometen un delito. El paso a la mayoría de edad es un hito en la juventud. Se sienten adultos. Muchos de ellos comienzan la universidad. Algunos incluso tendrán que cambiar de ciudad y vivir en un colegio mayor, una residencia o un piso.
Pero en nuestra cultura, enraizada en la familia, tener 18 años no significa independencia plena o emancipación, solo supone algunos cambios en las rutinas que se mantienen en el hogar. Estudien fuera o en su localidad de residencia, los hijos mayores de edad siguen teniendo la casa de sus padres como hogar. Y, sin embargo, será necesario recomponer algunos lazos para asegurar una perfecta convivencia.
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Siguen siendo nuestros hijos, continúan bajo nuestro amparo pero qué duda cabe de que ya no son los niños que hace tan poco fueron.¿Cómo debemos tratarlos? ¿De adulto a adulto? ¿Si siguen bajo nuestro techo, bajo nuestra tutela, les podemos imponer límites a pesar de su edad? ¿Cómo los seguimos manteniendo económicamente, debemos tratarlos como a niños? ¿Qué tenemos que hacer para no frenar su evolución personal hacia el mundo adulto?
Las respuestas no son sencillas y exigen de un delicado equilibrio entre la relación padres/hijos y una nueva relación entre adultos a la que ninguno estamos acostumbrados. Desgranamos algunos de los temas sobre los que debemos meditar ante estas situaciones.
Su propia personalidad, convivencia compartida
Como padres tenemos que saber dejar que nuestros hijos forjen su propia personalidad, es decir, no pueden ser un clon de nuestras ideas. Poco a poco, irán desarrollando sus propias apreciaciones sobre diferentes materias, a veces sobre la base de lo que han visto en su casa, otras en contra. Tendremos que aprender a respetar esas decisiones, en aspectos como la política o la economía. No tiene sentido la crítica desde la supuesta atalaya de la autoridad paterna. Pero será un precioso momento para el diálogo entre dos adultos.
Sin embargo, debemos mantener algunas áreas en las que no aceptemos esa diferencia de personalidad. Son los aspectos que tienen que ver con la fácil convivencia en el seno del hogar y cada familia tendrá que determinar cuáles son los límites básicos. Por ejemplo, el que un hijo sea mayor de edad no es motivo suficiente para que no respete los horarios comunes o tenga la casa como una leonera bajo el pretexto de que es así como le gusta. Para eso tendrá que esperar a su propia independencia.
Participación en la vida de la familia
Las diferentes circunstancias por las que va a atravesar la vida de nuestros hijos en sus años de primera juventud van a obligarnos a concederles cada vez mayores cotas de libertad. Cuando empiecen la universidad, el ritmo académico, con clases a diferentes horas y trabajos en grupo, les llevará a estar fuera de casa más tiempo del habitual. Nada es tan ordenado porque se acabaron los ritmos sistemáticos del colegio.
A medida que vayan avanzando en sus estudios, les surgirán prácticas en empresa y algunos trabajos profesionales que les absorberán buena parte de su tiempo. Incluso puede ocurrir que comiencen a tener ocupados sus fines de semana. Tendremos que ser flexibles porque necesitan libertad para crecer en ese sentido.
Sin embargo, eso no significa que, dado que siguen viviendo en casa, podamos exigir no solo unos mínimos de vida familiar sino unas normas básicas de convivencia, tales como avisar de los días en los que comen en casa, evitar dejar una comida ya preparada sin tomar, comunicar los momentos disponibles para que se les pueda encomendar alguna tarea doméstica y dar a conocer los planes que puedan afectar a los demás.
Espacio privado, espacios públicos
Su habitación, sus cosas, su ropa… Este es uno de los grandes retos de la convivencia con un hijo que ya ha entrado en la edad adulta aunque esté aún lejos de la emancipación. En los últimos años se ha detectado un problema respecto al comportamiento de los jóvenes en este sentido, provocado por la influencia de la cultura anglosajona a través del cine y la televisión. En esos entornos, los jóvenes disponen del ‘territorio’ de su habitación como un espacio propio, privado, al que sus padres no tienen acceso.
En nuestra cultura, este comportamiento no se ha dado hasta ahora porque se considera que esa habitación de un joven, aunque sea de uso propio, pertenece al común de la familia. Consideramos que debe seguir manteniéndose esta idea para que los jóvenes comprendan que viven en el seno de un hogar compartido.
No obstante, el que mantengamos la cultura de los espacios abiertos como se ha hecho tradicionalmente en nuestros hogares, no significa que no debamos preservar unos mínimos de intimidad para nuestros hijos. Y no es solo porque la soledad es también necesaria para desarrollar la personalidad, sino porque dentro del proceso de confianza que se establece entre padres e hijos es necesario que los padres respeten los espacios de sus hijos, salvo si consideran que hay algún motivo grave por el que hay que vigilar, como por ejemplo un riesgo de consumo de drogas.
Maria Solano
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